Como la mayoría de quienes me están leyendo ahora, no me cabe ni una opinión más sobre el nuevo disco de Rosalía. Dudo que el 7 de noviembre, día del lanzamiento, hubiera un ser humano sobre la tierra que no aprovechara un coche, un metro, un paseo, una plancha o que era viernes y aflojamos en la oficina para escuchar Lux. Miles de ellos, además, convertidos de la nada en críticos musicales, subieron un reel a redes sociales. No vaya a ser que el mundo se quede sin saber qué opina uno sobre lo nuevo de Rosalía. Sería dramático.
Pues yo estoy igual. Aunque no voy a analizar el disco. Porque si lo hago, que tendréis que pedirlo de rodillas, ya que es un disco espiritual, aprovecharé que escribo en un medio slow y lo haré con calma y después de leer a la gente que sí sabe de música y haber masticado las letras. Porque no es un disco fácil.
Por si no lo analizo, adelanto que Lux me ha parecido magistral. Que me ha emocionado Magnolias, casi lloro con Mio Cristo Piange Diamanti, se me ha pegado Porcelana y me he reído con Perla, recordando a Shakira y Bizarrap. Si fuera cine hablaría de obra maestra. Aunque quizás sí sea cine…
Pero, en realidad, lo que más gracia me está haciendo estos días en que todos escriben sobre Lux, es imaginarme a muchos periodistas preguntando a la IA qué son las reliquias, las indulgencias o las lenguas de fuego y a los obispos consultando si “Dios es un stalker” es una blasfemia o una letanía. Hay muchos que han tenido que refrescar sus catequesis infantiles y otros buscar qué es una red flag o qué significa tigueraje.
En este boom –superficial o profundo– de lo católico, uno de los aspectos que me parece más inspirador es que demuestra que existe un terreno común en el que podemos hablar y entendernos personas de diferentes edades, credos o idiomas. Y ese terreno es, y lo ha sido siempre, la cultura. El arte, la música, el cine, la literatura, son –o deberían ser–, sobre todo, espacios donde ampliar nuestros conocimientos, nuestros puntos de vista, nuestra sensibilidad. Lugares donde enriquecernos “espiritualmente” en el sentido más amplio de la palabra.
Porque es un enriquecimiento conocer la vida de santa Teresa de Jesús (que tuvo los mismos dilemas que Rosalía en Sexo, llantas y violencia) o de santa Hildegarda de Bingen, y también aprender a disfrutar de unas palmas mezcladas con violines y toques de autotune. Y fascina poner a dialogar la intervención divina de la ya nombrada Dios es un stalker, con la del gran tema musical de Los domingos, Into my arms, de Nick Cave.
Y por eso, porque la cultura es, o debería ser, una fuente de crecimiento, de diálogo, de comprensión y de “ascensión” es tan perverso violarla con la política y utilizarla para polarizar.
Dicho esto, sigamos hablando de Lux y de Los domingos, de libros, de discos y de películas.