Juan Pablo II funda la Academia Pontificia para la Vida

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Es una comisión de expertos para la promoción y defensa de la vida humana

Juan Pablo II ha instituido un nuevo organismo vaticano, la Academia Pontificia para la Vida, cuya finalidad será «estudiar, informar y formar» acerca de los principales problemas de la bioética y del derecho, en la medida en que afecten a la promoción y defensa de la vida.

El Papa ha designado presidente de la Academia al genetista francés Jérôme Lejeune, de 68 años, descubridor de la causa del síndrome de Down, y en los próximos meses se harán públicos los nombres de los setenta miembros que la integrarán. La nueva Academia será una comisión de expertos de distintos países y religiones, que se regirá por sus propios estatutos y ofrecerá ayuda científica para que el magisterio de la Iglesia pueda valorar la dimensión ética de las nuevas tecnologías médicas y de los enfoques jurídicos que se adoptan en estos temas.

Los rasgos esenciales de la nueva Academia están contenidos en el «motu proprio» Vitae Mysterium, fechado el pasado 11 de febrero. En este documento constitutivo, el Papa pone de relieve que la evolución de la ciencia y de la técnica abre perspectivas muy atractivas a los científicos, que pueden intervenir en el mismo origen de la vida, «pero presenta también múltiples e inéditos interrogantes de tipo moral, que el hombre no puede descuidar sin correr el riesgo de dar pasos quizá irreparables».

De ahí la necesidad de contar con un cauce directo de comunicación con la comunidad científica, pues es deber de la Iglesia iluminar las conciencias después de haber conocido los datos de la investigación y de la técnica.

En la rueda de prensa de presentación de la Academia, el Card. Fiorenzo Angelini, que preside el Consejo Pontificio para la Pastoral Sanitaria, subrayó que la defensa y promoción de la vida humana no es una tarea confesional. «La vida es sagrada porque es vida humana, no porque lo diga la Iglesia», añadió, y recordó que se trata de un principio de reconocida antigüedad, como manifiesta el juramento hipocrático que han prestado durante siglos cuantos accedían a la profesión médica.

Los miembros de esta Academia, aunque de diversas tradiciones religiosas y culturales, suscribirán una declaración en la que expresarán su adhesión a la defensa de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, y los principios doctrinales del magisterio de la Iglesia en este campo. No se le pedirá a nadie, concluyó, creer en los dogmas de la Iglesia, sino simplemente en la moral natural, en el derecho a la vida y en el rechazo de todo aquello que la amenaza.

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