Cristianos expulsados de Marruecos

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En las últimas semanas una treintena de cristianos han sido expulsados de Marruecos, por “perturbar la fe de musulmanes”.

A comienzos de marzo, justamente cuando se celebraba en Granada la cumbre de la Unión Europea con Marruecos, se difundía la noticia de la expulsión de cristianos del reino alauita. Este país tiene un Estatuto Avanzado con la UE desde 2008, pero las relaciones no son especialmente fluidas o prioritarias, como muestra que a la cumbre no asistiera el rey Mohamed VI.

Al país magrebí le interesa sobre todo la política agraria. Para la UE, en cambio, es preferente la solución pacífica del contencioso del Sahara y el progreso en el respeto de los derechos humanos. No parece que la expulsión de misioneros y voluntarios cristianos vaya en el buen camino. Aunque ciertamente la medida es menos drástica que las violentas persecuciones que los cristianos sufren cada día con más virulencia en otros países confesionalmente musulmanes.

La información de comienzos de marzo era que el gobierno marroquí había expulsado a numerosos misioneros extranjeros, acusados de proselitismo cristiano en el Atlas Medio, en el centro del país. Inicialmente, el Ministerio del Interior no facilitó detalles; se refirió informalmente a una veintena de personas originarias sobre todo de Europa. Enseguida se supo que entre ellas estaban los que atendían y dirigían un orfanato en la provincia de Ifrane. En realidad, el centro tenía todos los reconocimientos jurídicos, los niños seguían los programas escolares oficiales y aprendían el Corán como en otras escuelas. Los misioneros les proporcionaban un hogar, y se comprometían a no darles a conocer la Biblia.

Se les acusaba de violar el derecho sobre la adopción. Pero la medida se inscribía en el marco de la lucha contra los intentos de propagar el Evangelio, frente a las exigencias del ordenamiento jurídico marroquí que preservan los valores religiosos y espirituales del reino. Ya en diciembre de 2009, habían sido expulsados de Marruecos cinco ciudadanos extranjeros: dos sudafricanos, dos suizos y un guatemalteco.

Diversas ONG han denunciado estos actos, en cuanto suponen una marcha atrás en la prometida apertura en derechos humanos. Y el diario Le Monde, siempre atento a la defensa de las libertades básicas, envió a una periodista, que publica el 6 de abril una larga crónica. Comienza dando cuenta de que, en la misa crismal del 30 de marzo, en la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes de Casablanca, el nuncio apostólico, Mons. Antonio Sozzo, manifestó públicamente que no había recibido ninguna explicación oficial sobre la expulsión del sacerdote franciscano Rami Zaki, que trabajaba en Larache, ni de otros quince misioneros, la mayoría evangélicos. Todos están acusados de “perturbar la fe de los musulmanes”, delito de proselitismo castigado en la ley marroquí con una pena de seis meses a tres años de prisión.

Según fuentes religiosas y oficiales, afirma la periodista de Le Monde, en Marruecos viven actualmente unos quinientos ministros cristianos. Pero nadie explica esta ola de expulsiones, menos aún en las fechas de la cumbre con la UE. Como tampoco el endurecimiento de la policía que, por ejemplo, penetró hace unos días en un templo protestante de Marrakech y detuvo a un congolés y a un chadiano. Al fin y al cabo, frente a los 30.000 cristianos extranjeros, los cristianos marroquíes apenas son 2.000. Se les tolera, siempre que practiquen la fe de un modo casi oculto y no se reúnan a la vez más de veinte personas. Las conversiones son muy raras.

Las autoridades marroquíes afirman que desean promover un islam “moderado”. Lo justifican en que reprimen duramente a los extremistas, y han cerrado cientos de escuelas coránicas chiitas, por ejemplo, la iraquí de Rabat. Pero no parece en modo alguno suficiente.

Esta actitud contrasta con las protestas de algunas autoridades musulmanas en países europeos, como la Unión de organizaciones islámicas de Francia (UOIF). En su XXVII asamblea anual fustiga un “clima islamófobo galopante”. En parte, tiene razón, pero debería aceptar que casi siempre se trata de respuestas a provocaciones. Basta pensar en los incidentes provocados la pasada Semana Santa por un grupo de musulmanes austríacos en la catedral de Córdoba, donde pretendían rezar exigiendo el “uso compartido” de la antigua mezquita. Algo semejante, de sentido contrario, en Estambul o Ryad, podría haber costado la vida a los autores.

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