Ian McEwan: el azar y la responsabilidad

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En 1975 Ian McEwan publicó su primera colección de relatos, «Primer amor, últimos ritos». Treinta años después, su prosa ha madurado y McEwan se ha convertido en uno de los escritores británicos más interesantes. Su última novela, «Sábado», continúa fiel a su peculiar estilo, añadiendo otro protagonista a su galería de personajes zarandeados por el azar.

Ian McEwan nació en Hampshire en 1948. Como hijo de un oficial del ejército, vivió en varios países durante su infancia, aunque volvió a Inglaterra para cursar la licenciatura de Literatura Inglesa en la Universidad de Sussex.

En 1976 su primera colección de relatos, «Primer amor, últimos ritos», recibió el premio Somerset Maugham. Después siguió otro libro de relatos, «Entre las sábanas», y una novela corta, «El jardín de cemento». En el inicio de su trayectoria aparecen los mejores destellos de la escritura de McEwan. Sin embargo, sus tramas y el desarrollo de personajes es sensiblemente más inmaduro y esquemático que en las novelas a partir de «Niños en el tiempo».

Primeros relatos

Los relatos de «Primer amor, últimos ritos» (1975) están protagonizados por figuras infantiles marcadas por distintas carencias, como la pérdida de un progenitor o de la propia infancia, despojada prematuramente. Estas narraciones están repletas de conductas sexuales desviadas de niños y adolescentes. La pederastia y el incesto son situaciones habituales y los pasajes en los que se describen están marcados por un tono crudo y frío, que crea una gran distancia entre el lector y las acciones que se relatan y cuya moralidad nunca se plantea. Es obvio que así McEwan consigue impactar al lector, pero también que esta impresión se consigue a menudo con trucos mecánicos, salidos de una coctelera en la que se mezclan situaciones sórdidas, la presencia de un inocente y una prosa directa y precisa.

«Entre las sábanas» y «El jardín de cemento» apenas suponen alguna innovación respecto al primer libro. De hecho, están cuajados de pasajes que producen una fuerte sensación de «ya visto». Los relatos compiten entre sí por superarse en el recuento de conductas anormales.

Las novelas de madurez

Los libros más importantes de McEwan, donde se puede percibir una evolución en su escritura y en la complejidad de los argumentos, llegarán a partir de 1987, con la publicación de «Niños en el tiempo». A partir de esta novela, la talla de McEwan crece en importancia fuera de los países anglosajones, con las publicaciones de «El inocente» (1989), «Los perros negros» (1992), «Amor perdurable» (1997), «Amsterdam» (1998), «Expiación» (2002) y la reciente «Sábado», editadas en castellano por Anagrama. McEwan se ha consolidado así como uno de los escritores británicos más valorados, junto a otro miembro de su generación, Martin Amis.

Las novelas de McEwan comparten numerosos rasgos formales que permiten reconocer su manera de contar a través de un simple pasaje descriptivo o de una conversación. Además, sus narraciones crecen a partir de una estructura muy concreta que se repite como soporte de los argumentos más diversos.

McEwan sitúa a sus personajes en un marco realista, dentro de unas coordenadas espacio-temporales bien definidas. Por lo general, los protagonistas son presentados en un entorno familiar y McEwan dedica un buen número de páginas a ubicarles -a ellos y al lector- en ese mundo recién creado, introduciendo a los personajes a través de acciones cotidianas, sin que dé la sensación de que algo excepcional está a punto de suceder.

En un artículo publicado en «The Guardian» rindiendo homenaje a Saul Bellow tras su muerte, McEwan dice que las novelas de Bellow no transcurren simplemente en el siglo XX, sino que tratan del siglo XX, de sus transformaciones, sus bendiciones y sus monstruosidades, de modo que en vez de manejar estos elementos en abstracto los concreta en individuos que tratan de saber quiénes son en relación a la masa de la que forman parte.

La distancia del protagonista

Las novelas de McEwan buscan algo similar. En ellas los protagonistas poseen un rasgo distintivo que los aísla de su entorno aunque sin convertirlos en los seres marginales y marcados de sus primeros libros. En «Sábado» esta distancia del personaje principal se materializa en la mirada crítica de Perowne hacia las ideologías de moda, y es perceptible en sus reflexiones sobre la personalidad de sus hijos, su matrimonio, la guerra, la política…

En «El inocente» también existe una brecha entre el protagonista, Leonard, y las personas con las que se involucra. Leonard es un joven sin experiencia que se enamora de una mujer mayor que él y divorciada. Es significativa la descripción de Leonard casi al principio de la novela: «No estaba preparado para responder a un insulto. Nunca había recibido uno en su vida adulta. Solía ser agradable con la gente, y por lo general, los demás respondían siendo agradables con él». Leonard se siente estúpido por su propia inocencia, que confunde con ignorancia, y sus ansias por desprenderse de ella acabarán desencadenando su desgracia.

Algo similar ocurre en «Expiación», quizás la novela más lograda de McEwan. Briony es una niña con un talento literario excepcional que la impulsa a sentirse superior a los demás. En principio, su orgullo parece algo casi cómico: al fin y al cabo, sus rabietas de niña consentida no parecen peligrosas. Sin embargo, unas páginas más adelante, la imaginación y la soberbia de Briony serán el catalizador de una tragedia que marcará el destino de toda su familia.

Entorno seguro, mundo hostil

Al mismo tiempo que crea un escenario realista sobre el que situar a sus personajes, McEwan siembra la semilla de un acontecimiento terrible, un suceso que transformará el mundo familiar y seguro del protagonista en un contexto hostil, donde deberá afrontar una situación que, casi siempre, le sobrepasa. En «Niños en el tiempo» este acontecimiento es el secuestro de una niña; en «Expiación», una acusación injusta; en «El inocente», el asesinato de un hombre…

Lo previsto nunca es lo que sucede, pero además lo que sucede tiene consecuencias desproporcionadas. Éste esquema es el que hace reconocibles las obras de McEwan por encima de cualquier otro rasgo formal y del que se sirve para indagar en sus temas más recurrentes: la culpa y la inocencia, la responsabilidad y el azar. A menudo estos temas aparecen planteados como dos caras de una misma moneda, explorando la frontera donde los opuestos se tocan. Con ello McEwan consigue, al mismo tiempo, crear personajes creíbles en sus incertidumbres y plantear una reflexión que se enriquece a medida que el lector se adentra en la novela y descubre nuevas perspectivas.

Si «Sábado», «Los perros negros» o «El inocente» giran en torno a la impotencia del ser humano para encauzar los acontecimientos centrales de su vida, en «Expiación» o «Niños en el tiempo» McEwan profundiza en la dimensión que la responsabilidad y la capacidad de decisión cobran a lo largo del tiempo. Pero siempre con una constante muy característica de la prosa de McEwan: el desencadenamiento de los sucesos se produce por azar, es un accidente desgraciado.

Esta «mala suerte» de los personajes de McEwan es la clave de una comicidad presente hasta en los más oscuros de sus relatos. El humor de McEwan es siempre irónico, negro en muchos casos, y busca congelar la sonrisa con más afán que provocarla. Unas veces está a medio camino entre la comicidad y el espanto (como en «Niños en el tiempo», donde el protagonista, que escribe libros infantiles, pierde a su única hija); otras surge de situaciones jocosas y tristes a la vez y siempre aparece como un efecto del relato tomado en conjunto. Así sucede en «Sábado», donde McEwan debió de disfrutar creando un personaje como Perowne, lúcido, mesurado, buen ciudadano; para después hacer girar los acontecimientos de modo que, irónicamente, acabe debiendo su vida a una coincidencia en la que interviene la poesía, algo que no comprende y para lo que carece de talento.

Interpretaciones abiertas

Otro rasgo peculiar de la escritura de McEwan es la renuncia a ofrecer al lector una única clave que explique la historia o una pauta externa al relato para juzgar a los protagonistas. De ahí el aire enigmático que envuelve a las novelas. Las preguntas son siempre más que las respuestas, y éstas no son unívocas.

Por ejemplo, a lo largo de «Expiación» hay varios momentos en los que McEwan obliga al lector a reinterpretar todos los acontecimientos anteriores ofreciendo para un mismo hecho distintas perspectivas, que unas veces corresponden a distintos personajes y otras a la percepción de un mismo personaje en diferentes momentos en el tiempo (el relato abarca 64 años). Además, se trata de una novela dentro de otra novela: la historia es la autobiografía de la protagonista. Este matiz aumenta la complejidad del relato estableciendo dos planos de lectura y creando una fuente de ambigüedad, puesto que el juicio del lector dependerá de la confianza que otorgue a la narradora y protagonista.

También en «Sábado», «Amsterdam», «Los perros negros» o «El inocente», donde sí existe un narrador externo, éste guarda distancia, como si fuera un observador puntual con conocimiento restringido en vez de un narrador omnisciente. De este modo McEwan consigue evitar que tanto esta voz como la de los personajes sea tomada por el lector como «toda la verdad» acerca de la historia. La ironía, el humor y el significado surgen del propio relato, no de la apreciación del relator.

«Niños en el tiempo», quizás el libro más enigmático de McEwan, supone un paso más allá en su negativa de dar soluciones mascadas al lector. En esta novela se inserta un pasaje que en su primera versión parece onírico: el protagonista, Stephen, se asoma a la ventana de un bar y en el interior ve a sus padres cuando eran jóvenes. Más adelante la madre del protagonista recuerda la misma escena. Ella y su marido, recién casados, estaban en ese mismo bar discutiendo si tendrían o no al hijo que esperaban (el propio Stephen). De repente, la mujer ve un rostro en la ventana. Aunque es un rostro desconocido, de alguna manera sabe que es el de su hijo, y que no puede impedir que nazca.

Por primera vez McEwan introduce una escena que no está sujeta a una lógica realista y que será decisiva en el desenlace de la novela. Como reflexiona Stephen: «Si en ese día no hubiera visto ya dos fantasmas y si no hubiese rozado las envolturas que encierra el tiempo, los hechos y los lugares en que éstos ocurrieron, él no hubiese sido capaz de elegir como hizo ahora, sin deliberación y con una inmediatez que le pareció al mismo tiempo sabia y abandonada».

Densidad narrativa

Esta indagación por el tiempo aparece de una manera o de otra en todas las historias. En ocasiones se hace evidente por medio de los propios mecanismos literarios que sirven para marcar la sucesión temporal: la historia se dilata a lo largo de descripciones detalladas o conversaciones aparentemente triviales y, un momento después, los acontecimientos se precipitan en otra dirección. Desde el final, la sensación que producen los libros de McEwan es de una fuerte condensación temporal en la que nada sobra. En lo que parecían los «tiempos muertos» del relato el autor ha ido proporcionando indicios sutiles de lo que ocurrirá más adelante.

Tomadas en conjunto, las obras de McEwan evidencian un rasgo claramente diferenciador respecto a la corriente dominante en la literatura contemporánea, sobre todo la anglosajona. Mientras que las novelas emblemáticas de nuestro tiempo siguen una línea más interesada por la introspección psicológica, con personajes desencantados, encerrados en sí mismos, McEwan indaga en el polo opuesto. Primero, busca una situación extrema, después sitúa a sus protagonistas en esta encrucijada real para estudiar cómo reaccionan, con sus talentos y sus limitaciones. Es la propia vida y no las meras especulaciones la que les obliga a plantearse quiénes son, y qué deben hacer.

En las historias de McEwan hay muestras de cinismo, pero sus personajes no pueden permitirse ser cínicos puesto que tienen la urgencia de actuar. Poseen algún don que los hace fuertes aunque también sean torpes; capaces de mezquindades, pero con trazas de pureza y, en algún caso, de heroísmo.

Los hombres y mujeres de McEwan, aunque acaben literalmente donde comenzaron, no son los mismos, han perdido y han ganado algo entre el principio y el final. En ocasiones su única recompensa es la clarividencia, a costa de haber perdido todo demás.

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