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Los homosexuales no son idóneos para ser sacerdotes

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La Iglesia católica ha revalidado en un documento que los homosexuales no reúnen las condiciones para ser llamados al sacerdocio, y por lo tanto no deben ser admitidos en seminarios y noviciados. En un breve y firme documento de tres páginas, la Congregación para la Educación Católica, de la que dependen los seminarios, zanja una cuestión que se había suscitado sobre todo a raíz de los casos de abusos sexuales de sacerdotes en Estados Unidos.

La Congregación sitúa esta cuestión particular en el marco de diversas enseñanzas anteriores sobre normas y orientaciones para la preparación de los futuros sacerdotes. Por la ordenación sacerdotal, el candidato queda configurado a Cristo, al que sacramentalmente representa. El documento sostiene que «el candidato al ministerio sacerdotal debe alcanzar la madurez afectiva. Tal madurez le hará capaz de ponerse en una correcta relación con hombres y mujeres, desarrollando en él un verdadero sentido de la paternidad espiritual».

Luego recuerda que desde el Concilio Vaticano II hasta hoy la Iglesia ha confirmado sus enseñanzas sobre la homosexualidad, que distingue entre actos y tendencias homosexuales. Los actos son «pecados graves», «intrínsecamente inmorales» y «no pueden ser aprobados en ningún caso». Por otro lado, las tendencias homosexuales «profundamente arraigadas» son «objetivamente desordenadas y a menudo constituyen, para quienes las sufren, una prueba». «Tales personas deben ser acogidas con respeto y delicadeza; y se evitará tener con ellas cualquier tipo de injusta discriminación».

Aun dentro de ese respeto, la Congregación aclara que «no se puede admitir en el seminario y a las sagradas órdenes a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la llamada cultura gay».

«Dichas personas se encuentran en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres». El documento subraya que «no son irrelevantes las consecuencias negativas que se pueden derivar de la ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas».

El documento introduce un matiz en el caso de «tendencias homosexuales que fueran solo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia no culminada», y señala que estas inclinaciones «deben ser en cualquier caso claramente superadas al menos tres años antes de la ordenación diaconal».

La última parte de la instrucción se refiere al discernimiento de la idoneidad de los candidatos al sacerdocio por parte de la Iglesia. Recuerda que la vocación es un don de Dios, al que responde el hombre con libertad. «No basta el deseo de ser sacerdote y no existe un derecho a recibir la ordenación sagrada», sino que compete a la Iglesia discernir la idoneidad de los candidatos. El obispo o el superior mayor, antes de admitir a la ordenación al candidato, «debe llegar a un juicio moralmente cierto sobre sus cualidades», y «en caso de duda seria, no debe admitirlo».

Se indica a los directores espirituales que en sus coloquios con el candidato deben «recordar las exigencias de la Iglesia sobre la castidad sacerdotal y la madurez afectiva específica del sacerdote» y «comprobar que el candidato no presenta perturbaciones sexuales incompatibles con el sacerdocio». Los que presentan tendencias homosexuales arraigadas deben ser «disuadidos» de querer ser sacerdotes. «Sería gravemente deshonesto que un candidato ocultase la propia homosexualidad para acceder, pese a todo, a la ordenación», concluye. El documento fue aprobado por Benedicto XVI, con fecha 31 de agosto.

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