Cada 28 de junio se recuerdan las manifestaciones de personas LGBT contra una redada policial en el pub Stonewall Inn en 1969. Desde ese año, la celebración del Orgullo ha ido creciendo en participación. Y en extensión, porque del día se pasó a la semana y de la semana al mes. Eso no impide que cada vez sean más los que critican estas celebraciones… y no, no son solo los conservadores. Muchas de estas críticas vienen, precisamente, desde dentro del colectivo.
Alrededor de junio no es extraño encontrar informes e informaciones en los medios sobre la comunidad LGTB. Algunos entran ya dentro del cliché, como las listas de personas LGTB influyentes; otros tienen más interés, como los estudios de la percepción de la sociedad hacia el colectivo o sus hábitos de consumo.
El último informe LGBT+ Pride Report 2025, que se realiza a partir de una muestra de 26 países, señala que hay un apoyo mayoritario a este colectivo, especialmente en todo lo relacionado con evitar actitudes de homofobia o transfobia. En España, por ejemplo, el 81% pide protección legal contra la discriminación del colectivo, y un 69% apoya contar con leyes específicas para personas LGTB. El informe muestra, de todas formas, que el apoyo al colectivo ha perdido fuerza y ha bajado siete puntos desde el año 2021. Curiosamente, son los hombres y los jóvenes los que menos apoyan que las personas puedan mostrarse libremente según su orientación o identidad.
Las explicaciones son variadas y no todas se deben, como señalan algunos medios, a corrientes reaccionarias. Muchas personas, especialmente jóvenes que han crecido en países donde las personas homosexuales se casan (en España el llamado matrimonio igualitario ha cumplido 20 años), adoptan y tienen los mismos derechos que los heterosexuales, no ven tan necesario seguir hablando de minorías necesitadas de protección. Algo parecido sucede con la celebración del orgullo por las calles. Quizás en otras épocas era el único momento en el que las personas LGTB salían del armario (y lo hacían en carroza). Hoy, en la mayoría de los países, salen a diario. Y casi siempre, sin ningún problema.
Las marcas se retiran
El despego hacia el Orgullo se ha visto subrayado este año, especialmente en Estados Unidos, por el recorte que ha hecho Donald Trump a las políticas de diversidad. Ese recorte se ha traducido en que muchas marcas se han bajado rápidamente del barco “arcoíris”. Y también de las tradicionales marchas del Orgullo. En la de Nueva York, por ejemplo, han declinado participar grandes patrocinadores de otros años, como Mastercard, PepsiCo, Nissan, Coca‑Cola, Citi, Amazon (Audible), Comcast, Diageo, Benefit Cosmetics, Garnier o PwC. The North Face no ha elaborado una campaña rainbow este año; tampoco Nike, por segundo año consecutivo. BMW & Cisco no han añadido este año en su logo la bandera arco iris. Y en la famosa y popular National Football League solo cuatro equipos usaron logos pride.
No hay que buscar en estas retiradas un rechazo a las personas LGTB ni actitudes homófobas, sino probablemente algo mucho más simple: un desinterés económico.
Alrededor del Orgullo –y es una crítica común desde dentro del colectivo– se mueve mucho dinero. Por una parte, porque las personas LGTB suelen gozar de un nivel adquisitivo mayor al tener, en general, menos cargas familiares. Las marcas son conscientes y tratan de cuidar a un consumidor que compra más y mejor en sectores tan diferentes como la restauración, la cosmética, la tecnología o los viajes. Por otra parte, los eventos alrededor del Orgullo atraen fondos a las ciudades. El año pasado, la celebración madrileña supuso unos ingresos de 560 millones de euros para la capital, un 9% más que una semana normal. En el año 2019 se llegó a cuantificar lo que gastaban los participantes en las fiestas del Orgullo: aunque la mayoría se dejaba unos 25 €/día, el 30% tuvo un gasto medio de 121 €/día, incluyendo ocio, compras y gastronomía.
Estas cifras dan la razón a los que critican que el movimiento alrededor del Orgullo es, sobre todo, un movimiento económico y, cuando disminuye el interés económico porque cesan las partidas que alimentan las políticas de diversidad o porque hay personas LGTB que critican el rainbow washing de algunas marcas (que solo defienden la diversidad en el mes de junio) y deciden no consumir… simplemente desaparecen del mapa. Lo que interesaba quizás no eran las personas LGTB… era su dinero.
Banderas políticas
Algunas de las marcas que se han retirado lo han hecho también al comprobar cómo las celebraciones alrededor del colectivo LGTB están provocando, especialmente en los últimos años, importantes debates y fracturas sociales. Desencuentros que perjudican también sus cuentas de resultados
La mayoría de la población no suele tener demasiados problemas en apoyar que las personas LGTB desfilen un día. Sí muestran más reparos en que las ciudades se paralicen una semana y se llenen de eventos de dudable gusto. Pero lo que definitivamente ha hecho perder la paciencia a muchos es que la semana del Orgullo sea la excusa, por una parte, para gastar dinero público en partidas cuestionables (como preservativos o lubricantes) y, por otra, para hacer apología de prácticas muy contestadas socialmente como los procesos de transición en menores o para defender determinadas batallas culturales o políticas.
En Londres, el año pasado, la alianza LGB, que defiende los derechos de lesbianas, gais y bisexuales sobre la base del sexo biológico y se opone a algunas medidas relativas a los derechos transgénero, escribió una carta al alcalde de Londres solicitando la retirada del cartel promocional del Orgullo que mostraba a una joven trans con los pechos mutilados. La celebración del deseo entre personas del mismo sexo, afirmaban, se ha sustituido por la exaltación del cuerpo mutilado de las mujeres.
Este año, la polémica ha venido de la mano del cartel de la marcha del Orgullo en París, una ilustración que recoge personas de diferentes razas, insignias y banderas que asisten al estrangulamiento de un hombre blanco con el lema “Queers de tous los pays unissons nous: Contre l’internationale réactionnaire” (Queers de todos los países, uníos contra la internacional reaccionaria). Tanto el eslogan como la imagen han indignado a muchos. William Marx, escritor y profesor del Collège de France y titular de su Cátedra de Literatura Comparada, publicaba hace unos días en Le Monde que “el secuestro político (de esta fecha) es patente, como un punto final en la evolución del movimiento LGBT durante el último medio siglo. Donde antes se animaba a las personas homosexuales a exhibir libremente su sexualidad, ahora se les pide que apaleen a los fascistas”. Marx critica también el aglutinamiento de diferentes causas, desde la defensa del Estado palestino a la oposición al régimen de Orbán, bajo una misma bandera supuestamente progresista: “En este cartel, todos son queer, excepto los fascistas (y, sin embargo, con su pelo naranja y su gusto rococó, ¿no es Trump el líder queer por excelencia?)”, se pregunta.
En la misma línea se pronunciaba también la periodista británica de UnHerd Josephine Bartosch, que ha criticado algunos informes publicados en Gran Bretaña sobre el supuesto retroceso de los derechos de las personas LGTB. Bartosch señala que, las personas del colectivo, en Gran Bretaña, gozan de una situación privilegiada y que los estudios alarmistas que hablan de retroceso lo hacen con el único objetivo de ensanchar las leyes trans con sus correspondientes y millonarias dotaciones económicas. “Para mantener viva esta expansión ideológica, presentan cualquier desafío a su visión del mundo, por muy razonado y democrático que sea, como evidencia de un inminente golpe de Estado de la extrema derecha”.
En definitiva, la rendición incondicional al capital, la identificación con el lobby trans y la utilización de la bandera pride para alentar la polarización son las principales críticas que, desde dentro del colectivo, se hacen a la celebración del Orgullo. Ya se ve que no todo es color de rosa dentro del arco iris.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta