París saca el cristianismo a la calle

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¿Cómo hacer presente la fe en las calles de una gran metrópolis como París dentro del espíritu de la «nueva evangelización» de Europa? Este año la fiesta de Todos los Santos ha estado precedida en la capital francesa por una serie de manifestaciones de fe -congreso internacional, encuentros festivos, actos litúrgicos, conciertos, espectáculos, conferencias, actividades caritativas-, dirigidas a creyentes y no creyentes. El objetivo era sacar el cristianismo a la calle para hacer ver al habitante de París que la fe es origen de libertad, de amor, de sentido de la vida, de santidad.

En una gran ciudad donde a menudo se empobrecen las relaciones humanas, se ha tratado de ofrecer una oportunidad de encuentro, de acogida, de reflexión para creyentes y no creyentes. Se ha roto el anonimato de la vida urbana y se ha reflexionado, a través de Evangelio, sobre la propia búsqueda de la felicidad.

Grandes actos han marcado el ritmo de la semana. El domingo 24 de octubre, en el atrio de Notre-Dame, el cardenal Jean-Marie Lustiger inauguró el «Árbol de la vida», una cruz monumental -de 17 metros- levantada ante la catedral, en representación de Cristo que nos da la vida. Además, el llamado «Libro de la vida» ha circulado en las iglesias, hospitales o residencias de ancianos, a fin de que todos los que lo deseasen pudieran incluir sus intenciones para que los cristianos pidan por sus seres queridos (vivos o difuntos), o por sus necesidades. También ha habido una celebración en Notre-Dame «para presentar a Dios las peticiones de todos los que no saben o no pueden rezar».

Se ha celebrado también la «Jornada del perdón», y en 40 iglesias, bien señalizadas, el transeúnte ha sido invitado a entrar en búsqueda de paz, de oración, de acogida o de reconciliación, que incluía el sacramento del perdón, siempre con un buen número de sacerdotes disponibles para confesar.

La cumbre de todas las comunidades de la ciudad ocurrió el domingo 31 de octubre. Séquitos de todas las iglesias de París se congregaron en Notre-Dame para confiar su «Libro de la vida» y dar gracias a Dios por la felicidad que ofrece.

Incluso los niños han tenido su papel con un «Holy wins» (la santidad gana), en respuesta al «Halloween», y se han transformado en «portadores de felicidad» para dar su mensaje a los transeúntes.

El arzobispo de Paris, el cardenal Lustiger, ha subrayado la cuestión fundamental en una extensa entrevista para «La Croix» (octubre 2004, número especial): «Las grandes ciudades son un tema decisivo para la evangelización». «Muchos desean confusamente una disciplina interna que les ayude a saber lo que hacen y por qué quieren hacerlo. Sin un sentido afectivo, su vida se desestabiliza continuamente».

Posibilidades de encuentro

De esa larga entrevista a Lustiger se pueden destacar algunas ideas. En París los cristianos han propuesto múltiples posibilidades de encuentros de todo tipo: «No sólo para romper la soledad de muchos y crear más sociabilidad en el anonimato de la ciudad, sino también para compartir su tesoro con los que a menudo sólo se rozan». Según el último censo, en París hay casi tantas personas que viven solas como las que viven en familia.

«En Europa, el cristianismo está presente como una herencia, algo que viene del pasado, mientras que en otros continentes aparece como una palabra nueva para el porvenir». En la «vieja Europa», «queremos ver cómo los hombres de nuestras ciudades pueden vivir el Evangelio, y no contentarse con ser herederos -más o menos conscientes- de objetos de cultura. No podemos recibir el cristianismo como antes se recibía la ropa de la generación anterior. La verdadera herencia es la fuerza espiritual que vivificaba su existencia y que nos permite hoy vivirla».

Respecto al camino para acercarse a Dios, Lustiger explica con una lógica rotunda: «Si los cristianos se preguntan ¿qué espero yo de la Iglesia, de la Misa?, están en la lógica de los consumidores, estudiada por los expertos de ‘marketing’ para saber lo que gusta o no gusta. Lo que los cristianos tienen que preguntarse es: ¿Qué es lo que Dios espera de mí? ¿A qué me llama Cristo y qué es lo que esto supone? (…) La verdadera conversión no consiste en hacer un Cristo a mi imagen, sino en dejarse transformar a imagen de Cristo».

Para el arzobispo de París, «no hay que considerar a la opinión pública como el espejo en que mirarse. Si la Iglesia (sus responsables, sacerdotes y laicos) trata sobre todo de dar una buena imagen, haría mejor en irse al desierto. Su imagen importa poco. Lo que importa es la valentía y la rectitud de su postura, incluso aunque se la ridiculice. La verdad termina siempre por tocar los corazones: la verdad os hará libres».

Rafael de los Ríos

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