En materia de apoyo familiar, una línea muy fina, imperceptible en ocasiones, puede separar en los tribunales la posibilidad de una sentencia justa de una condescendencia cómplice.
La prensa española ha aireado por estos días varios casos de jóvenes de casi 30 años —y en ocasiones, mayores de esa edad— que han logrado que el juez decida a su favor en reclamaciones para que sus padres les sigan manteniendo económicamente. El diapasón es amplio, y comprende lo mismo a titulados universitarios que han buscado empleo activamente —quizás el caso de una licenciada coruñesa, que en ocho años solo ha “podido” trabajar tres—, que a veinteañeros que no han pegado jamás palo al agua, escudados en la escasez de empleo, y que menos lo harán cuando un magistrado ha dictado que el progenitor debe seguir transfiriéndoles puntualmente cada mes una pensión alimentaria de 400 o 500 euros.
¿Hasta qué edad puede un hijo reclamar alimentos, palabra que engloba toda ayuda necesaria para comida, alojamiento, vestido, etc.? La ley, en este punto, no fija límites, sino que enuncia circunstancias en las que cesa esa obligación, como la reducción de la fortuna del progenitor, o que el beneficiado ya esté en condiciones de trabajar y pueda acceder a un empleo.
El alquiler se llevaría entre el 40 y 50 por ciento del sueldo
De mantenerse la pensión en este último caso —que es lo que está ocurriendo con frecuencia—, se estaría favoreciendo el “parasitismo social”, según dictó el Tribunal Supremo en 2001, al pronunciarse sobre el caso de dos jóvenes de 26 y 29 años, licenciadas en Derecho y Farmacia, que pretendían seguir cobrando “ad infinitum”.
Las circunstancias, sin embargo, han cambiado. El índice de paro que exhibía el país en 2001 —del 12,7 por ciento, el más alto de la UE también en ese momento—, estaba lejos de los niveles de 2014, que doblan esa cifra, por lo que, con tantos brazos caídos, el Supremo ha validado varios fallos que obligan al progenitor a seguir manteniendo al hijo adulto.
El lastre de la baja formación
Las previsiones legales españolas sobre pensión alimentaria no difieren mucho de las de su entorno. En Italia, los hijos mayores de edad que se encuentran en situación de necesidad o que no han alcanzado la independencia económica, tienen derecho a que los padres les mantengan la ayuda. Tampoco en Alemania hay límites de edad para recibirla, y en Francia, los que han alcanzado la mayoría de edad pero se mantienen estudiando, cuentan con la obligación de sus padres de seguir corriendo a cargo de su manutención.
En el caso inglés —Escocia, Gales e Irlanda del Norte tienen sus propias legislaciones en la materia—, los hijos menores de 18 años tienen derecho a recibir alimentos, mientras que los mayores de esa edad pueden, según el mecanismo previsto, interponer una demanda para que se les siga transfiriendo la pensión mientras continúan sus estudios o aprenden un oficio.
El desempleo juvenil acentúa la tradicional tendencia a no moverse de casa de los padres
Las legislaciones, según se ve, van enfiladas a dar generosas garantías de protección a los hijos. Gracias a ello, en España, en el actual contexto de crisis, los abogados están tirando de Código Civil quizás más que la mayoría de sus colegas europeos, toda vez que, según Eurostat, el porcentaje de jóvenes de entre 15 y 29 años que ni estudian, ni trabajan ni se han apuntado a formación alguna, está en los 22,5 puntos. De la antigua UE-15, solo Italia (con 26) y Grecia (con 28,3) la superan en este poco envidiable índice.
Lamentablemente, sin embargo, la formación de muchos jóvenes no favorece su empleo, según explicaba el economista Alberto Recarte en un artículo, meses atrás. El 53 por ciento de los jóvenes en paro tiene una formación baja o muy baja, y apenas un 35 por ciento ha terminado la enseñanza secundaria —solo un 13 por ciento tiene estudios universitarios—. Pesa ahora el entusiasmo con que no pocos abandonaron las aulas para ir en pos del dinero fácil que proporcionaba la construcción (todavía en 2011, un 26,5 por ciento echó a un lado los libros), y pesa aun más que no tengan demasiado interés en reparar el error y reintegrarse a algún tipo de estudios.
¿Consecuencia más inmediata? El Consejo de la Juventud de España (CJE), en su informe sobre emancipación correspondiente al primer trimestre de 2014, sostiene que la actividad laboral de los menores de 30 años ha disminuido anualmente para todos los niveles formativos, pero que la mayor reducción es la de jóvenes con estudios primarios. En los tres primeros meses de este año, entre los jóvenes con estudios superiores el nivel de paro es del 29,6 por ciento. Los que solo tienen estudios primarios exhiben, en cambio, un 56,6 por ciento de desempleo, muy parecido al de quienes únicamente terminaron los estudios secundarios obligatorios: 51,4 por ciento.
Así pues, si no hay superación, si ni siquiera se intenta recuperar el tiempo perdido, hay una mala noticia: la riada de empleos de baja calificación de antaño no volverá Malo para los que siguen esperándola sentados ante la videoconsola, y malo para quienes deben pagar la inactividad y la falta de esfuerzo de estos.
Únicamente el 22,3 por ciento de los jóvenes de 16 a 29 años han podido dejar el hogar familiar
Permanecer en la seguridad del “nido”
Si la idea de dejar de percibir la pensión alimentaria les resulta terrorífica a algunos jóvenes —trátese de buscadores activos de empleo o de zánganos trasnochadores—, el proyecto de emanciparse, de dejar el “nido” e irse a formar hogar independiente, les parece ya casi materia de ciencia-ficción. Cabe acotar, en justicia, que los jóvenes españoles —en especial los varones— han sido tradicionalmente remisos a dejar la comodidad del hogar familiar, y que los padres tampoco se apuran en mostrarles la puerta.
No obstante, quienes sí se deciden a marcharse no lo encuentran particularmente fácil. El reporte trimestral del CJE subraya que únicamente el 22,3 por ciento de los jóvenes de 16 a 29 años han podido dejar el hogar familiar, sea mediante compra o alquiler, sea como residente independiente o compartiendo piso. Esta es la proporción más baja en una década.
Las estadísticas vuelven a mostrar las causas. Una es, por supuesto, la falta de un empleo, o el carácter precario de este. Según Eurostat, los jóvenes españoles que poseen un empleo temporal y que viven con sus padres han ido aumentando desde el 61,5 por ciento en 2010 hasta el 65,7 en 2013, con un repunte del 66,3 en 2012, aquel “año en que vivimos en peligro”, con una prima de riesgo desbocada que abría cada telediario.
Una rápida observación a nuestros vecinos más cercanos ofrece, por el contrario, números a la baja, si bien aún altos: en Francia, del 55,8 por ciento de jóvenes con trabajos temporales que vivían con sus padres en 2010, el índice pasó a ser del 50,2 en 2013, mientras que en Portugal, obligada por los acreedores y por Bruselas a seguir recetas aun más duras para meter su economía en cintura, la paradoja es que la proporción bajó, aunque mínimamente, del 49,3 al 48,6 por ciento en ese período.
Vivienda demasiado cara
Otro factor que desalienta la emancipación es el precio de compra de la vivienda. Si bien ha experimentado descensos en estos tiempos de capa caída en el ladrillo (un 38,1 por ciento desde el inicio de la crisis), no ha logrado cambiar la percepción de que es arriesgadísimo embarcarse en hipotecas de varias décadas cuando el contrato laboral puede rescindirse en un abrir y cerrar de ojos y, ante la imposibilidad de seguir pagando, el banco se queda con el piso, no sin antes hacerle saber al que se va a la calle que rastreará cuanto ingreso monetario pase por su cuenta y se lo quedará.
Los precios han caído, incluidos los del alquiler, pero continúan suponiendo una altísima parte de los ingresos de los jóvenes que desearían emanciparse. Un nivel aceptable de la cuota del salario destinada a vivienda sería del 30 por ciento, pero en España ese número se ha disparado hasta los 61 puntos para la compra y los 52 para el alquiler. Otros estudios, de dos años atrás, eran más “optimistas” y no iban más allá de entre el 40 y el 50 por ciento del sueldo, que en todo caso suponen bastante más que el nivel tolerable.
Con esos truenos, el “pichón” tiene claro que su seguridad está en no moverse del “nido”. Mientras los progenitores puedan seguir trayendo el “gusanillo”…