Inglaterra: clases más pequeñas no equivale a mejores resultados

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Aunque hoy es tesis corriente que con menos alumnos por aula se aprende mejor, los resultados de las escuelas inglesas muestran que eso solo no basta para subir el nivel académico. En la última clasificación de escuelas estatales publicada por el gobierno británico, el distrito escolar con mejores resultados es también el que tiene los grupos más numerosos de toda Inglaterra. En cambio, en la cola figuran bastantes distritos con pocos alumnos por aula.

En el distrito de más éxito académico, Kingston upon Thames (en el suroeste de Londres), el 56% de las clases tienen de 31 a 35 alumnos, y el 2%, 36 o más. Otros cuatro de los seis mejores distritos tienen grupos más numerosos que la media de Inglaterra. En contraste, la zona con peores resultados (Islington, también en Londres) ocupa el noveno puesto entre las de clases más pequeñas, con sólo el 6,9% de grupos de 31 a 35 alumnos y ningún grupo de 36. Otros cinco de los ocho peores distritos presentan tamaños de clases muy inferiores a la media.

Parece, pues, que el número de alumnos por aula no es determinante para los resultados académicos. Aunque lo más notable es que éstos pueden ser buenos en grupos numerosos y malos en grupos pequeños, no hay relación clara entre uno y otro factor. Pues la clasificación muestra también distritos con clases pequeñas entre los mejores y distritos con clases grandes entre los peores. De los datos, el gobierno concluye que los métodos de enseñanza son mucho más importantes que el tamaño de las clases, de modo que reducir éste -lo que exige más gasto- no debe ser un objetivo en sí mismo.

Por su parte, los sindicatos de profesores, que prefieren clases pequeñas porque suponen más puestos de trabajo y menos tensión, replican que la clasificación oficial no sirve para comparar los méritos de las diversas escuelas por no tener en cuenta circunstancias como la extracción social de los alumnos.

Pero los profesores tienen otra razón para querer clases pequeñas: la disciplina. Aunque tampoco en esto el número es determinante, los grupos nutridos son menos manejables, al menos cuando los alumnos son más bien conflictivos. Y los docentes están preocupados por el elevado número de agresiones -físicas o verbales- que sufren por parte de los alumnos (16.000 el año pasado en todo el país).

Las sindicatos de profesores piden más autoridad para meter en vereda a los chicos rebeldes. Lo que significa un notable cambio de actitud si, como en estos días han asegurado en la prensa algunos expertos en educación, los propios maestros crearon el caldo de cultivo de la situación actual, por haber olvidado la disciplina en las décadas de los 60 y 70, años de experimentación educativa. Durante ese periodo, no se enseñó a los estudiantes de magisterio a imponer el orden, con lo que el problema se ha trasladado a las posteriores generaciones de alumnos.

Ahora, cuando los educadores quieren asumir mayores poderes, encuentran que la legislación y la actitud de muchos padres no se lo permiten. Ante los alumnos conflictivos, los profesores pueden optar por expulsarlos de clase o enviarlos al director. Pero los padres acusan a las escuelas de decretar la expulsión sin intentar antes otras medidas; a su vez, los colegios echan la culpa al gobierno por haber prohibido la expulsión «indefinida» -desde quince días en adelante-; y los profesores, por su parte, acusan a los directores de no ser suficientemente severos con los alumnos díscolos.

En su mayor parte, los maestros piensan que los problemas de indisciplina están provocados por una minoría de alumnos; pero admiten que el desorden, la desobediencia y la impuntualidad han aumentado en el conjunto del alumnado. Un número creciente de escuelas británicas están introduciendo programas de disciplina, experimentados en Estados Unidos, a base de premios y castigos. El último recurso sigue siendo la expulsión, pero cada vez más padres apelan por vía legal y consiguen que sus hijos sean readmitidos.

La Professional Association of Teachers apoya la propuesta del Partido Laborista de dar a los tribunales la facultad de enviar a los padres de chicos problemáticos a «cursillos de paternidad», para que aprendan a educar a sus hijos. Otros docentes reconocen que les gustaría poder volver a utilizar el castigo corporal, que fue proscrito de las escuelas públicas en 1986.

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