¿Cuál es la respuesta eficaz?

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Después de los atentados en Estados Unidos, en la prensa –también la del mundo árabe– se han acumulado los artículos de opinión. Algunos recogen puntos de vista, argumentos y propuestas para encontrar caminos prudentes por los que transitar.

Khaled Abou El Fadl, profesor en la Facultad de Derecho en UCLA escribe en Los Angeles Times (18-IX-2001) bajo el título «¿Qué se hizo de la tolerancia en el Islam?». Después de expresar su horror ante los aberrantes ataques terroristas, El Fadl recuerda que el Derecho islámico considera el terrorismo como cobarde y rastrero, un gran pecado merecedor de la pena de muerte. La tradición jurídica islámica prohíbe expresamente maltratar o dar muerte a rehenes o diplomáticos, incluso como represalia contra actos ilícitos del enemigo.

«Sin embargo, sería falso proponer como predominante o al menos común esta actitud clásica del Derecho islámico en la moderna cultura árabe-musulmana. Me parece que otros muchos musulmanes han crecido con una insana dosis de retórica altamente beligerante y oportunista, presente no solo en los medios de comunicación oficiales, sino también en escenarios de la cultura popular como las mezquitas.

«Incluso en Estados Unidos no es infrecuente escuchar esta retórica irresponsable e inmoral repetida en centros islámicos o en organizaciones de estudiantes islámicos en las universidades. Es descorazonador, por ejemplo, escuchar cómo las agencias de noticias árabes se refieren a las acciones terroristas en términos de neutralidad, como ataques de la guerrilla, o cómo llaman mártires a los terroristas suicidas».

El Fadl -autor del libro Rebellion and Political Violence in Islamic Law (Cambridge University Press)- opina que «la teología islámica puritana responde a los sentimientos de impotencia y fracaso con demostraciones de fuerza de simbólica intransigencia, no solo contra los no musulmanes sino también contra las mujeres musulmanas. No es accidental que esta orientación puritana sea la más virulenta contra las mujeres y esté plagada de fantasías eróticas de vírgenes que satisfacen sumisamente los caprichos y deseos de los hombres».

David Held, titular de la cátedra Graham Wallas de Ciencias Políticas en la London School of Economics, reflexiona sobre la importancia de la globalización de la justicia social para desarraigar los odios, en gran medida acrecentados por las desigualdades patentes. «En nuestra era global -escribe en El País, 19-IX-2001-, forjada por las parpadeantes imágenes de la televisión y por los nuevos sistemas de información, la grave desigualdad de oportunidades vitales que se da en muchas regiones del mundo alimenta un frenesí de ira, hostilidad y resentimiento.

«Sin una paz justa en Oriente Próximo y sin un intento de anclar la globalización en unos principios significativos de justicia social no puede haber una solución duradera al tipo de crímenes que acabamos de ver».

«Graves injusticias, unidas a una sensación de desesperanza nacida de generaciones de descuido, alimentan la ira y la hostilidad. El apoyo popular contra el terrorismo depende de que se convenza a la gente de que existe una forma legal y pacífica de solucionar sus quejas.

«Kant tenía razón: la abrogación violenta de la ley y la justicia en un lugar rebota en todo el mundo. No podemos aceptar la carga de situar la justicia en una dimensión de la vida -la seguridad- sin intentar al mismo tiempo situarla en todos los demás aspectos».

Sobre los peligros de una intervención militar, Anthony Lewis (The New York Times, 16-IX-2001) señala que «podría despertar sentimientos antioccidentales en todo Oriente Próximo, amenazando a tan importantes aliados de los Estados Unidos como los gobiernos de Egipto y Jordania… y de Arabia Saudita, de la que Bin Laden es un exiliado furioso que la tiene en el punto de mira de su resentimiento». Lewis pide «una deliberación serena al gobierno norteamericano en su respuesta al ultraje» y confía en «el carácter reflexivo de Powell y de los jefes militares estadounidenses que son conscientes del peligro de una reacción violenta en Oriente Próximo».

William Pfaff (International Herald Tribune, 17-IX-2001) se detiene en la naturaleza de la respuesta de los EE.UU. y sobre el modo de canalizarla, porque «una enloquecida respuesta de los Estados Unidos que afecte a otros es lo que quieren los terroristas: eso alimentaría el odio que enciende la autojustificación para sus actos criminales contra los inocentes». «Bin Laden, perentoria y plausiblemente acusado de ser el responsable de los ataques, está a fecha de hoy en una posición de poder a causa de las políticas norteamericanas del pasado que atendieron al corto plazo y fueron indiferentes con lo que pudiese ocurrir en el futuro». «Claramente, Estados Unidos necesita -concluye Pfaff- asestar un golpe a la organización terrorista de Bin Laden, y eso es esencialmente una cuestión policial y de los servicios de inteligencia».

La nueva concepción de la seguridad y de las políticas de defensa son motivo de un comentario (El País, 19-IX-2001) del historiador Arthur Schlesinger, que fue asesor del presidente Kennedy. «Es mejor que nos vayamos acostumbrando a él, porque el terrorismo es la gran amenaza del siglo XXI. No pensemos que podemos repelerlo con las posturas defensivas del siglo pasado. Si la Defensa Nacional Antimisiles fuese tecnológicamente factible y estuviese ya en funcionamiento, no habría hecho nada para proteger a la nación de este horror.

«La Defensa Nacional Antimisiles ha sido diseñada para la última guerra. Es inútil contra la amenaza del terrorismo. No tenemos que preocuparnos de que los Estados soberanos nos lancen misiles a través del espacio (invitando así a su propia destrucción), sino de los individuos fanáticos que usan el sistema de entrega de maletas. La Defensa Nacional Antimisiles promete ser nuestra línea Maginot. Necesitamos métodos del siglo XXI para enfrentarnos a los peligros del siglo XXI».

La óptica del mundo musulmán

El diario Al Quds Al Arabi (Londres) condena de una parte el atentado, pero a la vez invita a preguntarse a los norteamericanos por qué EE.UU. despierta este rechazo en el mundo musulmán. «La política exterior norteamericana, que percibe el mundo a través del prisma israelí, sostiene sin reservas las agresiones israelíes e impone un embargo a Estados árabes islámicos. América se expone así a ser el Estado más odiado del mundo».

Le Quotidien d’Oran (Argelia) opina que los EE.UU. están sufriendo las consecuencias de haber apoyado durante dos décadas a la Internacional islámica para contrarrestar la amenaza comunista. «Una buena parte de la administración norteamericana, si no instrumentalizaba directamente los movimientos islámicos a través de Ryad o Islamabad, toleraba al menos las acciones de las principales facciones que se han propagado por Oriente Próximo, el Magreb, el Cáucaso y el Sudeste asiático». Cuando el conflicto afgano derivó en una lucha de clanes, EE.UU. se desinteresó. «Tras sus compromisos con el islamismo, Estados Unidos paga ahora el alto precio de un Frankenstein que antes alimentó hasta que se hizo grande».

Walid Sharara escribe en As Safir (Beirut) que la superioridad militar de EE.UU. «ha creado un sentimiento de seguridad absoluta en los norteamericanos, que desemboca en una visión estratégica según la cual les es posible a partir de ahora apropiarse todo, ignorando que el mundo es también una asociación de naciones y de pueblos que organizan sus relaciones sobre la base del respeto de la soberanía nacional de cada Estado». Esta «arrogancia» de la política exterior norteamericana es la que ahora ha sido desafiada. «Si la globalización significaba hasta ahora quitar obstáculos para la circulación de bienes y de capitales, también anuncia una mayor libertad de movimientos para las redes organizadas internacionalmente». En este contexto, «el jefe de un grupo revolucionario latinoamericano o el ‘emir’ de un grupo islámico, estén donde estén, pueden desafiar a la superpotencia americana hasta en su país». Nos encontramos hoy día en «un marco internacional donde el enemigo directo y claramente identificable ha desaparecido, mientras que planea una amenaza sin nombre».

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