Francia: la libre elección de escuela pública se convierte en tema electoral

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En la Francia de las libertades, la libertad de elegir escuela solo existe en el sector privado; en el público, cada alumno debe ir a la escuela que le corresponde según su domicilio, de acuerdo con la «carta escolar». Pero ahora los dos políticos que se perfilan como candidatos para las próximas elecciones presidenciales han sugerido que es hora de adecuar la ley a la libertad de elección que reclama un creciente número de padres. Nicolas Sarkozy, presidente del gubernamental UMP, propone lisa y llanamente suprimir la carta escolar. Ségolène Royal, la candidata más favorecida por los sondeos entre los socialistas, se inclina por flexibilizarla, para permitir la elección entre dos o tres centros. El asunto levanta ampollas en los sectores de la izquierda más apegados a este tabú.

El sistema de escolarización en función del domicilio, instaurado en 1963, responde a un planteamiento planificador -crear plazas escolares en función del número de alumnos de un barrio- y a un deseo de favorecer el contacto entre alumnos de distinto origen social. Pero este razonable ideal no ha funcionado en la práctica. Pues tampoco dentro del sector público todas las escuelas son iguales. Hay centros prestigiosos, con exigencia intelectual y buenos profesores; y otros, sobre todo en barrios conflictivos, que son el caldo de cultivo del fracaso escolar. Por eso los padres quieren poder elegir.

Para conseguir saltarse la carta escolar, muchos padres utilizan estrategias más o menos legales: elegir un idioma o una materia optativa o un horario que solo se da en determinados centros, inscribirse en el censo en casa de un pariente o amigo, o incluso mudarse de barrio si es preciso. De este modo, cuando llega el momento de pasar a la enseñanza secundaria a los 11 años, el 10% de los alumnos de la enseñanza pública están inscritos en un centro distinto del que les correspondería. Y otro 20% está en la enseñanza privada (ver Aceprensa 133/00 y 27/01).

Los padres que logran cambiar a sus hijos al colegio público deseado suelen ser los que cuentan con mejor información y contactos. Así, la proporción de hijos de profesores que estudian en un centro público distinto del que les correspondería es el doble de la general. En la enseñanza privada lo que predominan son los hijos de empresarios, agricultores y cuadros, si bien no puede decirse que sean centros exclusivos, ya que una de cada dos familias francesas recurre a un centro privado en algún momento de la escolaridad de sus hijos.

A favor de la supresión o flexibilización de la carta escolar se aduce el respeto a la libre elección de las familias y el reconocimiento de que esta fórmula no ha favorecido la mezcla social. De hecho, si cada vez hay más separación social por el barrio de residencia, la adjudicación de escuela según el domicilio solo contribuye a reforzarla. Quienes salen más perjudicados son los que tienen menos medios económicos, que quedan atrapados en escuelas más problemáticas y de menor nivel educativo.

En contra de la supresión de la carta escolar se asegura que la libre elección polarizaría las peticiones de plaza en los mejores colegios, mientras que los centros mediocres irían de mal en peor. Si no es posible una mezcla social, vendría bien al menos una mezcla intelectual: la presencia de buenos alumnos eleva el nivel y ayuda también a los alumnos desaventajados. Otros destacan que el deseo de salirse de la carta escolar es un problema más bien de París y de las grandes ciudades, y no una preocupación de todos los padres.

Cómo mejorar los centros menos atractivos

Se trata de un tema muy sensible para las familias, y de ahí que los dos posibles candidatos presidenciales -ambos más atentos a la realidad que a la ideología- se hayan manifestado partidarios del cambio. De Sarkozy cabía esperar que se pronunciara a favor de enterrar sin llanto la carta escolar. Ségolène Royal se ha desmarcado una vez más de los tabúes de la izquierda al afirmar que «lo ideal» sería «suprimir la carta escolar», a fin de «permitir una forma de elección entre dos o tres centros, a condición de que los colegios menos atractivos sean reforzados con actividades escolares de alto nivel». Los barones socialistas se han rasgado las vestiduras ante esta propuesta «que no se atiene al programa del partido».

Pero el problema no es cómo retener a las familias en colegios que no quieren, sino qué hacer para mejorar los centros que van mal. El informe de una comisión del debate nacional sobre el porvenir de la escuela, propugnaba en 2005 que, en el caso de centros muy problemáticos, los padres pudieran elegir dentro de un sector geográfico más amplio. El informe proponía dedicar más medios a los centros con dificultades y darles más autonomía, sin suprimir la carta escolar.

Otros piensan que el mejor modo de mejorar la enseñanza sería favorecer la libertad de elección de los padres, pues esto obligaría a los centros a superarse para atraer a las familias o bien a cerrar en el caso de los más degradados. Esto suena a sacrilegio a los sindicatos de la enseñanza pública y a los políticos más izquierdistas. «Hacer lo que preconiza Nicolas Sarkozy llevaría a destruir la educación pública y a poner en su lugar un sistema competitivo tal como están haciendo los ingleses», declara a «Le Monde» (5-09-2006) Philippe Guittet, presidente del sindicato mayoritario entre los directores de centros.

En cualquier caso, el tema de la libre elección de escuela pública se ha puesto sobre la mesa electoral, y resulta un plato atractivo para un público cada vez más celoso de su libertad de elegir menú.

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