El último favor que ha hecho Francisco a los periodistas ha sido morirse un lunes a las 7:00 de la mañana. Un lunes, además, postvacacional.
A la mayoría de los periodistas, la confirmación de la noticia nos ha pillado en la tradicional “reunión de redacción”. También en Aceprensa. Todavía con el shock de la noticia, hemos ido dando ideas y posibles enfoques. El redactor-jefe ha propuesto un artículo sobre las frases de Francisco y el director ha sugerido extraerlas de las encíclicas. Yo, como pertenezco a la parte lúdico-festiva de la redacción, me he quedado absolutamente enganchada a la facilidad de Francisco para pronunciar frases que podrían ser titulares. O mejor, casi títulos de películas. Con lo difícil que es titular bien.
Francisco ha sido el Papa del hagan lío. El de los pastores con olor a oveja. El de la Iglesia como hospital de campaña. El de quién soy yo para juzgar. El de todos, todos, todos. El de la Iglesia en salida, la Iglesia no es una aduana ni una ONG y prefiero una Iglesia herida a una Iglesia encerrada. El de la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia. El del sudario sin bolsillos y los jóvenes-sofá. El de los cristianos con cara de pepinillo en vinagre… o de funeral. El del Mediterráneo como tumba. El de construir puentes y derribar muros. El del Dios que primerea y misericordia. El de no balconeen la vida. El de solo mirar de arriba abajo para dar la mano y ayudar. El de los santos de la puerta de al lado. El de las homilías de máximo ocho minutos para no dormir a los fieles. El de los sustantivos por encima de los adjetivos. El de gracias, perdón y permiso.
Ha sido también el argentino explosivo que, para éxtasis de los medios, sorpresa de muchos católicos y pavor de sus portavoces, ha criticado a suegras y cardenales, ha comparado a las monjas chismosas con terroristas, ha dicho que es mejor ser ateo que mal cristiano y ha hablado de carrerismo eclesiástico y mariconeo en los seminarios.
Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha sido una máquina de titulares. Ha sido el inquilino en Santa Marta, el que pagó su cuenta en el hostal donde se alojó en el Cónclave y el que visitaba la óptica para comprarse las gafas. El que llamaba por teléfono para felicitar cumpleaños. El del abuelo en casa. El que habló de su psiquiatra. El de señora, suélteme el brazo y la negación de bendición con otro exabrupto: señora, es un perro, no su hijo.
Era el Papa hincha del San Lorenzo, el de Manzoni y Los novios y Señor del mundo, de Robert Hugh Benson. El Papa de El festín de Babette y de La comparsita de Gardel. El de la Virgen desatanudos y el san José soñador.
El Papa, que diez días antes de morir visitó San Pedro por sorpresa en silla de ruedas, con cánula de oxígeno, camiseta interior y manta. Como cualquier otro anciano enfermo.
El Papa, moribundo, que se subió por última vez al papamóvil para despedirse de los fieles, en un gesto –el del encuentro, la cercanía– que volvía a convertirse en titular.
El último favor que nos hizo el Papa Francisco a los periodistas fue morirse un lunes laborable, pero cuántos favores nos ha hecho antes. Y cuánto le vamos a echar de menos.
4 Comentarios
¡Genial! Gracias
A ti por leer y comentar
“El cine está llamado a transmitir la belleza, que es la gran expresión de Dios”. DEP
Gracias Juan Antonio!