Los científicos y los escépticos ante el cambio climático

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La transición energética hacia una economía de bajas emisiones de carbono exige un replanteamiento de la economía y del consumo. Para que los ciudadanos lo acepten, hace falta que estén bien informados sobre el cambio climático y sus consecuencias, de modo que sepan distinguir entre las certezas científicas, las hipótesis y las teorías infundadas que circulan.

Inicia estos días el Congreso español la tramitación de la ley de Transición Ecológica y Cambio Climático. No se trata de un texto irrelevante, sino más bien una legislación que afecta al núcleo de nuestro modelo productivo. Se trata también de una de las promesas electorales menos atendidas del actual gobierno, que ha priorizado otros asuntos de mucha menor urgencia social (educación, eutanasia), quizá poniendo delante su agenda ideológica de las necesidades reales de la gente.

¿Por qué se trata de una ley de gran trascendencia? Porque trata de elementos clave del sistema productivo, más en concreto sobre la forma en que producimos y consumimos energía, que afecta a todos los sectores: tanto a la producción agraria, como a la industrial, al transporte y al consumo.

También es una oportunidad para reenfocar la actividad económica. Después del batacazo de las hipotecas en el 2008, que afectó singularmente a España por su gran dependencia del sector de la construcción (la economía del ladrillo), el covid-19 ha desmoronado en 2019 el segundo cimiento económico, el turismo. No es de extrañar que España sea el país europeo con mayor pérdida de PIB durante la pandemia (un 22% hasta agosto, un 9% al final de año). Esto debería llevar a tomar decisiones drásticas sobre la actividad económica, diversificando y poniendo énfasis en sectores ligados a la innovación y la investigación.

El proyecto de Ley de Cambio Climático puede ayudar en esa dirección si se orienta adecuadamente y cuenta con un consenso generalizado. En mi opinión, no puede cambiarse la economía (como la educación o la sanidad) a base de mayorías, sobre todo cuando son tan precarias: es preciso fundamentar las cosas importantes sobre grandes acuerdos, que prevalezcan sobre la precariedad y el cortoplacismo electoral.

Según una encuesta, casi el 60% del público cree que los científicos no se ponen de acuerdo sobre la existencia del cambio climático

En un reciente estudio del Real Instituto Elcano sobre la opinión de los españoles ante el cambio climático, se observa un acuerdo generalizado sobre la importancia del problema (piensan que es el más importante al que se enfrenta el mundo, aunque conviene indicar que todavía no se había iniciado la pandemia) y sobre su atribución principalmente humana (el 92% está de acuerdo), pero la aceptación es mucho más baja cuando las medidas a tomar tienen impacto personal (solo el 57 % estaría dispuesto a pagar más en el impuesto de circulación para compensar las emisiones de su auto), con una clara influencia de la ideología política (la proporción de los que favorecen estos impuestos sube al 70% entre los encuestados de izquierda y baja hasta el 39% para los de derecha). En este, como en otros temas ambientales, se tiende a cargar la responsabilidad en otros (empresas, otros países) y se reconoce mucho menos la influencia de los hábitos y el consumo personal (que suponen el 65-70% de las emisiones de gases efecto invernadero: Ivanova y Büchs, 2020).

¿Cómo se percibe la ciencia del cambio climático?

En una de las contestaciones más llamativas de esta encuesta, el 59% opina que los científicos no se ponen de acuerdo sobre la existencia del cambio climático (la proporción sube al 70% entre los encuestados de derecha). En un reciente artículo que resume los trabajos publicados en revistas científicas en las últimas décadas, se indica que, de aquellos que investigan las causas del cambio climático, el 97% lo atribuyen al factor humano, por solo el 3% que lo hacen a causas naturales (Cook et al., 2006).

Las bases científicas que fundamentan la hipótesis de que existe un cambio climático de origen humano son muy sólidas

La proliferación de ruido seudocientífico en las redes sociales está en buena parte detrás de este contraste entre lo que los científicos dicen y lo que el público piensa que dicen (Lewandowsky et al., 2019). El fenómeno, en este como en otros temas científicos de actualidad (las vacunas frente al covid, por ejemplo), es muy preocupante, ya que supone una barrera fundamental para adoptar políticas más ambiciosas para afrontar el problema.

Conviene recordar que las bases científicas que fundamentan la hipótesis de que existe un cambio climático de origen humano son muy sólidas, proceden de disciplinas muy variadas y avaladas por los mejores equipos de investigación del mundo. No existe ninguna academia de ciencias de ningún país que haya publicado informes críticos sobre la hipótesis del cambio climático de origen humano, y son más bien muy numerosos los estudios que la avalan.

Por ejemplo, ya en 2010, cuando era bastante menor la evidencia que ahora tenemos sobre esta cuestión, el National Research Council, que aglutina a la Academia de las Ciencias y la Academia de Ingeniería de EE.UU., publicó un informe sobre la relevancia del cambio climático en términos muy nítidos. En concreto, la primera conclusión del informe señalaba que: “El cambio climático está ocurriendo, es causado principalmente por actividades humanas y supone un riesgo significativo –que en muchos casos ya se está observando– a un amplio rango de sistemas naturales y humanos” (2010, p. 27).

Mejor dar datos (contrastados) que opiniones

Cuando se critica la hipótesis del cambio climático de origen humano, con cierta frecuencia se mezclan burdamente observaciones con modelos, hechos probados con otros probables, refutando los primeros con las incertidumbres asociadas a los segundos. En este sentido, conviene distinguir lo que indican los hechos, lo que sabemos sobre las causas y lo que estimamos sobre las consecuencias. Basta dar algunos datos bien contrastados científicamente sobre la magnitud del calentamiento global que observamos actualmente:

— Los 5 años más calientes del registro instrumental (a partir de 1880) han ocurrido desde 2015 (2016 el primero, 2020 el segundo, 2019 el tercero), con un aumento de temperatura de 0,87 °C por encima de la media del periodo 1950-1980. Lógicamente estos valores corrigen los efectos de isla térmica urbana. Además, se observan tendencias similares en la temperatura del agua del mar, no afectada por este fenómeno. La tendencia al calentamiento es compatible con la existencia de eventos extremos, incluso olas de frío inusitadas, puesto que, al haber más energía en el sistema, se tiende a rebasar sus límites previos (Von Schuckmann et al., 2020).

Diferencia de temperaturas entre fines del s. XIX y segunda década del XXI (la escala de temperatura va de +2 a –2 ˚C) C. Fuente: NASA.

— A partir de mediciones de satélite, se ha observado una pérdida de casi 3,4 millones de km2 de hielo marino estival en el Ártico entre 1980 y 2020 (–12,2% por década), con valores más bajos en hielo invernal (–2,6% por década). Aunque en la Antártida el efecto es menos evidente, también se observan pérdidas muy relevantes en el sector occidental, el más masivo (Shepherd et al., 2020).

— La inmensa mayoría de los glaciares del mundo están perdiendo longitud y volumen, en distintas latitudes y hemisferios (Leclercq et al., 2014).

— Mediciones con altímetros rádar desde satélite han comprobado un aumento del nivel del mar de unos 3,3 mm/año desde los años 90 (Cazenave y Cozannet, 2014), con una clara tendencia ascendente.

Tendencias en el nivel del mar a partir de mediciones con altímetros radar (1993-2020).
Fuente: Centro Nacional de Estudios Espaciales francés (https://www.aviso.altimetry.fr/en/data/products).

Factores del cambio climático actual

Como es bien sabido, ha habido numerosos cambios climáticos en la historia geológica del planeta. Lo singular de la situación que observamos ahora es la rapidez con la que ocurre y sus causas. Los diversos factores naturales que explican los cambios climáticos que se dieron hace miles o millones de años (ciclos orbitales de la Tierra, movimiento de placas, vulcanismo, etc.), no explican las tendencias climáticas que observamos, lo que permite señalar a la acción humana como protagonista.

No cabe ninguna duda razonable de que se está incremento rápidamente la concentración en la atmósfera de anhídrido carbónico (CO2) y otros gases de efecto invernadero (GEI), que dejan pasar la radiación solar incidente, pero filtran parte de la radiación térmica emitida por la Tierra, incrementando así su temperatura. Conviene recordar que ese efecto es muy beneficioso para la vida en la Tierra (sin efecto invernadero nuestra temperatura sería 33 grados más baja), pero si se aumenta bruscamente la densidad –como está ocurriendo en las últimas décadas–, el efecto de calentamiento excesivo y rápido tendrá efectos globales muy negativos. De hecho, la concentración de CO2 en la atmósfera ha pasado de 280 partes por millón (ppm) a mediados del s. XIX a más de 410 ppm en la actualidad; la de metano (CH4), de 0,7 a 1,877 ppm, y la de óxido de nitrógeno (N2O) de 0,270 a 0,332 ppm.

Entre los efectos del cambio climáticos sobre los que existe bastante consenso científico está el aumento del nivel del agua del mar, de 45-80 cm para fines de siglo

El principal efecto térmico, en función de su abundancia, es el del CO2, con un incremento radiativo global estimado de casi 2 W/m2. Para conseguir un equilibrio energético en el clima terrestre, habría que disminuir el CO2 en al menos 50 ppm respecto a los valores actuales (Von Schuckmann et al., 2020), lo que supone un drástico cambio en las fuentes de energía que utilizamos. Conviene indicar que ni siquiera la pandemia del covid ha permitido reducciones tan drásticas, pues aunque en el confinamiento se produjo una bajada nítida del transporte y la actividad industrial, con una reducción de 8% en las emisiones globales (Le Quéré et al., 2020), el efecto rebote posterior, sobre todo en China, parece estar cambiando esa tendencia.

Tampoco cabe ninguna duda razonable sobre el origen de esa creciente concentración de GEI. En torno al 90% de los 37.000 millones de toneladas de CO2 que se vierten anualmente a la atmósfera procede de la quema de combustibles fósiles y producción de cemento, y el resto proviene del cambio de cobertura del suelo, sobre todo en la conversión de bosques (que almacenan buena parte del carbono terrestre) a cultivos, con mucha menor biomasa por superficie. Las emisiones naturales (volcanes) suponen en torno al 1% de las emisiones de origen humano (Hards, 2015).

Impactos

Finalmente, en cuanto a los impactos previsibles de este calentamiento, la incertidumbre es mayor, ya que entra en juego la complejidad de los modelos climáticos y los escenarios de emisiones que puedan producirse. No obstante, conviene recordar que los centros meteorológicos más prestigiosos del mundo (Hadley Center, de Reino Unido; Méteo France; Max Planck Institute, de Alemania; NOAA, de EE.UU., etc.) desarrollan modelos que muestran bastante convergencia en algunos parámetros (temperatura), siendo más inciertos en otros (como la precipitación o el viento). A partir de estos modelos se estiman las consecuencias previsibles para distintos escenarios, considerando generalmente múltiples modelos, de cara a analizar si esos riesgos son más o menos probables (serían más cuando la mayor parte de los modelos estimen similares impactos).

A partir de esas simulaciones, y por encima de que algunos lugares pueden verse beneficiados por el calentamiento (por ejemplo, temperaturas más benignas en latitudes boreales que puedan permitirles introducir nuevos cultivos), la velocidad y la magnitud de los cambios estimados apuntan a consecuencias muy negativas para el conjunto del planeta si se mantienen las actuales tasas de emisión. Entre los efectos sobre los que existe bastante consenso científico están el aumento del nivel del agua del mar (que podría alcanzar entre 45 y 80 cm para fines de siglo), con sus impactos sobre la enorme población costera del planeta y la frecuencia de inundaciones, las olas de calor (que afectarían a la salud de la población más vulnerable, a los incendios forestales y las cosechas), la pérdida de glaciares (impactando sobre todo a los países con menos capacidad de embalsar agua), la frecuencia de tormentas tropicales, y los cambios en los vectores de transmisión de algunas enfermedades. En esta cuestión, un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud estima que “entre 2030 y 2050 el cambio climático causará unas 250.000 defunciones adicionales cada año, debido a la malnutrición, el paludismo, la diarrea y el estrés calórico”.

Un elemental principio de precaución nos lleva a tomar medidas efectivas, mucho antes de que estos impactos más drásticos se produzcan. La experiencia de los últimos meses nos indica que nuestras sociedades son más vulnerables de lo que pensábamos, pero también muestran nuestra capacidad de hacer sacrificios por un bien mayor. Los impactos de adoptar los cambios necesarios serán menores que los efectos previsibles, sobre todo si no dilatamos más la voluntad de afrontarlos.

Emilio Chuvieco
Departamento de Geología, Geografía y Medio Ambiente, Universidad de Alcalá

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Referencias

Cazenave, A. y Cozannet, G.L. (2014). Sea level rise and its coastal impacts. Earth’s Future, 2, 15-34.

Cook, J., Oreskes, N., Doran, P.T., Anderegg, W.R.L., Verheggen, B., Maibach, E.W., Carlton, J.S., Lewandowsky, S., Skuce, A.G., Green, S.A., Nuccitelli, D., Jacobs, P., Richardson, M., Winkler, B., Painting, R. y Rice, K. (2016). Consensus on consensus: a synthesis of consensus estimates on human-caused global warming. Environmental Research Letters, 11, 048002.

Hards, V. (2015). Volcanic Contributions to the Global Carbon Cycle. En, British Geological Survey. Ocassional Publication (p. 26)

Ivanova, D. y Büchs, M. (2020). Household Sharing for Carbon and Energy Reductions: The Case of EU Countries. Energies, 13, 1909.

Le Quéré, C., Jackson, R.B., Jones, M.W., Smith, A.J.P., Abernethy, S., Andrew, R.M., De-Gol, A.J., Willis, D.R., Shan, Y., Canadell, J.G., Friedlingstein, P., Creutzig, F. y Peters, G.P. (2020). Temporary reduction in daily global CO2 emissions during the COVID-19 forced confinement. Nature Climate Change, 10, 647-653.

Leclercq, P.W., Oerlemans, J., Basagic, H.J., Bushueva, I., Cook, A. y Le Bris, R. (2014). A data set of worldwide glacier length fluctuations. The Cryosphere, 8, 659-672.

Lewandowsky, S., Cook, J., Fay, N. y Gignac, G.E. (2019). Science by social media: Attitudes towards climate change are mediated by perceived social consensus. Memory & Cognition, 47, 1445-1456.

National Research Council (2010). Advancing the Science of Climate Change. Washington, D.C.: The National Academy Press.

Shepherd, A., et al. (2020). Mass balance of the Greenland Ice Sheet from 1992 to 2018. Nature, 579, 233-239.

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