Un empresario musical de éxito, pero en declive, tiene que decidir si paga o no el rescate por un secuestro. Su fortuna está en juego si opta por pagar, pero si no lo hace puede perder todo su prestigio como filántropo y defensor de la causa racial.
La adaptación que Kurosawa hizo en 1963 de esta novela norteamericana de Evan Hunter es uno de los thrillers más influyentes de todos los tiempos. Directores de la talla de Martin Scorsese o Sam Mendes han expresado su admiración hacía una película extraordinaria en su original estructura dramática, planificación y desarrollo de personajes. Es evidente que Spike Lee ha querido hacer un tratamiento personal novedoso, con una utilización constante de la música que mezcla todo tipo de géneros y tonos, con frecuencia bastante más desconcertante y saturada que sugerente y atinada.
Pero el principal problema de este remake es el guion del primerizo Alan Fox, que no logra transmitir la verosimilitud e intensidad que pedía la historia. Los diálogos y situaciones son tan artificiales y estereotipados que resulta muy complicado conectar con los personajes, llegando a un nivel esperpéntico en la caracterización de los secuestradores o de algunos policías evidentemente racistas.
Ni siquiera la presencia de actores de la talla de Denzel Washington y Jeffrey Wright o el cuidado diseño de producción pueden disfrazar las carencias de esta desnaturalizada adaptación.