En qué creen los periodistas (cuando creen)

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Los informadores norteamericanos y su religión
Si los años del Watergate y la dimisión de Richard Nixon fueron los de mayor apoyo del público norteamericano a su prensa, la década de los noventa ha estado marcada por una creciente desconfianza de la sociedad estadounidense hacia sus periodistas. Este fenómeno ha dado lugar a un amplio debate en el que se ha afirmado que un factor del distanciamiento entre el público y los medios es que los periodistas «son a-religiosos en el mejor de los casos o, incluso, anti-religiosos». Según estos críticos, muchos informadores son «insensibles» a los valores e intereses de la mayoría del país, uno de los pueblos más religiosos de Occidente.

La cuestión ha llevado a Nieman Reports, la revista de la Fundación Nieman, a publicar un amplio dossier sobre los periodistas norteamericanos y la fe, que incluye comentarios de expertos, testimonios personales de periodistas de distintas religiones -católicos, judíos, baptistas, episcopalianos, etc.- y los resultados de varias encuestas realizadas en diversos momentos entre profesionales de los medios de comunicación.

De la investigación se desprende que los periodistas norteamericanos son tan religiosos como el resto de sus compatriotas (aunque en las encuestas se declaran menos practicantes de lo que en realidad son, mientras los demás norteamericanos exageran su fe religiosa); que les resulta muy difícil saber si su religión influye en el modo en que trabajan -uno de los dogmas del periodismo es la imparcialidad-; que muchos piensan que para trabajar bien tienen que poner en práctica virtudes religiosas, y están seguros de que la religión influye en su vida y en sus decisiones importantes de tipo laboral o familiar. Y que quizá los periodistas más religiosos se encuentran en el Medio Oeste, donde la gente en general es más religiosa, mientras que los menos practicantes están en el Este, donde la prensa es más secular.

«Si mamá dice que te quiere, chequéalo»

La caricatura del periodista cínico tipo Walter Matthau en Primera plana, que para conseguir una noticia sensacional pasa por encima de cualquier principio, se acerca bastante a la imagen que los propios profesionales quieren dar de sí mismos. La imparcialidad, la objetividad que a veces se confunde con el escepticismo, forma parte del credo de los periodistas de todo el planeta. Lo refleja bien un comentario del profesor Roy Peter Clark recogido en el dossier de Nieman Reports: «Un viejo dicho de las redacciones es: si tu madre te dice que te quiere, chequéalo. Yo lo que diría es: si tu madre te dice que te quiere, por Dios, dile que tú también le quieres y envíale un ramo de flores».

El aparente distanciamiento entre periodistas y religión se explica, según John Dart -un veterano profesional que desde hace 35 años se dedica a la información religiosa-, porque el primer mandamiento del periodista es que hay que separar el trabajo de las convicciones personales. Además, «hablar de Dios en las redacciones es muy raro, porque los puntos de vista espirituales de cada uno y sus compromisos religiosos no sirven para charlas de pasillo, igual que tampoco sirven en otros lugares de trabajo».

El periodismo, un «sacerdocio»

En parte, dice el mismo Dart, lo que les pasa es que convierten el periodismo en un sacerdocio. «Llevando las cosas al extremo, yo sugeriría que el periodismo es una cuasi-religión que salva a los que la practican de los encantos corruptores de los intereses partidistas. (…) Por buenas razones algunos dicen que el periodismo es una vocación, no sólo porque tantos periodistas tienen sueldos cercanos al límite oficial de pobreza, sino porque la vocación bendice a los que arrojan luz sobre la verdad, o a algo que se le parece, y denuncian los pecados cometidos contra el público. Esta catedral de las noticias que ocupa un terreno moral muy alto es el Cuarto Poder, y está equipada con intimidantes púlpitos para periodistas de lenguas afiladas, ordenados como columnistas y comentaristas».

A todo el que conozca una redacción por dentro le resultará evidente que, de un modo u otro, las creencias de los redactores influyen en sus decisiones. Gay Talese, en su libro El reino y el poder, recuerda otro viejo refrán periodístico sobre The New York Times, el diario de mayor influencia en Estados Unidos: «Su capital es judío, está redactado por católicos y lo leen los protestantes». Talese explica que la razón de este dicho era que en la década de los treinta, «un elevado porcentaje de los redactores era católico. La sección de los bullpen [literalmente, pluma de toro, un grupo de redactores que seleccionaban la información y decidían cómo iba a publicarse] era llamada irónicamente ‘la católica pluma de toro’ por el resto de la redacción, y aunque no pudo probarse, se sospechaba que Neil Mac Neil, Raymond H. McCaw (el redactor-jefe de los correctores) y algunos más intentaban reflejar en su modo de seleccionar y presentar las noticias el punto de vista católico, eliminando en consecuencia cuanto se refiriese al control de la natalidad o destacando cuanto hablase de los peligros y de las consecuencias del comunismo, por ejemplo».

Lo que sucede es que el periodista tiende a trabajar en el medio que más se acerca a su modo de pensar y en el que, por tanto, se siente más cómodo. Así, en Estados Unidos, los periodistas judíos, los católicos y los protestantes más liberales trabajan en las grandes ciudades de las costas Este y Oeste, mientras que los más religiosos y los protestantes más conservadores tienden a hacerlo en el Sur y el Medio Oeste, donde la gente es más religiosa y también los periódicos tienden a actuar como la voz de sus audiencias, que son más conservadoras.

La afirmación de que los periodistas norteamericanos no son religiosos es desmentida por Judith M. Buddenbaum, profesora de la Universidad del Estado de Colorado. Quienes sostienen lo contrario suelen citar el libro The Media Elite, de Robert S. Lichter, Stanley Rothman y Linda S. Lichter, que dice que la mitad de los periodistas que entrevistaron en 1986 respondieron que no tenían religión y que 8 de cada 10 dijeron que casi nunca o nunca iban a actos religiosos. Pero, según la profesora Buddenbaum, este estudio es parcial. Para realizarlo se entrevistó a 240 periodistas de siete medios, pero todos ellos de Nueva York y Washington, entre los que se encuentran los más «liberales» de Estados Unidos (eran New York Times, Washington Post, Wall Street Journal, Time, Newsweek, U.S. News & World Report, ABC, CBS y NBC).

Los periodistas ¿son creyentes?

«La mejor información -afirma la profesora Buddenbaum- sobre todos los periodistas de todos los medios de Estados Unidos proviene de la investigación realizada por los profesores David H. Weaver y G. Cleveland Wilhoi de la Universidad de Indiana. Su encuesta de 1992 incluye respuestas de 1.156 directores, reporteros, columnistas y fotógrafos con responsabilidades informativas en 574 periódicos, revistas y emisoras de radio y televisión seleccionadas al azar».

Los resultados fueron presentados en el libro The American Journalist in the 1990s, en el que se afirma que el 38 por ciento de los periodistas encuestados dijeron que la religión es «muy importante» para ellos, mientras que otro 34 por ciento contestó que sólo es «un poco importante» en su vida. Estos datos son inferiores a la media del país, pues el 61% de la población de los Estados Unidos considera la religión como algo muy importante.

De todos modos, comenta la profesora Buddenbaum, «otras encuestas indican que mientras la mayoría de la población sobreestima su religiosidad, los periodistas, por el contrario, la minusvaloran. Gallup ha mostrado que un 40% de los americanos dicen que la semana anterior fueron a la iglesia. Pero los intentos de confirmar este índice de práctica religiosa han llevado a concluir que es exagerado: después de obtener cifras de asistencia directamente de las propias iglesias y recuentos en una muestra representativa, el sociólogo Woodberry dedujo que sólo la mitad de los que decían que ‘la semana pasada habían ido a la iglesia’ realmente habían ido».

La pose laica, la «respuesta adecuada»

Según Woodberry, las normas culturales llevan a la gente a dar la respuesta socialmente aceptable. «Para muchas personas, esto significa presentarse a sí mismos como creyentes. Pero para los periodistas, la respuesta aceptable es justo la opuesta».

En cuanto a la religión de los periodistas norteamericanos, el estudio de Weaver y Wilhoit afirma que la mitad de ellos habían crecido en familias protestantes, el 29% en católicas, el 5% en judías y el 10% en familias que practicaban otra o ninguna religión. Por otra parte, según un estudio de la American Society of Newspaper Editors de 1996, de 1.037 periodistas que trabajan en 61 periódicos seleccionados al azar, el 37% son protestantes, el 22% católicos, el 5% judíos y el 15% pertenecen a religiones no judeocristianas. El 20% se declaran agnósticos o afirman que no se identifican con ninguna religión.

«Actualmente -afirma Judith M. Buddenbaum- los periodistas que crecieron en familias judías, católicas y protestantes moderadas o liberales están más presentes en la profesión periodística que en la población en su conjunto. Los periodistas que proceden de familias protestantes más conservadoras están poco representados, mientras que los que provienen de familias protestantes muy conservadoras están muy poco representados en esta profesión».

La conclusión de la profesora Buddenbaum es que ni los periodistas son tan agnósticos, ni el público norteamericano es tan creyente. «En general, los periodistas son más religiosos de lo que el público cree que son, y la religión sí supone una diferencia en su trabajo. De todos modos, esta influencia no es probablemente la que piensan quienes ven problemas en la información de los medios».

Miguel CastellvíLas razones de un periodistaUno de los testimonios del dossier es el de Roy Peter Clark, profesor de redacción del Poynter Institute for Media Studies en St. Petersburg (Florida), del que seleccionamos unos párrafos:

Soy un católico americano conflictivo (…). No es fácil pertenecer a la Iglesia más jerarquizada en el país más democrático (…). Sólo en mis artículos este conflicto encuentra solución, y no por una praxis consciente. Me di cuenta después de que The St. Petersburg Times publicó una serie de artículos míos sobre una familia que luchaba contra el SIDA. Una señora conocida se me acercó en el restaurante. «Me impresionó el reportaje porque era muy espiritual, muy católico», me comentó (…). Lo que encontró más fuerte en los artículos fueron los temas del pecado y la redención (…). Escribo con un enfoque moral, y me atraen los personajes que tienen ese enfoque o carecen de él. Presumo que escribo por una razón o unas razones que están relacionadas con los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña.

* Parte de mi formación como católico es creer que tenemos una responsabilidad hacia los pobres, los que padecen hambre, ignorancia, los que sufren, están en la cárcel o los marginados. El hambre de justicia social se satisface por un periodismo que denuncie las injusticias y aplauda a los que curan y los que traen la paz. Me he encontrado al fin del segundo milenio cristiano escribiendo sobre el SIDA (la peste del siglo), el Holocausto (el crimen de este siglo) y Vietnam (el acontecimiento moralmente definitorio de mi generación).* Sigo teniendo un sentido de los milagros en un mundo cientificista y mecanizado. ¿No decimos que la publicación de un diario es «un milagro cotidiano»? Rezo cuando mis hijos están enfermos o cuando las personas que amo tienen problemas. Rezo también por otras razones. Incluso a pesar de que el trabajo del periodista es explicar o iluminar, amo las informaciones que conservan el sentido de lo maravilloso o rompen nuestros esquemas. Conocer a alguien casualmente en el tren. El reencuentro de los miembros de una familia. El perro que salva al niño que se está ahogando, o el niño que salva al perro.* Como profesor de redacción, predico el valor de la concreción y especificidad: el nombre del perro (Rex), el tipo de cerveza, el color de la rosa. Esto ayuda a los lectores a ver y a recordar. Esto inspira, espero, un sentido de santidad de las cosas ordinarias, cosas que están imbuidas de sentido por las acciones, por la bondad o la maldad de los seres humanos corrientes.* Leer un periódico (o ver las noticias del telediario) es como asomarse al abismo del pecado original. Pero creo en la posibilidad de la santidad en el mundo, del poder transformador de la bondad genuina, materializada en el trabajo de Dorothy Day o Madre Teresa o Elie Wiesel, y miles de otros menos conocidos -la enfermera de la clínica oncológica, el profesor de escuela- que creo que pueden y deben llenar nuestros reportajes. Pocos católicos de mi generación pueden escapar a un sentido del pecado altamente desarrollado. Y aunque carecemos de la conciencia delicada que nos llevaría cada semana al confesonario, seguimos creyendo en el mal y en la responsabilidad individual de las personas (…). Creemos que la bondad tiene su recompensa, y la maldad su castigo, y como periodistas, cuando apoyamos el trabajo en favor de los demás o denunciamos la corrupción, podemos servir -pero sólo humildemente- como instrumentos de justicia.Babel o Pentecostés* Creo en el poder formativo de los relatos. He oído decir que entre las grandes religiones, la católica tiene las mejores historias. No sé si es verdad. Pero he escuchado algunas grandes historias entre los judíos y los baptistas. No hemos crecido sólo con Adán y Eva, Caín y Abel, Noé y el Arca, David y Goliat -y las magníficas narraciones de los Evangelios-, sino también con las historias de los santos.* Por vez primera, he escrito directamente sobre materias de fe. En once capítulos, aparecidos en varios diarios, exploré lo que supuso crecer como un chico católico con una abuela judía. Describí el viaje de la fe que me llevó a reexaminar el sentido de la condición judía de Jesús y las raíces de la ética cristiana en la ley judaica. Me quedé asombrado por la respuesta: más de quinientas llamadas telefónicas y mensajes de ánimo sólo de lectores del Miami Herald.* En la Biblia hay dos historias importantes. Una viene en el Génesis y describe la locura de los hombres que intentan construir la Torre de Babel y el castigo de Dios a la humanidad con la confusión de las lenguas. Esta maldición es redimida en los momentos posteriores a Pentecostés, cuando los discípulos, llenos del Espíritu Santo, predican a la gente de muy diferentes naciones y todos les entienden. En cierto sentido, los periodistas tienen que escoger entre estos dos modelos. ¿Vamos a escribir según una voz que únicamente capta y amplifica la confusión a través de la cultura? ¿O podemos escribir con voces auténticas que puedan ser escuchadas por toda la tierra y para el bien de muchos? ¿Y por un ideal?

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