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Las cuestiones que más preocupan a los obispos latinoamericanos

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DURACIÓN LECTURA: 8min.

El éxodo de católicos hacia los grupos protestantes evangélicos, las graves desigualdades sociales, la adopción de leyes contrarias a la dignidad de la familia y la indispensable formación de los laicos son algunas de las cuestiones que más preocupan a los obispos latinoamericanos, a juzgar por las intervenciones en los primeros días de la Conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) que se celebra en Aparecida (Brasil).

El avance de las “denominaciones evangélicas” se siente de modo especial en Guatemala. Mons. Álvaro Ramazzini, presidente de la Conferencia Episcopal guatemalteca, se preguntó por qué estos grupos -influidos por un espíritu pentecostalista y una práctica espectacular de la religión- han tenido éxito, al menos numéricamente. Lo atribuyó, en gran parte, a la deficiente atención pastoral de los fieles católicos por la gran escasez de sacerdotes. “¿Qué atención pastoral puede dar un sacerdote a 40.000 fieles -dijo Ramazzini-, cuando hay comunidades que apenas pueden tener la celebración de la Eucaristía una vez cada tres meses?”.

Su análisis coincidió con el que hizo el cardenal brasileño Cláudio Hummes, quien señaló que las sectas procuran atraer sobre todo a los habitantes de las periferias urbanas pobres. “La falta de evangelización de aquellos que nosotros bautizamos es la causa principal de este fenómeno. Otra es la pobreza y el desarraigo social y religioso del pueblo que emigra del campo a las periferias pobres de la ciudades”. Como solución propuso organizar a los laicos de las parroquias, darles una formación básica, y enviarlos a visitar a las familias, para compartir sus sufrimientos y sus alegrías, rezar con ellas y anunciarles de nuevo la persona de Jesucristo.

Entre los pentecostales y el secularismo

Un caso especial entre los pobres es el de los pueblos indígenas. Como recordó Mons. Ramazzini a propósito de Guatemala, donde el 60% de la población es indígena, estos pueblos “esperan de la Iglesia católica una actitud de amor profundo, de respeto, de valoración y reconocimiento de lo que son”. Pero una verdadera inculturación del evangelio debe tener en cuenta que Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, “no es ajeno a cultura alguna”. Por tanto “ni por asomo se trata de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal”.

El éxodo de fieles hacia otras comunidades es diferente según las situaciones sociales, aclaró el cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. Los más pobres van “hacia el evangelismo pentecostal y algunas sectas nuevas”, mientras que en las clases medias y altas las defecciones asumen la forma de “vivencias espirituales alternativas”.

Entre las capas más instruidas, en los medios de comunicación y en la política se advierte más bien la expansión de una cultura postmoderna y secularista. Según el cardenal Hummes, esta cultura “se caracteriza por un individualismo y subjetivismo extremados, que se manifiestan en el pluralismo, en el relativismo, en el secularismo y en el permisivismo moral, bajo el pretexto de una autonomía subjetiva que rechaza la normatividad de una verdad fundante y universal. Al mismo tiempo, crece un laicismo militante y antirreligioso”.

Las prioridades de la evangelización

En las intervenciones de los primeros días predominaba la identificación de problemas antes que la propuesta de soluciones. Sin embargo, algunas, como la del presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador, Mons. Fernando Sáenz Lacalle, destacaron por su concreción. Mons. Sáenz explicó que el trabajo pastoral que están realizando en su país se basa fundamentalmente en las directrices que propuso Juan Pablo II en la carta apostólica Novo millennio ineunte.

En primer lugar, la conversión personal. Y citó a este respecto lo que decía su predecesor Mons. Óscar Romero, un mes antes de ser asesinado: “No gritemos solo cambios de estructuras porque de nada sirven las estructuras nuevas cuando no hay hombres nuevos que manejen y vivan esas estructuras”. Otras prioridades pastorales en esta línea son la oración, la participación en la Eucaristía dominical, la recepción de la gracia en el sacramento de la Penitencia, la escucha y el estudio de la Sagrada Escritura, especialmente importante en la situación actual “cuando las sectas y los protestantes fundamentalistas están ganando adeptos entre los católicos que tienen poca formación bíblica”.

Por último señaló que el trabajo por la justicia social debe inspirarse en el amor, y no en la confrontación. “Nuestra voz tiene que ser una voz de paz y de reconciliación. Sin ignorar los grandes problemas y la miseria en que viven tantos salvadoreños, tenemos que ofrecer un modelo de compromiso ajeno a la lucha de clases e inspirado en la caridad”.

No a las soluciones estatalistas y autoritarias

La persistencia de graves desigualdades sociales, como afrenta a la justicia y obstáculo al desarrollo, está siendo un leitmotiv de las intervenciones. En algunas de ellas se observa la tendencia a achacar las dificultades de la región a los ajustes necesarios para abrir su economía al mercado globalizado. Pero aunque esto haya tenido sus costes sociales, la experiencia de otras regiones como China y Asia indica que es un requisito previo para el desarrollo en el mundo actual.

Nadie niega que los costes y beneficios de esa transformación pueden repartirse de un modo mucho más justo. Pero las soluciones estatalistas y autoritarias han perdido su atractivo entre los obispos. Así, el presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela, Mons. Ubaldo R. Santana, advirtió el peligro del “socialismo del siglo XXI”, que promueve Hugo Chávez en su país: “La propuesta avanza y ocupa cada vez más espacio dentro de las instancias de poder, el estamento militar y mediático, creando entre los venezolanos una gran polarización. Ha crecido el clima de inseguridad y de violencia sobre todo en las fronteras. Hemos empezado a ser un país de emigración”.

¿Hay dirigentes políticos católicos?

La respuesta para que una mayor justicia no se consiga a costa de la libertad hay que buscarla en la doctrina social de la Iglesia, impulsada por laicos que actúen de modo coherente en la vida pública. Esta es la recomendación en la que muchos coincidieron. El cardenal Renato Martino, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, señaló que la doctrina social de la Iglesia “forma parte de su misión y es instrumento de evangelización”. No se basa en modas ni en ideologías, ni siquiera se trata de un tema puramente moral, sino que su impulso es “el mandamiento supremo de la caridad, principio fundamental de la fe cristiana”.

Para dar un nuevo impulso a la doctrina social en el continente, Martino propuso que se incluya adecuadamente en los medios de formación de los candidatos al sacerdocio, de los catequistas, de los agentes de pastoral, y que sirva como referencia esencial en la acción encaminada “a formar para el compromiso social y político de los fieles laicos”.

La formación y la coherencia de vida de los laicos es precisamente un punto doloroso en la evangelización de la región. Y esto se siente cada vez más tanto en la persistencia de las desigualdades sociales como en la falta de coherencia en la actuación política.

Por eso, hoy se comprende que la preocupación por los pobres exige también la evangelización de las minorías influyentes. Mons. Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, lo reconocía: “Es indispensable que reafirmemos nuestra opción por los pobres. Pero esta opción no basta. Debemos optar también por la evangelización del mundo político, del mundo empresarial, del mundo de los capitales para que en estos mundos penetre el sentido ético como solidaridad con el otro en necesidad.”

A esto se refirió también el arzobispo Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, al decir: “Da la impresión de que en vuestras tierras existen no pocos dirigentes políticos que se declaran ‘católicos’, más por la búsqueda de consenso o como tributo a la tradición de las naciones que como verdadera asunción de responsabilidad y coherencia a la luz de la fe y de la doctrina social de la Iglesia”.

Para remediar esta situación, Martino subrayó la necesidad de “una presencia más coherente e incisiva de los fieles laicos en los areópagos culturales y escenarios políticos”.

También se felicitó por el auge de los nuevos movimientos y comunidades eclesiales, que han ofrecido “un fuerte impulso misionero y una gran imaginación en la presentación del anuncio de Cristo y en la formación en la fe, cooperando con fidelidad a la misión de la Iglesia no sólo en América Latina sino en el mundo entero”. Por lo tanto, “los movimientos no son un problema -como a veces se dice-, sino más bien un don, y como don ha de ser acogidos en las Iglesias locales”.

Las leyes sobre la familia

Un capítulo especialmente decisivo en el que deben empeñarse los ciudadanos católicos son las leyes sobre la familia. El cardenal colombiano Alfonso Pérez Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, advirtió el inmenso desafío que suponen los cambios legales propuestos o aprobados en diversos países de la región, con los que “se quiere introducir falsos nuevos derechos en nombre de la no discriminación”. Lamentó “la penosa ausencia de políticos cristianos, decididos a dar un necesario testimonio”, y revalidó que “cuando son ellos la fuente de leyes inicuas no deben recibir la eucaristía al negar valores imprescindibles sobre los cuales la Iglesia no puede negociar”.

Pero la Iglesia debe sobre todo intentar convencer a los que tienen la responsabilidad del bien común de los pueblos, reconoció López Trujillo. En esta línea mencionó la preparación del IV Encuentro Continental de políticos y legisladores, abierto a participantes de todos los partidos.

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