No es la ideología, es el poder

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El primer ministro indio Narendra Modi habla con el presidente ruso Vladimir Putin y el presidente chino Xi Jinping en el Centro de Convenciones de Meijiang, Tianjin, China, el 1 de septiembre de 2025 (foto: Brian Jason / Shutterstock)

Resulta algo difícil de medir, pero es muy probable que mucha gente vote a favor de un partido principalmente porque están en contra de otro u otros, casi visceralmente. No porque entiendan o estén de acuerdo o en desacuerdo con una ideología. Entre otras razones, porque las ideologías hace tiempo que se han desteñido.

Hubo una época en la que las actuaciones políticas eran ideológicas. En realidad, a pesar de llevar el morfema ideo, las ideologías tenían poco que ver con las ideas y sí mucho con medias verdades, pasiones, y, en casos extremos, odios. Con todo, en el fondo de las ideologías había unos principios y esos principios tenían que ver, de algún modo, con lo ético.

Eso sí: la posibilidad de funcionar con principios cambiantes, según las conveniencias, estaba siempre ahí. Balzac lo mencionaba en el personaje de Vautrin de la novela Papá Goriot: “No hay principios, solo acontecimientos: no hay leyes, solo circunstancias. El hombre superior esposa los acontecimientos y las circunstancias para poder manejarlos. Si hubiera principios y leyes fijas, los pueblos no los cambiarían como nosotros cambiamos de camisa”. En otra novela, Padres e hijos, de Iván Turguénev, el joven Bazárov, que se declara “nihilista”, dice: “¡Los principios no existen, solo existen las sensaciones! Y todo depende de ellas”.

Me refiero a todo eso en pasado porque, aunque queden restos, lo vigente tiene ya poco que ver con lo ideológico. Se sigue utilizando la fraseología ideológica en las batallas políticas a escala nacional, pero en el mundo en su conjunto y en cada país la lógica que se impone es la del Poder.

Esto se ha podido ver, si hiciera falta, desde la segunda victoria de Trump. ¿Cuál es su ideología? ¿Qué quiere decir “republicano”? Su ideología es su capricho y sus negocios, las posibilidades que le da el poder. Su voluntad ha hecho que cambie el escenario mundial. Se podrían poner de acuerdo Trump, Xi Jinping y Putin en repartirse las influencias en el mundo. No por coincidencias en ideologías (en principio, estarían opuestas: uno liberal conservador de lo propio; otro, leninista-capitalista; otro, excomunista nacionalista), sino por la mostrenca realidad del poder. Pero XI Jinping piensa que le conviene más entenderse con Putin y llegar a un acuerdo con Modi, en la India.

Lo que sufre cuando se impone la lógica del poder es la libertad. No la libertad en abstracto, sino la libertad individual. Si eso no se advierte con más claridad se debe a esa posibilidad, ya advertida por Alexis de Tocqueville en el primer tercio del XIX, de que muchas personas, de forma más o menos consciente, acepten una situación de menos libertad a cambio de una mayor seguridad. Eso es lo que, ya en el siglo XVI, Étienne de la Boétie llamó “servidumbre voluntaria”.

La tan cacareada globalización puede ser también globalización de esa servidumbre. Ya no hay siervos de la gleba, pero sí del globo. Empresas de comercio o de comunicación están hoy en manos de cuatro o cinco personas. Se nos regula la vida con ignorados algoritmos. Como hay que vender y vender para que la máquina siga funcionando, las incitaciones a la compra son continuas y constantes. Hubo un tiempo en el que hasta los diarios publicaban poemas. Hoy dependen de la prosa de la publicidad.

Si hay algo que le molesta al poder es tener que compartirlo. Y si hay algo en lo que se empeña diariamente es en aumentarlo. Quien tiene el poder, cualquiera que sea la forma de adquirirlo, llega a pensar que esa es su naturaleza: nacido para mandar. Es la lógica de las dictaduras. Pero también en democracia se puede dar un aferramiento al poder por el procedimiento de cambiar de principios cada vez que convenga.

Lo trágico de todo esto es que el individuo aislado no puede hacer casi nada para defenderse. Necesita una mediación, y así nacieron los partidos políticos. Pero dentro de los partidos funciona también la lógica del poder y todo puede acabar dependiendo de la voluntad de uno. Por eso, esa conjunción planetaria de Putin-Xi Jinping-Modi es el resultado de algo que está siempre latente y a lo que se refirió hace siglos Maquiavelo: no hacer caso al deber ser ético: “Hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son”.

Para no perder la esperanza se puede añadir que eso de Maquiavelo vale en situaciones políticas, en los engranajes del poder. Las personas corrientes y honradas, que son más de lo que parece, pueden atender al deber ser, haciendo el bien a su alrededor. Tapándose la nariz mientras se esparce el hedor de la pizza de los tres quesos, a saber, Putin, Xi Jinping y Modi, este último aliado de las dictaduras a la vez que presume de que la India es la democracia más extensa del mundo, procurando ocultar que el antinatural sistema de castas sigue vigente en gran parte del extenso Estado.

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