Michelle es una agradable anciana. Vive en un pueblecito de la Borgoña y es íntima amiga de Marie Louise. Su mayor anhelo es pasar más tiempo con su nieto, pero su hija no le va a poner las cosas fáciles.
En la filmografía de François Ozon hay luces y sombras. Como en la de muchos otros cineastas, por otra parte, pero quizás aquí de una manera más acusada. En las sombras hay divertimentos y cuasi vodeviles. En las luces, dramas como Frantz, Gracias a Dios, En la casa o Todo ha ido bien. Dramas, la mayoría de las veces, con su consiguiente oscuridad y ambigüedad moral, marca de la casa, marca de Ozon.
Aparentemente, Cuando cae el otoño podría encajar en la casilla de dramedias amables. Estamos ante una película que se ve muy bien, con ritmo, con sentido del humor y protagonizada por una galería de personajes con los que es muy fácil empatizar. Una de esas películas ligeras francesas que suelen gozar del aplauso del público.
El problema, que es más ético que cinematográfico, es que este envoltorio esconde toda una bomba moral. Un homenaje a la mentira. A la supuestamente piadosa. Y una disculpa al crimen. O, más concretamente, un tributo a aquello de que el fin justifica cualquier medio. Sobre todo si este medio, por muy cruel que sea, está orquestado por muchos y, al ser imposible de descubrir, parece merecer la impunidad. Que en el centro de la mentira esté un adolescente añade un punto de perversión a la historia.
Pero todo es tan naif, tan superficial, que el espectador puede terminar aceptando la perversión con una sonrisa y un encogerse de hombros: al fin y al cabo, hablamos de Ozon.