¿Volvemos al campo o mejoramos las ciudades?

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Volvemos al campo

Tras la experiencia vivida en los últimos años, un buen número de gente, y también de empresas, ha reevaluado sus prioridades a la hora de decidir dónde quieren vivir y trabajar. Hay quienes –como los nómadas digitales– han dejado las grandes ciudades y han optado por acercarse al campo. Pero no es una decisión fácil, porque influyen muchos factores y algunos chocan entre sí. Los datos, en cambio, hablan del éxodo rural en todo el mundo y del aumento de población en las grandes urbes.

Desde hace años se habla de la “España vaciada” como si fuera un problema exclusivo de España o acaso del conjunto europeo y, sin embargo, en países como Vietnam, Australia o Angola tienen el mismo problema. La realidad es que el mundo rural se está vaciando en provecho de las ciudades, las cuales reportan indudables ventajas y beneficios, pero en ocasiones también nos fallan. No solo por la contaminación, el ruido, la falta de espacios verdes o incluso el exceso de tráfico, sino por no estar preparadas ante posibles desastres naturales.

Actualmente estos factores pueden contribuir a inclinar la balanza a favor de abandonar las grandes ciudades. Sobre todo, cuando se unen otros factores de tipo económico, familiar o laboral. Una mirada reflexiva a los dos platillos de la balanza nos puede ayudar a sopesar el problema.

Dentro de la Unión Europea hay países que destacan por su aumento de población, como Irlanda o –más aún– Francia, con una excelente tasa de natalidad. Al mismo tiempo, los pequeños municipios de Alemania oriental se vacían en beneficio de Berlín, mientras España aumenta su población en la costa y especialmente en Madrid.

La migración a las ciudades es uno de los factores principales de la disminución de la tasa de fecundidad

Según un informe de Julius Baer Group, para 2050 solo quedará en el mundo rural el 30% de la población mundial (hoy, el 47%). Sin embargo –según ese mismo estudio–, la actual tendencia se ralentizará en Europa y EE. UU. y se detendrá casi por completo en China, en donde en estas últimas décadas la población urbana ha crecido en más de 500 millones de personas. En África –predice el informe–, más de 1.000 millones de personas emigrarán del campo a las ciudades, un crecimiento dos veces más rápido que en el resto del mundo.

Menor fecundidad en las ciudades

La urbanización mundial parece imparable pero a partir de 2040, momento en que aproximadamente se alcanzarán los 8.000 millones de habitantes, la población mundial comenzará a disminuir. Así lo predicen, en contra de la ONU, el demógrafo noruego Jørgen Randers y el profesor Wolfgang Lutz de Viena, quienes piensan que el proceso de urbanización mundial es uno de los factores principales de la disminución de la tasa de fecundidad.

Es verdad que en los pueblos o en las ciudades intermedias no hay tantas oportunidades laborales como en las grandes ciudades, y ese es uno de los principales motivos de la despoblación, pero también las pequeñas poblaciones poseen grandes atractivos: su calidad de vida y su cercanía a la naturaleza, el aire limpio que se respira en el campo, la tranquilidad que reina en esos lugares (sin prisas ni bocinas). Lugares donde se puede dormir y disfrutar de las cosas pequeñas de cada día; y donde el coste de la vida es menor. Todo esto posee un especial atractivo para autónomos que trabajan de modo remoto o para pymes que operan desde internet.

Sin embargo, resulta muy difícil competir con las ciudades en los servicios de sanidad y educación; también en los establecimientos comerciales o en las ofertas culturales y de ocio, aunque estos últimos puedan suplirse más fácilmente. Con la merma constante de población, muchos núcleos rurales ya han perdido los servicios básicos de sanidad y educación que ofrecían.

Estrategias contra la despoblación

En los próximos años, muchos municipios se extinguirán sin remedio alguno. Ante esa realidad, se han ensayado distintas estrategias tanto políticas como sociales o económicas con el fin de frenar la despoblación. Son interesantes las medidas para conseguir “territorios rurales inteligentes”: potenciar el talento asociado al entorno o promover la formación universitaria mixta online-offline, etc.

Pero también hay pueblos que han optado por fusionarse con otros para formar poblaciones mayores. O algunas poblaciones con menos de 5.000 habitantes que se han propuesto competir con los atractivos de las urbes. Y para eso asegurar en primer lugar una buena conexión a Internet de banda ancha –vía satélite, si hace falta– y lanzar después el anzuelo a grandes empresas como Amazon, interesada en localizaciones para sus centros de procesamiento de datos.

Una estrategia contra la despoblación consiste en ofrecer incentivos a las empresas que se establezcan en pueblos

Incluso, en otras poblaciones algo mayores, se ha producido el “efecto sede”, como ha ocurrido con éxito en Arteixo, un pueblo gallego con cerca de 30.000 habitantes donde se ha instalado Inditex: un gigante textil con 4.000 trabajadores. La mayoría de ellos son jóvenes que viven allí y que han sido testigos del resultado obtenido tras el aterrizaje de la empresa en el pueblo: nuevas empresas, restaurantes, hoteles, etc. Entre otras cosas, porque también ellos mismos demandaban algo más que un lugar para trabajar.

Otra de las estrategias para llamar la atención de empresas es la energética. Hay pueblos que, por su ubicación o climatología, poseen unas condiciones inigualables para poder ofrecer fuentes de energía verde (hidroeléctrica, eólica, solar, geotérmica…), hoy muy demandadas por las empresas. También desde hace tiempo ha sido rentable crear polígonos industriales, cercanos a estaciones ferroviarias o autopistas, para potenciar el desarrollo de pequeñas poblaciones.

Desarrollo económico rural

Sin embargo, Peter Orazem, profesor universitario de Iowa (EE. UU.) y experto en este tema, piensa que la clave está en las estrategias de desarrollo económico rural, porque suelen ser más exitosas que las políticas de atracción de empresas. Tal vez también influya el eco que dejaron las ciudades que algunas empresas construyeron para sus empleados en los siglos XIX y XX. Crearon un modelo de ciudad industrial, lejos de las grandes urbes, que integraba viviendas, parques, servicios sanitarios, educativos y de ocio. La idea se exportó después a todo el mundo. Eran chocolateras (Cadbury, Inglaterra); fábricas de máquinas de escribir (Olivetti, Italia); empresas textiles (Lowel, EE. UU.) o pueblos mineros (Lynch, Kentucky). Algunas siguen funcionando, pero la mayoría entraron en crisis al cesar la actividad industrial o extractiva. La empresa acabó vendiendo las viviendas a sus empleados y el Ayuntamiento haciéndose cargo de los servicios.

Esas ciudades industriales ideales –algunas hoy se han convertido en atracciones turísticas– resultaron comunidades utópicas pese a tener asegurado el trabajo y la vivienda, y estar cerca de enclaves naturales de gran valor ecológico. En la actualidad, las cosas han cambiado y se valora más la economía abierta (diversificación de los sectores económicos), las exenciones fiscales y unas leyes urbanísticas que favorezcan, sin sucumbir en el intento, el establecimiento de empresas y la construcción de apartamentos e infraestructuras. Por ejemplo, los ingleses tienen las enterprise zones: localizaciones con una serie de ventajas fiscales para nuevas empresas.

Hacer las ciudades más amigables

No es tan fácil competir con los atractivos de las ciudades, de ahí que se haya repetido con frecuencia que “las ciudades son el mayor invento del hombre”. Y es verdad, pero aún quedan grandes problemas por resolver para hacerlas más amigables.

El primero es la contaminación atmosférica, que en el futuro será la principal causa ambiental que frenará el éxodo rural en China. Le sigue el problema no menor de la contaminación acústica. Hay ciudades como Cantón, Bombay, El Cairo o Nueva York que parecen vivir inmersas en un continuo embotellamiento: el tráfico, las obras, los camiones de basura, las ambulancias… El ruido es uno de los factores que más daño hace al ser humano. Otra tercera contaminación, que también es importante, es la lumínica. Desde las calles de algunas ciudades es imposible ver el cielo estrellado, y no es una cuestión poética, es el bienestar de la oscuridad nocturna lo que se echa de menos.

Podríamos seguir enumerando las posibles mejoras de las ciudades. Por ejemplo, es verdad que la llegada a la ciudad desde el campo proporciona grandes incentivos laborales, educativos y sociales; pero también supone un gran cambio cultural que crea a veces un contexto poco favorable para tener más hijos.

Pese a todo, en el futuro cada vez seremos más urbanos y, por eso, la mayoría sigue apostando por mejorar las ciudades. Según Julius Baer, en las próximas décadas, las grandes ciudades serán menos ruidosas, más limpias e inteligentes. La electromovilidad será una realidad. Tanto el coche eléctrico como el autónomo acabarán por desplazar a los motores de combustión y ayudará a reducir la contaminación acústica del tráfico.

También los avances en Big Data son importantes porque se monitorizarán las urbes y cada vez habrá más ciudades inteligentes, como el programa Smart City de Dubai 2021, que pretende transformar la ciudad en un centro tecnológico mundial, conectando a internet de alta velocidad todas sus infraestructuras (agua, distribución de residuos, edificios, semáforos, etc.), no solo para reducir las emisiones de CO2, sino para garantizar también la eficiencia energética.

El aumento creciente de población en las grandes ciudades solo menguará cuando las poblaciones intermedias generen suficientes atractivos a la gente. Es posible conseguirlo siempre que a las ya conocidas cualidades de las ciudades se añadan las del campo: más naturaleza y humanidad.

Antonio Puerta López-Cózar
Arquitecto

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