Enseñar las virtudes

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Para no «imponer valores», en Estados Unidos la enseñanza de la ética se basa en la discusión de casos y dilemas morales. Se pretende así que los alumnos desarrollen su habilidad dialéctica y se acostumbren a defender posturas diversas. Según Christina Hoff Sommers, profesora de filosofía en la Clark University de Estados Unidos, este método fomenta el relativismo y olvida que la misión de la educación moral es enseñar virtudes (The Public Interest, primavera 1993).

Algunas veces he organizado un juego macabro con mis alumnos de primer curso. Intento encontrar algunos actos que ellos mismos condenen como moralmente inaceptables: torturar a un niño, matar de hambre a alguien o humillar a un inválido. La réplica es frecuentemente la misma: «La tortura, matar de hambre o humillar puede estar mal para usted o para mí, pero ¿quiénes somos nosotros para decir a otros que está mal?».

(…) Nuestra responsabilidad de profesores va más allá de informar sobre las diversas teorías éticas y hacer que los alumnos desarrollen sus habilidades dialécticas. He llegado a convencerme de que el método de los dilemas carece especialmente de fuerza constructiva y de hecho puede ser un factor que genere un relativismo moral o agnosticismo superficial.

(…) Si se acepta la idea de que la enseñanza de la ética puede aspirar a la edificación moral del oyente, entonces la cuestión es: ¿qué tipo de enseñanza es eficaz? Mi propia experiencia me lleva a recomendar un curso sobre la filosofía de la virtud. Aristóteles es el mejor punto de partida. Filósofos tan diversos como Platón, San Agustín, Kant o Mill escribieron sobre el vicio y la virtud. Y existe una impresionante literatura moderna sobre el tema. Pero el locus classicus es Aristóteles.

(…) He descubierto que el contacto con Aristóteles socava inmediatamente el relativismo dogmático; es más, la tendencia a hablar de la moral como si fuera relativa al gusto o a la moda disminuye y puede llegar a desaparecer. La mayor parte de los alumnos se sienten naturalmente atraídos por la idea de desarrollar una personalidad virtuosa.

Cuando el estudiante se sumerge en el problema de qué tipo de persona llegar a ser y cómo lograrlo, los asuntos de ética se transforman en una serie de preguntas concretas y personales.

(…) Las obras de Aristóteles y otros filósofos de la virtud están repletas de argumentos y controversias, pero los estudiantes que las leen despacio no sienten la tentación de decir: «no hay bien ni mal, tan sólo argumentos buenos y malos».

(…) Algunos detractores de la educación moral que trata de inculcar principios argumentan que se trata de un modo de lavar el cerebro. Pero eso es un error pernicioso. Lavar el cerebro consiste en disminuir la capacidad para juzgar razonadamente. Por eso sería perverso y engañoso sostener que ayudar a los niños a desarrollar el hábito de decir la verdad o jugar limpio atenta contra su capacidad de tomar decisiones razonadas. Es justamente lo contrario: los buenos hábitos morales refuerzan la capacidad de juzgar racionalmente.

Consideremos un momento la diferencia entre la moda actual de enseñar la ética proponiendo dilemas para que los discutan los alumnos, y el método antiguo, que solía recurrir a cuentos y parábolas para inculcar principios morales.

En un dilema moral (…) no es evidente quién es bueno y quién malo. A los personajes les falta carácter moral, y además existen en un vacío, fuera de las tradiciones y las convenciones sociales que influyen en su modo de actuar en una situación problemática. En un dilema no es evidente qué está bien y qué está mal, qué es vicio y qué es virtud. Un dilema puede atraer intelectualmente a los alumnos. Pero apenas mueve sus emociones y su sensibilidad moral. (…)

Historias y parábolas no son siempre lo más apropiado para enseñar ética en la escuela secundaria o en la universidad, pero los clásicos de la literatura sí lo son. Entender El rey Lear, Oliver Twist, Huckleberry Finn o Middlemarch requiere que el lector de algún modo entienda -y comparta- lo que el autor dice sobre los vínculos morales que unen a los personajes y que sostienen la estructura social donde los personajes actúan. Pensemos en los deberes filiales. Una enseñanza de El rey Lear es que la sociedad no puede subsistir cuando se convierte en norma que los hijos desprecien a los padres. Así, los personajes literarios pueden ofrecer a los alumnos los paradigmas que Aristóteles consideraba esenciales para la educación moral.

No pretendo decir que los casos y dilemas morales no tengan un lugar en los programas de ética. Enseñar algo sobre la lógica del discurso ético y la práctica del razonamiento moral es claramente importante a la hora de resolver conflictos acerca de los principios. Pero la casuística no es lo adecuado para empezar, y los dilemas por sí solos aportan poco o ningún alimento moral. Más aún, una dieta exclusiva de dilemas éticos tiende a crear en el estudiante la impresión de que la ética es un juego propio de abogados.

(…) Lo que quiero decir es que los profesores deben ayudar a sus alumnos a darse cuenta de la herencia moral que se contiene en la literatura, la religión y la filosofía; que la virtud se puede enseñar y que una educación moral eficaz apela tanto a las emociones como a la inteligencia. La mejor enseñanza de moral es la que estimula a los estudiantes, haciéndoles ver con claridad que está en juego su propio carácter.

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