Francisco, este pontífice imprevisible, ha revolucionado los hábitos de trabajo de los periodistas que siguen los asuntos de la Santa Sede. Con Benedicto XVI sabían perfectamente qué iba a suceder y cuándo (excepto la gran sorpresa de su dimisión). Ahora, todo es posible y nadie te asegura que detrás de un acto aparentemente sin importancia no surja la gran noticia del día.
Por esto es oportuna la nueva biografía sobre Jorge Bergoglio, The Great Reformer, escrita por el periodista inglés Austen Ivereigh, ahora traducida al castellano, que ofrece importantes claves para comprender mejor la personalidad y el pensamiento del Papa.
De las biografías publicadas sobre el Papa Francisco, The Great Reformer es quizá la más elaborada y profunda, pues Ivereigh, doctor por Oxford con una tesis sobre el catolicismo y la política en Argentina, ha vivido en ese país y conoce a fondo la historia y los avatares de esa nación. Católico, formado en un colegio de los benedictinos, fue durante un breve tiempo novicio de la Compañía de Jesús, y en su trabajo transparenta su aprecio y admiración tanto por los seguidores de san Ignacio como por el Papa Francisco.
Ivereigh nos proporciona un marco histórico en el que, partiendo de la época colonial y las reducciones –las misiones de los jesuitas de Paraguay, retratadas en el film Mission, de Roland Joffé-, se explica la situación de la política y el catolicismo argentino en los siglos XIX y XX, el gobierno de Perón, su caída y los gobiernos posteriores en los años cincuenta y sesenta.
Durante la dictadura argentina
Especialmente detallados son los años de la dictadura militar y la guerrilla argentina, junto con la tragedia de los desaparecidos. Se explica bien la actividad del padre Bergoglio, en aquellos momentos rector del Colegio Máximo, un centro de formación académica con facultades de teología y filosofía, que además tiene una casa de ejercicios espirituales.
En el Colegio Máximo, además de los novicios, vivían varios jesuitas, entre ellos tres capellanes militares. Según Ivereigh, el padre Bergoglio escondía en ese centro a buscados, y utilizaba la información y los contactos de sus compañeros para prevenir a personas que podrían ser perseguidas por los militares. En diversas ocasiones intervino ante el almirante Massera y el general Videla para exigir la liberación de algunos detenidos. “Entre 1976 y 1978 Bergoglio salvó decenas de personas, dándoles asilo en el Máximo, y mandándolos al extranjero a través de una red internacional de vías de fuga llevada por jesuitas”, afirma el escritor británico.
En este capítulo se habla extensamente de los casos Yorio y Jalics, los dos jesuitas secuestrados por los militares en mayo de 1976 y liberados cinco meses después tras la intervención de Pablo VI, que llamó personalmente al general Videla, y de Jimmy Carter, que entonces hacía campaña para las presidenciales. Bergoglio intercedió por Yorio y Jalics ante Massera, que no lo escuchó, y el general Videla. Según explicó el propio Bergoglio en 2010 ante el tribunal que investigaba los hechos, habló dos veces con Videla: “la segunda descubrí quién era el capellán militar que iba a celebrar misa en su residencia, le pedí que dijera que estaba enfermo y que yo le iba a sustituir. Después de la Misa, hablé con él (de Yorio y Jalics). Me dio la impresión de que se habría movido y que habría tomado la cosa seriamente”.
Tras su liberación, Jalics viajó a Estados Unidos –donde vivía su madre- y decidió seguir siendo jesuita. Actualmente vive en una casa de ejercicios espirituales en Alemania. Yorio, en cambio, dejó la Compañía y culpó a Bergoglio de sus problemas llegando a pensar que lo había entregado a los militares. En realidad, parece ser que una catequista que había trabajado con Yorio y Jalics y que después se pasó a los guerrilleros, apresada y bajo tortura acusó a los dos sacerdotes.
Giro en los jesuitas
Para comprender la visión de Papa Francisco sobre la Iglesia y su misión es clave la parte dedicada a su etapa como provincial de los jesuitas argentinos. Ivereigh explica la actuación de Bergoglio, que rectificó la línea del precedente provincial –durante su mandato el número de jesuitas había bajado de más de 400, entre ellos 25 novicios, a 243, y solo 2 novicios– a la vez que fomentó las vocaciones, intensificó la formación doctrinal de los novicios y orientó su actividad pastoral en los barrios pobres de Buenos Aires. Pronto se vieron los frutos, y en 1979 la provincia tenía 35 novicios, más que en los años sesenta.
Muy interesantes también los años de Bergoglio como rector del Colegio Máximo. Esa fue una época de fuerte crisis económica en Argentina, y para dar de comer a sus novicios, Bergoglio decidió abrir una granja en el Máximo. “Un día –explica Ivereigh– Bergoglio se presentó con cuatro vacas, cuatro cerdos y seis ovejas. En una época de aumento de precios y contracción de los donativos, había muchas bocas a las que dar de comer, y en torno al colegio había diez hectáreas de terreno fértil inutilizado”. Se construyeron establos, se plantaron verduras y hortalizas y se crió ganado.
En la granja trabajaban todos los novicios, siguiendo el ejemplo del propio Bergoglio que muchas veces se ponía unas botas de goma e iba con los demás al establo. La granja servía no sólo a los jesuitas, sino también a los pobres de los barrios vecinos. Con un grupo de voluntarios, los novicios encendían una hoguera en un campo y con las provisiones de la granja cocinaban para las familias necesitadas. Después nació la Casa del Niño, que cada día daba de comer a 400 niños.
La Curia romana, siempre en negro
Muy sorprendente resulta la persecución que Bergoglio sufrió por parte de sus propios compañeros y que Ivereigh intenta explicar, con su exilio a Córdoba, y su posterior nombramiento como obispo auxiliar de Buenos Aires. Luego viene la etapa de arzobispo y cardenal, el cónclave de 2005 donde, según algunas informaciones, el cardenal Bergoglio recibió en torno a 40 votos, y su elección a Sumo Pontífice en marzo de 2013. Ivereigh afirma que un grupo de cardenales –Murphy O’Connor, Kasper, Daneels y Lehmann– hicieron entonces campaña en su favor.
Al texto de Ivereigh solo se pueden poner algunas pegas, como un cierto excesivo tecnicismo cuando explica las distintas fases de la formación de un jesuita, y el tic que asalta a muchos periodistas anglosajones cuando hablan de la Curia romana (al oír la palabra “Vaticano” se les dispara un reflejo condicionado). A pesar de los escándalos de estos años pasados, que sin duda son deplorables, no todos los que trabajan en la curia son corruptos –es más, la abrumadora mayoría son personas ejemplares–, y muchos son gente preparada y con buenas cualidades.