En el Ejército nada es más lamentable que las bajas por “fuego amigo”, los disparos procedentes del propio bando. En el Ejército de EE.UU. se está descubriendo que miles de soldados tienen que luchar en dos frentes: contra el enemigo y contra las agresiones sexuales de camaradas. El problema de estas agresiones ha alcanzado tal volumen que el presidente Obama, el Congreso y el Pentágono se declaran muy preocupados y dispuestos a atacarlo con toda energía.
El problema se viene arrastrando desde hace años, y revela que la progresiva incorporación de las mujeres a las fuerzas armadas no ha sido una operación tan pacífica como se creía.
Para calibrar la situación actual, el Pentágono llevó a cabo una encuesta entre 108.000 militares en activo. La encuesta fue respondida por 26.000 hombres y mujeres. De ellos, el 6,1% de las mujeres y el 1,2% de los hombres dicen haber sufrido agresiones sexuales en el pasado año, en un espectro que va desde violación a tocamientos o acoso. Sobre la base de estas respuestas, el Pentágono extrapola que 12.100 mujeres (de un total de 203.000 en activo) y 13.900 hombres (de un total de 1,2 millones) han sufrido alguna forma de abuso o acoso sexual. Las víctimas serían, pues, unas 26.000.
Cifras en aumento
Las cifras van en aumento. En 2010, un informe similar estimó que el 4,4% de las mujeres militares y el 0,9% de los hombres habían tenido problemas de este tipo. En total, 19.300 agresiones estimadas en 2010.
Se piensa que muchas otras víctimas no denuncian, por pensar que no servirá de nada o por temor a dañar su carrera. De hecho, en un informe aparte, el ejército daba el número de agresiones sexuales notificadas por militares en activo: 3.374 en 2012, frente a 3.192 en 2011.
La estimación de víctimas está sujeta a las limitaciones que tienen estos métodos de encuesta. Es más probable que conteste quien ha tenido problemas que quien no los ha tenido. También puede suceder que no todo el mundo entienda lo mismo por abusos o acoso sexual. Y tampoco tiene la misma entidad una violación que unas molestias. Pero, de todos modos, hay un consenso en que el ejército tiene un problema específico y más grave que la sociedad en general en este asunto.
Como punto de comparación, en 2010, último año con datos disponibles, en la población en general el 0,2% de las mujeres mayores de 12 años sufrieron agresiones sexuales.
La peculiar convivencia militar
Es claro que la convivencia de hombres y mujeres en la vida militar tiene unas características propias que pueden agudizar este problema. El estrés, la convivencia estrecha en recintos a veces aislados, la pérdida de intimidad en determinadas situaciones, la tensión e incluso el aburrimiento pueden crear condiciones que favorecen el abuso y que no se dan en otros tipos de trabajos.
También la denuncia puede ser más difícil. Cuando la atención del mando en una zona de guerra se centra en llevar a cabo la misión, un problema de este tipo puede parecer menor o no esencial. La misma víctima puede temer ser vista como alguien que está dificultando el trabajo y la cohesión de la unidad. Y si el agresor es un superior, todo se complica aún más por temor a represalias.
Los políticos quieren cambios
Pero la magnitud del problema ha hecho saltar las alarmas en Washington, y lo ha convertido en un asunto de seguridad nacional. Obama ha mostrado su irritación ante la incapacidad del Pentágono para poner orden en las propias filas. “No solo es un crimen”, ha dicho el presidente. “No solo es vergonzoso y lamentable. También es algo que hace a nuestro ejército menos efectivo de lo que debe ser. En este sentido, es peligroso para la seguridad nacional, y por lo tanto no es algo secundario”.
Su consigna es tolerancia cero. Quien sea acusado de estos abusos, debe ser perseguido, juzgado y, en su caso, destituido de sus funciones y expulsado.
El Pentágono tiene ya establecidos programas para prevenir y afrontar el problema de las agresiones sexuales. Pero es evidente que no ha logrado sus objetivos.
Como medida concreta se debate si sería mejor canalizar e investigar las denuncias de agresiones sexuales fuera de la cadena de mando. Actualmente, cuando alguien quiere informar que ha sido víctima de una agresión sexual, se dirige a sus superiores, que deciden si la queja es legítima y debe ser más investigada. La senadora demócrata Kirsten Gillibrand y otros legisladores piden que sean los jueces militares los que lleven a cabo la investigación, para evitar el temor a represalias. Estos políticos piensan que el mando puede no ser imparcial y que esté más inclinado a proteger no a la víctima sino al agresor, que es su subordinado.
En cambio, otros creen que la compleja tarea de investigar un caso de este tipo debe ser dejada en manos de los superiores. El secretario de Defensa, Chuck Hagel, es de esta opinión: “Creo firmemente que la autoridad última debe permanecer en manos de la estructura de mando”.
En puestos de combate
El debate sigue. Pero la necesidad de abordar el problema se hace más urgente cuando el Pentágono se dispone a incorporar a las mujeres a puestos de combate hasta ahora desempeñados solo por hombres.
La integración de la mujer en el ejército sin ningún tipo de limitaciones se ha planteado como una cuestión de igualdad de derechos. Cualquier distinción con las tareas de los hombres sería una forma de discriminación laboral. Pero en la práctica no deja de haber problemas. “Una mujer militar es más probable que sufra una violación que muera por el fuego enemigo en Irak”, decía la congresista Jane Harman, hace ya tres años, antes de la retirada de las tropas americanas.
Pero tampoco es un problema exclusivamente femenino. Según el informe del Pentágono, el porcentaje de agresiones sufridas es mayor entre las mujeres militares, pero en números absolutos hay más agresiones a hombres. ¿Quién acosa a estos últimos? Don’t ask, don’t tell.
Lo que está claro es que en el ejército la convivencia entre hombres y mujeres es más compleja que en empleos civiles. Quizá las autoridades militares tendrán que revisar también aspectos organizativos y de acuartelamiento que salgan al paso de los problemas observados y que ayuden a prevenir los abusos.