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Historiador británico documenta la ayuda a los judíos durante la persecución nazi

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Roma. Durante la presentación de la versión italiana del libro «Los Justos. Los héroes desconocidos del Holocausto», del historiador británico sir Martin Gilbert, el secretario de Estado Vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, se refirió a la apertura del proceso de beatificación de matrimonio formado por Jósef y Wiktoria Ulma, en la diócesis de Przemsyl (Polonia). El matrimonio y sus seis hijos fueron asesinados por los gendarmes nazis el 24 de marzo de 1944 en el pueblo de Markowa, por haber escondido en su casa a ocho judíos. No importó a los asesinos que Wiktoria se encontrara en avanzado estado de gestación de su séptimo hijo.

Es uno de los ejemplos de los miles de «justos», muchos de ellos desconocidos, que -según subraya el autor del libro- «rompiendo las cadenas de la indiferencia, del egoísmo, del individualismo, salvaron a un gran número de judíos del exterminio nazi, arriesgando su vida y la de sus familiares». Sir Martin Gilbert, biógrafo oficial de Wilston Churchill y considerado uno de los mayores expertos en la Segunda Guerra Mundial y en la Shoah, dedica su libro a documentar los hechos de quienes se dedicaron a esta tarea en las diversas regiones de Europa controladas por el terror nazi.

Martin Gilbert, de 70 años, es profesor de Historia del Holocausto en el University College de Londres. «Como historiador hebreo -afirmó en una entrevista periodística-, desde hace tiempo he sentido la necesidad de dar a conocer plenamente el hecho de la ayuda cristiana a los hebreos en la Segunda Guerra Mundial, tanto de las personas individuales como de los gobiernos». Gilbert observa que muchos -«especialmente los más ruidosos a la hora de criticar a sus predecesores»- no saben hoy lo que significa vivir bajo una dictadura totalitaria: «Las represalias nazis eran continuas y terribles. Se capturaba y asesinaba a un gran número de salvadores, o presuntos tales. Lo que me asombra es que, a pesar de ello, el instinto salvador nunca pudo ser destruido totalmente».

En este sentido, subraya que afirmar que «Pío XII permaneció ‘silencioso’ sobre el masivo exterminio nazi es un serio error histórico sobre los hechos. Habló, pero actuó con cautela, y se entiende a la luz de las represalias». Sobre si el Papa tendría que haber excomulgado a Hitler, el historiador británico sostiene que «a Hitler no le habría influido lo más mínimo una excomunión papal, excepto quizás para incrementar la persecución contra los católicos en los territorios que controlaba. El Papa debió de haber pensado -desde mi punto de vista, acertadamente- que cada intervención directa suya habría producido consecuencias desastrosas en forma de represalias».

Gilbert recuerda que a finales de 1940, el dominio nazi en Europa alcanzó un nivel mucho más totalitario, de modo que hablar abiertamente suponía un peligro aún mayor. Por esta razón, adquiere un especial significado el mensaje que Pío XII lanzó en la Navidad de 1942, en el que mencionaba a los centenares de miles de personas que por razones de nacionalidad o de estirpe encontraban la muerte o estaban destinadas a una progresiva ruina. Solo una semana antes, los gobiernos de Estados Unidos, Inglaterra y Unión Soviética habían hecho una declaración oficial en la que hablaban de la persecución y exterminio contra los hebreos. El mensaje del Papa fue también un acto de denuncia, y así fue entendido por la Oficina Central para la Seguridad del Reich.

El historiador recuerda que la idea de escribir este libro le vino hace más de treinta años, durante una estancia en Jerusalén. Un día vio por casualidad a un grupo de hebreos entrar en un cementerio cristiano.

En respuesta a su curiosidad, le informaron que eran judíos polacos que iban a rendir homenaje a un cristiano que les había salvado la vida. Gilbert se unió a la ceremonia. Era el entierro de Oskar Schindler, que aunque murió en Alemania quiso ser inhumado en Jerusalén.

Diego Contreras

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