El olvido al que se ha sometido a Torcuato Fernández-Miranda (1915-1980) es uno de los enigmas que nos ha dejado la Transición. Por suerte, hace años se publicó Lo que el Rey me ha pedido, en la que se contaba ese “milagro” político que permitió pasar en un corto periodo de tiempo de la ley de la dictadura franquista a la ley de la democracia. Y ahora, Juan Fernández-Miranda publica esta interesante biografía del que ha sido uno de los protagonistas de la historia del siglo XX en España.
La obra está escrita con un estilo narrativo casi novelístico, que mantiene el interés sin renunciar al rigor de un trabajo que ha tenido de un acceso privilegiado a los archivos personales del biografiado y testimonios directos de personas que conocieron muy de cerca a Fernández-Miranda.
Así, el autor puede contar “desde dentro” los sucesos que condujeron a ese éxito histórico, que hoy algunos pretenden discutir. Comienza con el asesinato de Carrero Blanco y los días que siguieron hasta su entierro, para fijar la atención y poner de manifiesto lo delicado del momento y el papel clave que Torcuato iba a desempeñar a partir de ese momento. A continuación, comienza un flashback que nos lleva hasta las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Oviedo, en 1933, y que nos irá conduciendo por la historia de España hasta la repentina muerte del protagonista en 1980.
El relato detallado de su formación y los acontecimientos vividos durante los primeros años de su vida adulta, especialmente durante la Guerra Civil, permiten entender mucho mejor al personaje. Su doble vocación, universitaria y política, del que consiguió aunar a la perfección la reflexión y la acción como catedrático de Derecho Político, rector, consejero del Rey, ministro, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, eterno presidenciable… explica quizás su proverbial pragmatismo. Torcuato era un convencido de la capacidad transformadora del poder, creencia que legó a la posteridad con su conocida frase: “Lo importante es estar en el Consejo de Ministros. Hay que ser ministro, aunque sea de Marina”.
El libro, que cuenta con un prólogo del Rey emérito que pondera la figura del que fuera su profesor, amigo y fiel colaborador, aporta nuevas luces a un momento de la historia que algunos se empeñan en oscurecer. Además, nos deja algunas lecciones políticas de aquel que convirtió en arte el “encaje legal”. Por ejemplo, una forma de entender la comunicación como herramienta estratégica para el gobierno que tantas veces echamos en falta, y que se descubre, por ejemplo, en sus discursos y escritos, llenos de metáforas y simbolismos, con una elección quirúrgica de las palabras y una carga de ironía. La vida de Fernández-Miranda revela también la importancia de esa virtud, tan difícil como imprescindible en la vida política, que permite caminar muy pendiente del camino sin perder nunca de vista el destino final; virtud que hoy llamaríamos altura de miras y que caracteriza a los grandes estadistas. Destaca también su independencia, más propia del mundo académico y tan escasa en política. Y fue, quizás, esa independencia, que le permitió huir siempre del enfrentamiento en pro de la integración y la concordia, la que propició su muerte política, en la que por suerte dejó una herencia que libros como este nos permiten descubrir.