La hora de la Naturaleza

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La hora de la Naturaleza

Ibis blanco de Australia (CC Fir0002/Flagstaffotos)

 

Recientemente ha llamado mi atención una noticia según la cual un ave australiana –el ibis blanco– parece haber añadido a su dieta un cierto tipo de sapo. Esto, que podría parecer poco relevante, me sacudió profundamente porque hace unos años utilicé la historia de estos sapos como un buen ejemplo de los desastres que pueden darse si alteramos artificialmente los ecosistemas naturales; ahora, el ibis blanco redondea mi relato de un modo que nunca habría podido imaginar.

El sapo de la caña de azúcar, originario de América Central y del Sur, fue introducido en el continente australiano en 1935 para combatir una plaga de escarabajos que destruían las cosechas de caña de azúcar. Aparte de comer escarabajos, el sapo de la caña de azúcar tiene sus propios mecanismos de defensa ante posibles depredadores: genera toxinas venenosas mediante unas glándulas situadas en el lomo. En las regiones de América de donde proviene, sus depredadores naturales se han adaptado a estas toxinas, de tal forma que se alcanza una situación de equilibrio y el número de sapos se mantiene dentro de unos márgenes estables.

En cambio, en Australia los potenciales depredadores resultaron ser muy sensibles a las toxinas del sapo de la caña de azúcar, ya que nunca se habían visto expuestos a ellas y no habían desarrollado los mecanismos necesarios para contrarrestarlas. El resultado fue una gran mortalidad entre los posibles depredadores y el consiguiente boom demográfico del sapo. Actualmente se estima que hay cientos de millones de ejemplares de este anfibio en Australia, donde ha alcanzado dimensiones de plaga. El ejemplo adquiere tintes dramáticos si consideramos que, además, su introducción en el continente no logró exterminar los escarabajos que debía combatir.

Este es solo uno entre los muchos ejemplos de la literatura científica que ilustran el delicado equilibrio en el que se encuentran los ecosistemas, formados por tal cantidad de elementos e interacciones que resulta difícil predecir lo que pasará si se elimina o se introduce una nueva variable.

El ibis inventa un nuevo método de caza

Pero aquí entra en escena el ibis blanco. Casi cien años después de la llegada de los sapos al continente australiano, estas aves han comenzado a comérselos enteros sin sufrir los efectos tóxicos del veneno del batracio. Lo fascinante es que no se trata de una adaptación evolutiva clásica, una mutación que les hace insensibles a las toxinas del sapo; al contrario, estas aves han desarrollado una estrategia de caza mediante la cual fuerzan a los sapos a soltar su veneno, después los lavan y los ingieren sin sufrir daño alguno.

Una ONG medioambiental australiana empezó a recibir mensajes de personas que habían grabado o fotografiado este singular comportamiento, en el que los ibis parecían “jugar” con los sapos, lanzándolos en el aire y frotándolos contra la hierba. Sucede que este anfibio libera el veneno en la piel cuando se ve amenazado; por eso el ave lo toma en su pico y juega con él, lo asusta para que suelte las toxinas. Después limpia la piel restregándolo contra el suelo o incluso lavándolo en alguna fuente de agua cercana. Con este refinado método de caza, puede ingerirlo entero sin otro peligro que una pequeña indigestión.

Los sistemas vivos tienen una combinación única de resiliencia y plasticidad que ha permitido a la vida mantenerse en la Tierra generando nuevas formas

Según el profesor Rick Shine, que lleva veinte años estudiando sapos, ya se sabía que las aves son menos susceptibles al veneno del sapo de la caña de azúcar que serpientes o mamíferos. Los cuervos y halcones, por ejemplo, suelen comer las partes del sapo más alejadas de las glándulas venenosas; pero esta es la primera vez que un ave desarrolla un método relativamente sofisticado para comérselo entero. Dada la enorme capacidad procreadora de estos sapos, por cada hembra que desaparece de la población se evita la llegada de unos setenta mil nuevos ejemplares cada año; por tanto, los ibis podrían suponer el comienzo del fin de esta plaga en el continente, ya que este comportamiento se ha observado en aves distribuidas por toda la cosa este australiana. Lo cual no está exento de cierta ironía, pues el ibis blanco tiene entre los locales muy mala reputación, como pájaro carroñero que destroza basureros.

Todo interconectado

Aparte de mejorar la imagen del ibis en Australia, esta increíble historia nos recuerda muchas cosas interesantes sobre la forma de actuar de los sistemas naturales, lecciones que pueden ser útiles cuando la salud del planeta es cada vez más precaria. La Naturaleza es una realidad sistémica y por tanto compleja, a menudo impredecible. Nosotros la descomponemos cuando queremos estudiarla, centrando la atención en un elemento o sistema concreto; aunque esto facilita el progreso de las ciencias naturales, está claro que se trata de una simplificación. Por eso, este paradigma ha ido dando paso, en las últimas décadas, a otro en el que se estudia la Naturaleza como un gran “sistema de sistemas” en el que todo parece estar realmente interconectado, formando parte de un único proceso en el que se integran un sinfín de elementos cuyas interacciones es difícil entender en profundidad.

Es relativamente sencillo crear un buen modelo matemático para describir el comportamiento de un sistema dinámico lineal, es decir, un sistema en el que la influencia de A sobre B aumenta o disminuye siempre de forma constante. Pero cuando esta linealidad se pierde, nos encontramos ante sistemas dinámicos no-lineales cuyo comportamiento es muy difícil de captar en forma de ecuaciones. Estos son, precisamente, los sistemas vivos: sapos, aves o los grandes ecosistemas que los albergan. En principio, estos sistemas podrían ser descritos de modo determinista si conociésemos todos los elementos que lo forman y cada una de sus interacciones. Pero esto raramente sucede, y a menudo entran en régimen caótico puesto que son muy sensibles a pequeñas variaciones en las condiciones iniciales del sistema. Lo interesante es que habitualmente se estabilizan en torno a una configuración concreta que les otorga cierta solidez, permitiendo al mismo tiempo la flexibilidad suficiente para que puedan reaccionar a estímulos externos, modificando sus condiciones internas y adaptándose o evolucionando. Esta combinación única de resiliencia y plasticidad de los sistemas vivos es lo que ha permitido a la vida mantenerse en nuestro planeta generando formas cada vez más bellas y maravillosas, por utilizar la expresión con la que Darwin cierra El origen de las especies.

De modo que la sencilla historia de nuestro sapo y el ibis blanco ilustra maravillosamente algo que puede arrojar un poco de optimismo ante la crisis medioambiental que padecemos: la Naturaleza tiene una increíble capacidad de curación, de recuperación, si dejamos que actúe según sus propias dinámicas internas y a su propio ritmo. Difícilmente podremos arreglar la salud del planeta nosotros solos. Es la hora de dejar espacio para que los sistemas naturales puedan regenerarse; es la hora de la Naturaleza.

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