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Datos y prejuicios sobre el cambio climático

publicado
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«Una verdad incómoda»
Un invierno relativamente caluroso, no solo en España sino en otros países de clima templado, ha coincidido con el estreno del documental «Una verdad incómoda» («An Inconvenient Truth») de Al Gore sobre el cambio climático, trayendo con más fuerza a la actualidad el debate sobre los efectos de la actividad humana en el equilibrio ambiental del planeta. El tercer informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) -presentado la semana pasada- aporta nuevas pruebas del calentamiento terrestre.

La película-documental que nos brinda Al Gore, vicepresidente de EE.UU. durante el mandato de Clinton, es fruto de las múltiples conferencias que sobre este tema ha impartido en muy variados lugares del mundo. La idea surgió tras realizar una de esas presentaciones en la ciudad de Los Ángeles. Algunos de los asistentes formaban parte de la industria del cine, y le propusieron realizar un documental profesional con el guión de sus ideas. El fruto es, a mi juicio, una película didáctica, bien documentada, y que presenta el tema de modo bastante accesible y, en general, libre de un tono excesivamente catastrofista, si bien puede dar esa impresión en algunos momentos.

A mi modo de ver, lo más criticable del film resulta una cierta mezcla entre el problema en sí y la biografía del autor, que por un lado le da mayor cercanía al espectador, pero por otro tiene el riesgo de mover el tema hacia la arena política, introduciendo en el debate un sesgo que es en buena parte responsable de la actitud que la sociedad de Estados Unidos tiene ante el cambio climático.

No podemos olvidar que ni en ese país, ni en casi ninguno, es fácil diferenciar el juicio sobre una determinada propuesta y nuestra opinión sobre el partido político que la formula; así, mientras los simpatizantes demócratas aceptan las medidas para paliar el calentamiento global del planeta con pocas discusiones, muchos republicanos, a veces con la misma superficialidad, las rechazan sin mayores quebraderos de cabeza. El consabido: «no creo en el cambio climático» de muchas personas suele estar relacionado con sus simpatías políticas, aunque afortunadamente en EE.UU. -y ojalá ocurriera también en España, en este tema y en otros- siempre hay voces críticas con su propio partido que toman posturas más personales, como es el caso del recientemente reelegido gobernador republicano de California, Arnold Schwarzenegger, que no tiene inconveniente en apoyar las medidas para reducir emisiones que tanto se empeña en negar su presidente.

Tiempo y clima

El término «cambio climático» se refiere a la transformación del clima global del planeta como consecuencia de la actividad humana. El término «clima» implica considerar las tendencias para una serie larga de años de las variables atmosféricas (temperatura, precipitación, viento, etc.) de un determinado lugar. El clima no cambia todos los días, el tiempo sí. Decimos que el clima de la mayor parte de España es mediterráneo para indicar una serie de rasgos que son comunes al interior y la costa sur y este del país: inviernos fríos y secos, primaveras y otoños lluviosos, y veranos secos. Esto lo diferencia de otros climas, como por ejemplo el tropical, donde no hay inviernos fríos, o el oceánico, donde sigue lloviendo en verano. Lógicamente, esto no quiere decir que todos y cada uno de los veranos mediterráneos sean secos, ni que haya cambiado el clima del país porque un verano llueva. Se trata de series largas, al menos de 30 años, y es en esa perspectiva donde las características de la atmósfera se pueden considerar particulares.

Ahora bien, si lo consideramos a escala geológica (de miles a cientos de miles de años), el clima de un determinado lugar del planeta se puede considerar bastante cambiante. Analizando el tipo de anillos de los árboles, las características de los sedimentos, del polen, o del hielo depositado en los casquetes polares, podemos reconstruir variaciones de temperatura y precipitación que nos indican una sucesión de ciclos climáticos. Sabemos que ha habido varios periodos glaciares e interglaciares -por ejemplo, en el que nos encontramos-, y conocemos también algunos factores que pueden explicar esas variaciones del clima: alteraciones de la órbita terrestre, manchas solares, meteoritos, etc.

Calentamiento acelerado

Si el clima es cambiante y hay factores naturales que lo explican, parece lógico preguntarse, por qué se plantea un debate de tanto alcance sobre este tema, y por qué tiene un impacto tan destacado. La respuesta se relaciona con la magnitud de los cambios que observamos, y con la importancia previsible de sus efectos.

A partir de termómetros, dendrocronología y registros en hielo o corales, podemos calcular la variación anual de las temperaturas desde hace aproximadamente mil años. Considerando valores promedio y tendencias cíclicas, ya que -como es lógico- existe una gran variedad en las fuentes, la temperatura promedio anual del planeta ha estado habitualmente entre 0,1 y 0,5º C por debajo de la media de la serie 1930-1960; en cambio, muestra una tendencia creciente en las últimas décadas, situándose actualmente 1º C por encima de los promedios históricos. Si tenemos en cuenta únicamente la serie sobre la que tenemos mediciones más precisas de temperatura (de 1880 al presente), la tendencia se confirma, ya que la temperatura media actual es entre 0,6 y 1º C superior a la observada en el periodo 1880-1910.

En definitiva, en las últimas décadas, se viene observando con mayor claridad una tendencia global al calentamiento del planeta, que no parece relacionarse con ningún factor natural conocido. Además, sabemos con claridad que un factor de origen humano directamente relacionado con ese proceso -la emisión de gases de efecto invernadero- está creciendo a una velocidad vertiginosa.

En consecuencia, observamos un fenómeno y -con las lógicas incertidumbres respecto a un proceso tan complejo- conocemos sus causas. El impacto previsible de este fenómeno sería suficientemente considerable como para tomar medidas urgentes, pero chocamos con que esas medidas afectarán a nuestro actual modelo económico, y ahí viene la resistencia a aceptarlo o la tendencia a retrasar las soluciones. El coste de esas soluciones será alto, indudablemente, pero conviene preguntarse si a larga será más costoso no hacer nada. Analicemos con más detalle los términos del problema para entender hasta qué punto son necesarias y urgentes esas medidas.

El caso del ozono

Algunas personas confunden el problema del calentamiento del planeta con el de la capa de ozono, indicando que ya parece resuelto. En realidad no tienen una relación directa, aunque ambos están asociados con nuestro impacto en las condiciones de la atmósfera. El ozono es un gas que se encuentra situado principalmente en dos capas de la atmósfera, a baja altura (troposfera) y a gran altura (estratosfera): en el primer caso es producido por la combustión industrial y tiene efectos bastante dañinos para la respiración de los seres vivos, incluidos los humanos. En el segundo caso, es un filtro protector de la radiación ultravioleta, que nos afectaría gravemente en ausencia de ese gas.

La observación del adelgazamiento de la capa de ozono estratosférico en los años setenta dio lugar a una serie de proyectos de investigación para encontrar las causas. Se comprobó que el ozono era disuelto por unos gases (los CFC) que se usaban en la fabricación de refrigerantes, y tras un acuerdo global (en Montreal, 1987), se fueron eliminando progresivamente. En ese caso, nadie se mostró cauteloso sobre la existencia o no del agujero de ozono, ni se dudó mucho de la causa, comprobada experimentalmente, ni se propuso posponer las decisiones para confirmar los remedios: los líderes políticos siguieron a los científicos y un problema potencialmente muy grave está ahora en vías claras de solución, aunque todavía sigue siendo preocupante.

No parece que hayamos adoptado la misma actitud con el calentamiento del planeta, donde sigue habiendo escépticos que se niegan a aceptar el hecho, a entender las causas, a prever las consecuencias, y en definitiva a tomar las decisiones que permitan aliviarlo en el futuro.

Las críticas más directas se orientan a EE.UU., el primer país emisor, que firmó pero no ratificó el acuerdo de Kioto. Junto con Australia, son las únicas naciones industrializadas que no aplican este convenio internacional, si bien otras -como España- lo ratificaron efusivamente, pero distan mucho de cumplirlo. A los países en desarrollo, el protocolo de Kioto no les afectaba directamente, pues se les permitía aumentar sus emisiones para garantizar un mayor crecimiento económico; pero les afectará en un futuro inmediato ante el gran impacto que está teniendo el desarrollo industrial y el transporte en algunos de ellos, China y la India, principalmente.

Fenómenos insólitos

Antes indicamos que las estimaciones sitúan el calentamiento entre 0,6 y 1º C sobre las medias históricas, lo que puede parecer de poca importancia. Sin embargo, conviene saber que se trata de valores promedio que esconden incrementos mayores en otros lugares, por encima de 3º C para las zonas más frías del hemisferio norte.

Algunos fenómenos detectados recientemente confirman esa tendencia al calentamiento: en los últimos diez años hemos observado algunos de los más calurosos desde que existen registros de temperatura; se percibe un retroceso generalizado de los glaciares de montaña, en todas las latitudes, y en zonas boreales se ha comprobado un aumento de los incendios y de la duración del ciclo vegetativo. Las previsiones apuntan a un mayor incremento de la temperatura en las próximas tres décadas, entre 1,8 y 4º C de promedio, según el último informe del IPCC.

Causas, efectos y remedios

Conocemos estos datos, y también conocemos sus posibles causas. En función de la temperatura radiativa del sol, la Tierra recibe con mayor intensidad esa radiación en el rango de 0,45 a 0,55 micrómetros. Esto es lo que llamamos radiación solar de onda corta. Ese flujo ilumina y calienta la superficie terrestre, que a su vez emite radiación de onda larga en función de su temperatura. Los gases de efecto invernadero (principalmente el dióxido de carbono -CO2-, vapor de agua, monóxido de carbono -CO- y metano -CH4-) permiten el paso de la radiación de onda corta, pero atrapan la de onda larga (similar efecto al del plástico o el cristal traslúcido), facilitando así que la Tierra esté a una temperatura mucho más alta (unos 33º C más) de la que tendría en ausencia de esa capa protectora. Por tanto, el efecto invernadero es clave para que exista vegetación en la Tierra.

Ahora bien, si incrementamos la concentración de esos gases, aumenta también la temperatura terrestre, en proporción mayor a la que el equilibrio natural nos proporciona. En concreto, la concentración de CO2 que se viene observando en la superficie terrestre, incluidos los registros en capas de hielo, no superó las 290 ppm (partes por millón) desde hace 450.000 años hasta 1960, pasando desde entonces a incrementarse notablemente hasta las 360 ppm que medimos ahora. El origen es sin duda el uso de los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas, etc.) para el transporte, la industria o el hogar, agravado por la pérdida de bosques que funcionaban como sumideros de ese carbono emitido a la atmósfera. En consecuencia, para reducir ese efecto de calentamiento, la solución pasa por reducir las emisiones de estos gases y por frenar la deforestación.

¿Qué lleva consigo reducir las emisiones? En pocas palabras: o bien consumir menos energía, cambiando nuestra forma de vida (menos transporte individual, calefacción y refrigeración más eficientes) o buscar nuevas fuentes de energía que reemplacen a los combustibles fósiles (biomasa, nuclear, hidroeléctrica, solar, eólica, etc.). En resumen, ahorrar por un lado, y buscar alternativas técnicas por otro.

Efectos previsibles

¿Compensa hacer el esfuerzo? Parece obvio que compensa si demostramos que los efectos de ese calentamiento son más graves que los remedios que se proponen. Los efectos son de distinto impacto, en función de las hipótesis de los modelos que se manejan, ya que todavía hay gran incertidumbre en algunas variables. Pueden ser más ligeros de lo que se prevé, pero también pueden ser mucho mayores, ya que no se han considerado posibles efectos multiplicadores. Podemos citar algunos de los más previsibles:

a) Deshielo, bastante obvio ya en glaciares de montaña: modificará el abastecimiento de agua, especialmente en los países más pobres, con pocos embalses construidos. Si el deshielo es mayor, y afecta a vastas zonas de Groenlandia y la Antártida, aumentaría el nivel del mar de modo muy significativo. Por ejemplo, si se fusionara el hielo que tiene actualmente Groenlanda, el nivel del mar subiría 7 metros, lo que supondría que cientos de millones de personas tendrían que desplazarse a vivir a otros lugares. La hipótesis puede parecer muy catastrofista, pero conviene tener en cuenta que registros paleoclimáticos nos indican que en el Plioceno (hace unos 3 millones de años), la temperatura era entre 2º y 3º C más caliente que ahora, y el nivel del mar estaba entre 25 y 30 m por encima de los niveles actuales. En un reciente artículo en «Science» se estima que, con las predicciones actuales, habrá un aumento del nivel del mar entre 0,5 y 1,4 m para fines de este siglo, pero los efectos multiplicadores podrían hacer esa cifra mayor.

b) Variación de los ciclos vegetales: aumento de la temporada vegetativa en las latitudes más frías (que seguramente aumentarían su producción agrícola), y mayor aridez en las próximas a los trópicos, que podrían tener problemas de abastecimiento alimentario.

c) Modificación de la temperatura del mar, lo que implicará mayor potencia en huracanes tropicales y posible alteración de corrientes oceánicas. En el caso más grave llevaría al colapso de la circulación termohalina (un inmenso cinturón de agua que recorre el Atlántico, de norte a sur), si el deshielo de latitudes boreales se acelerara. En ese caso, habría un gran impacto para el clima de Europa occidental, ya que podría alterarse la trayectoria de la corriente del Golfo, haciéndolo más similar al actual de la costa este americana (inviernos mucho más fríos que los actuales), al recibir menor influencia de las aguas cálidas del Caribe.

d) Cambio en el impacto de algunas enfermedades: los vectores de propagación de algunas enfermedades, ahora tropicales (dengue, malaria, etc.), se extenderían a latitudes templadas. Esto afectaría no solo a las personas, sino también a las plantas, ya que podrían aparecer nuevas plagas en cultivos y zonas forestales. De hecho, ya se han observado síntomas de deterioro forestal en latitudes frías, atacadas por insectos que antes no resistían la corta duración de la estación cálida.

Más vale prevenir

Podríamos seguir con la enumeración, pero basta con citar estos efectos, que realmente supondrían un impacto crítico sobre la economía y la vida de muchos millones de personas. Aun admitiendo que se tratara solo de una posibilidad remota -y cada vez es más remoto que sea solo una posibilidad-, un elemental principio de precaución nos obliga a hacer algo al respecto.

En primera instancia, esas medidas pueden llevar consigo sacrificios: incremento en el coste de la energía, reducción del consumo, mayor uso del transporte público y/o autos de bajo consumo (híbridos, eléctricos), tecnologías de producción y construcción más eficientes energéticamente. Ahora bien, a largo plazo, también pueden reportar muchos beneficios tecnológicos, además de mejorar la calidad del aire, contribuir a una menor dependencia energética del exterior y facilitar una relación más equilibrada con los países productores de petróleo. Además, estoy convencido de que supondrán nuevas fuentes de innovación que tendrán a la larga impactos positivos en nuestro modo de vida.

Emilio ChuviecoEl autor es catedrático de la Universidad de Alcalá y actualmente profesor visitante de la Universidad de Maryland.Para saber más

Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (www.ipcc.ch): institución dependiente de Naciones Unidas y de la Organización Meteorológica Mundial. Elabora informes quinquenales sobre las tendencias del clima.

Goddard Institute for Space Studies (www.giss.nasa.gov/research/): instituto de la NASA especializado en análisis del cambio climático.

Earth System Science Partnership (www.essp.org): reúne a varios grupos de trabajo internacionales para el estudio del sistema terrestre. Una de las instituciones participantes es el programa IGBP (International Geosphere-Biosphere Programme), auspiciado por el Consejo Internacional de Uniones Científicas (ICSU).

Oficina del cambio climático en España (www.mma.es/portal/secciones/cambio_climatico).

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