La mortalidad infantil sigue bajando

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2006 fue el primer año en que las muertes de niños menores de 5 años bajaron de 10 millones en el mundo. Al publicar esta marca simbólica en su último informe anual, UNICEF insiste también en que reducir aún más la mortalidad infantil exigirá acciones a mayor escala. La experiencia muestra que es posible hacer grandes progresos en las regiones en peor situación mediante intervenciones asequibles y relativamente sencillas. La duda es si la mejora que aún falta se podrá conseguir sin una red sanitaria más propia de países desarrollados.

La mortalidad infantil mundial, que en 1960 superaba los 200 por mil nacidos vivos (unos 20 millones al año), había bajado de 100 por mil en 1990 y en 2006 estaba en 72 por mil (9,7 millones). Esta media esconde situaciones muy diversas (del 6 por mil en los países industrializados al 160 por mil en el África subsahariana); pero los países pobres no han quedado excluidos de la mejora, y algunos de ellos con descensos del 40% o más (por ejemplo, Eritrea, Laos, Mozambique). Los mayores avances se han dado en América Latina y en Europa oriental y la antigua URSS, donde la tasa ha bajado a la mitad o menos con respecto a 1990.

Gran parte del progreso en las regiones menos favorecidas se ha conseguido con medidas específicas contra las principales causas de muerte en la niñez, según la estrategia iniciada por UNICEF y demás organismos de ayuda en los años ochenta. Así, las campañas de vacunación han reducido en un 75% las muertes por sarampión en el África subsahariana en solo seis años (1999-2005).

Desde 1999 ha aumentado un 50% el número de niños a los que se da suplementos de vitamina A. La distribución masiva, desde 2002, de mosquiteros impregnados con insecticida ha bajado a la mitad las muertes por malaria en Kenia.

Tras contar los éxitos, UNICEF se detiene en lo que falta por hacer hasta lograr el cuarto de los “objetivos del milenio” señalados por la ONU en su “cumbre” especial de 2000: que en 2015 la tasa de mortalidad infantil sea un tercio de la registrada en 1990, meta aún lejana para la mayor parte de la humanidad. La organización subraya que para eso es necesario ampliar mucho más el alcance de las medidas que tanta eficacia han tenido hasta ahora, y para ello, la de los servicios sanitarios básicos.

En concreto, la primera causa de muerte en niños son las infecciones del aparato respiratorio, que tienen solución relativamente fácil si se atacan a tiempo; pero, dice el informe, casi la mitad de los casos no reciben tratamiento médico. Muchos otros mueren por diarrea, lo que se puede evitar con terapias sencillas y baratas de rehidratación oral, que sin embargo no se aplican a más o menos uno de cada tres niños aquejados de ese mal.

Casi el 40% de la mortalidad infantil es neonatal (en el primer mes siguiente al nacimiento), y en los países en desarrollo al menos una de cada cuatro madres no tiene seguimiento médico durante el embarazo, y dos de cada cinco dan a luz sin asistencia profesional. Si la asistencia perinatal llegara al 90% de las madres y los recién nacidos en el África subsahariana, la mortalidad neonatal -calcula UNICEF- se reduciría en dos tercios, lo que vendría a ser salvar unas 800.000 vidas al año.

Semejantes objetivos no parecen ya proporcionados a campañas de vacunación o reparto gratuito de mosquiteros. Más bien requieren una red sanitaria que preste atención generalizada, cosa fuera del alcance de muchos países en desarrollo por falta de infraestructuras y de personal. Las intervenciones específicas han logrado que la curva de la supervivencia infantil suba mucho más deprisa que la de la riqueza. Pero puede llegar un momento en que el problema de la muerte de niños sea simplemente inseparable del subdesarrollo.

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