“Trigger Warning”: Que nadie se sienta ofendido

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Los trigger warnings (TW), como se conoce a estos avisos, nacieron en el ámbito de la blogosfera feminista como una forma de evitar que mujeres víctimas de abusos sexuales encontraran historias, testimonios o vídeos que pudieran disparar sus malos recuerdos, y provocar una reacción de estrés post-traumático. Además de las mujeres abusadas, otro de los públicos a los que pronto se aplicó esta forma de protección fue el de los veteranos de guerra: las imágenes de violencia explícita podrían reavivar recuerdos traumáticos.

Sin embargo, últimamente se han extendido más allá de sus primeros objetivos y han llegado a las aulas de algunas universidades norteamericanas, como cuenta un reportaje del New York Times que ha tenido mucho eco en otros medios. Ya no solo se trata de abusos sexuales; cualquier material susceptible de suscitar traumas relacionados con una amplia gama de experiencias (racismo, homofobia, sexismo, colonialismo, minusvalía física, violencia, suicidio, acoso…) debe llevar un aviso.

La extensión de los TW ha rozado en ocasiones lo ridículo. Por ejemplo, en alguna universidad se obligó a etiquetar como “potencialmente traumáticos” algunos libros como Huckleberry Finn, de Mark Twain, por sus contenidos supuestamente racistas, o El Mercader de Venecia, de Shakespeare, por su antisemitismo.

Lo nuevo de estas advertencias es no tienen en cuenta el grado de formación del lector, sino su susceptibilidad

“Luces rojas” en la universidad
Más allá de las críticas a algunos excesos puntuales, en la universidad y en los medios de comunicación norteamericanos ha surgido una corriente de contestación a la misma idea de los TW. Varios profesores han denunciado que, si en los blogs feministas podían tener sentido los avisos sobre materiales relacionados con abusos sexuales o trastornos alimentarios (son problemas sufridos fundamentalmente por mujeres), no es razonable que los temarios de las universidades se llenen de “luces rojas” ante todo tipo de contenidos.

Bajo el pretexto de no querer ofender a alguien se puede estar erosionando de hecho una de las principales características de la universidad: enfrentar al alumno con aquellas realidades que preferiría no conocer, pero que forman parte del mundo. Además, según este razonamiento, la libertad de expresión de los profesores quedaría coartada si antes de cualquier clase tuvieran que pensar en si algo en ellas puede herir alguna sensibilidad (de una lista potencialmente infinita, como lo es el catálogo de experiencias traumáticas).

Sin embargo, hay quien ve en los TW más ventajas que perjuicios. Un artículo en The New Yorker recoge las palabras de Alexandra Brodsky, editora del blog Feministring. Según ella, los TW en los planes de estudio universitarios pueden servir como sustitutos de la explicación del profesor sobre los potenciales riesgos de ciertos materiales, en un contexto en que las clases se despersonalizan (menos trato directo entre alumno y profesor) por el recurso a volcar los contenidos en Internet.

Resulta paradójica la fiebre de los avisos en una sociedad que acusa de “puritanismo” a quien critica la presencia de la pornografía en los medios

Cultivar la empatía
Otro argumento a favor de los TW es que obligan a los profesores y al resto de los alumnos a ejercitar su empatía (otra de las palabras de moda en la terminología educativa), a “ponerse en los zapatos” de personas traumatizadas. Sin embargo, en un artículo para The Atlantic, Karen Swallow se pregunta: “¿Cómo se puede cultivar la empatía si nos negamos a que se cuestionen nuestras ideas o a salir de nuestras zonas de confort?”. Además, Swallow explica que los TW pueden servir para censurar lo que en un determinado momento se considere políticamente incorrecto.

Otra crítica a los TW es que etiquetar novelas, reportajes o libros de pensamiento como peligrosos por contener algunos pasajes potencialmente traumatizantes puede provocar la distorsión de la obra, que se mire solo a través de esos pasajes problemáticos, según la sensibilidad moderna. Avisar al estudiante, antes de leer El mercader de Venecia, de sus posibles efectos sobre traumas relacionados con el antisemitismo es, cuanto menos, una burda simplificación de la obra, además de un anacronismo que en parte deriva de la falta de empatía –capacidad de pensar desde otras mentalidades– con el pensamiento de otras épocas.

Por otro lado, como señala Jonah Goldberg en Los Angeles Times, resulta paradójica la fiebre de los TW en una sociedad que acusa de “puritanismo” a quien critica, por ejemplo, la presencia de la pornografía en los medios. Ciertamente, se echa de menos una discusión más seria sobre qué tipo de material puede herir la sensibilidad general de un grupo de personas (la razón por la que se prohíben ciertos contenidos televisivos en horario infantil). Estos criterios generales, señala Swallow, deben estar abiertos a casos particulares de personas traumatizadas, “pero otra cosa es poner etiquetas a cualquier material que pueda ofender cualquier sensibilidad en una generación de jóvenes sobreprotegidos”.

Swallow cuenta el caso de una de sus estudiantes, víctima de abusos en su infancia, que le transmitió su sufrimiento tras una clase dedicada a una novela de Thomas Hardy que contenía un episodio de violación. Y comenta: “una persona traumatizada por leer una novela victoriana es una persona que necesita ayuda”. De hecho, la profesora puso en contacto a la estudiante con una especialista que pudiera ayudarla.

Cualquier material susceptible de suscitar traumas relacionados con una amplia gama de experiencias debe llevar una advertencia

De la historia se concluye que es necesario atender los casos particulares sin convertirlos en excusas para llenar de TW los planes de estudio. Más que avisos, las personas traumatizadas necesitan terapia. Al mismo tiempo, hace falta más valentía para estudiar las raíces de esos traumas. Por ejemplo, un paso importante sería reconocer el potencial dañino de la pornografía, asociada a muchos casos de violación. La libertad de expresión tampoco debería servir de coartada para contenidos degradantes, sin importar si son políticamente correctos o no.

A prueba de susceptibilidad
En realidad, las advertencias al público sobre el tipo de contenidos han sido y son habituales en los espectáculos, en la televisión, en las selecciones de libros… Son un aspecto informativo más, que muchas veces el público agradece y que no molestan al que no le interesan.

Lo nuevo de los TW es que estas advertencias no tienen en cuenta el grado de formación del lector, sino su susceptibilidad. El objetivo es que nadie pueda sentirse molesto ante ideas que puedan sacudir su conformismo intelectual o contrariar su estilo de vida. Quizá es la derivación de las denuncias contra el “hate speech” (lenguaje del odio), utilizadas por grupos feministas y gays para hacer callar a quien critica algunas de sus pretensiones. El nuevo puritanismo es cada vez más rígido. Pues si hay que poner TW a contenidos que puedan irritar, lo próximo será ponérselos a los propios autores si no dejan de molestar.

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