Este libro de la profesora de historia y ensayista israelí Idith Zertal es a la vez brillante y perturbador, según nos indica en el prólogo a la edición española Shlomo Ben-Ami, ex embajador israelí en España. Más de sesenta años después del Holocausto, conocido en hebreo como Shoá, la sombra de aquella descomunal tragedia sigue pesando sobre Israel y le impide ser un país como los demás. Aunque también sería obligado reconocer que el odio de sus enemigos, incapaces de admitir la existencia de un Estado judío, contribuye a que no se alcance una cierta normalidad.
La tesis del libro es que, sin olvidar los hechos del pasado, Israel debería hacer una “desmemoria histórica” y liberarse de un legado que le sigue anclando en un miedo que paraliza sus energías. Zertal no tiene reparos en mostrar la contradicción que supone que el sionismo, y en especial David Ben Gurión, uno de los fundadores del Estado, hiciera suya la memoria de la Shoá, si tenemos en cuenta que antes había criticado la pasividad de los judíos que marcharon sin resistencia a los campos de la muerte. Sin embargo, el recuerdo de la Shoá servirá para alimentar un mensaje, no exento de temor, que se ajusta perfectamente a un Estado obsesionado por su seguridad, por no decir supervivencia. El paso siguiente será identificar a los árabes con los nazis, algo que ya se hizo en su día con Nasser y que hoy se sigue aplicando a los islamistas palestinos o a Irán.
La Shoá se ha puesto al servicio del poder desde la época de Ben Gurión, el político que organizó el secuestro y proceso de Eichmann en un intento de castigar públicamente a uno de los ejecutores nazis, pero también sirvió para justificar la Guerra de los Seis Días, guerra preventiva que había que ganar para evitar la repetición de otra Shoá. Llevado hasta el extremo, el argumento se hace perverso y hasta podría servir para que los colonos opuestos al proceso de paz con los palestinos justificaran el asesinato del primer ministro, Yitzhak Rabin, pues había pactado con la nueva encarnación de los nazis.
No menos interesante que el libro es el prólogo de Ben Amí, que previene contra el peligro de banalización de la Shoá, consecuencia de su instrumentalización política. Pero en esa banalización también incurren los enemigos de Israel que, para suscitar simpatías a favor de los palestinos, son capaces de emplear a la mínima ocasión los términos de “crimen de guerra”, “genocidio” y “Holocausto”, con el consiguiente riesgo de que no lleguemos a saber realmente lo que significan. No es cierto que los árabes sean nazis, pero tampoco lo es que lo sean los israelíes.