El multiculturalismo no puede ser antirreligioso

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Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 86/14

Una oleada de inspecciones en los colegios británicos ha sido desencadenada por la llamada “operación Caballo de Troya”, emprendida por la Ofsted (el organismo que supervisa la educación). En marzo de este año varios periódicos publicaron una carta anónima de un supuesto islamista radical, en la que se felicitaba por haber logrado situar un director afín a la causa yihadista en una escuela de Birmingham. Además, explicaba cuáles serían los próximos objetivos.

Otros medios pronto señalaron que se trataba de una falsificación. Sin embargo, el Ofsted promovió una investigación sobre el asunto, y concluyó que había indicios de una campaña organizada para radicalizar varios colegios de la ciudad. El gobierno elaboró su propio informe, que apuntaba efectivamente a la conexión entre varios islamistas situados en puestos educativos, pero negaba que se hubiera producido de momento una islamización organizada en esos centros.

No obstante, Michael Gove, secretario de Educación, anunció que se llevarían a cabo inspecciones sorpresa en todo tipo de colegios. En ellas se examinaría la disponibilidad de los equipos directivos a enseñar “valores británicos” (cfr. Tolerancia por decreto).

Varios centros de inspiración cristiana o judía se han quejado de que bajo capa de tolerancia o empatía con otras religiones, y sobre todo por la insistencia en no transmitir ideas discriminatorias, se está estableciendo de hecho una “policía de la secularización” contra las escuelas confesionales en general, al prevenirlas de que determinadas concepciones religiosas entran en conflicto con los “valores británicos”.

La solución, no el problema

La Iglesia de Inglaterra se ha sumado recientemente a las críticas. En un artículo publicado en el portal de su oficina de comunicación, Nigel Genders, jefe de asuntos educativos, explica que la forma de actuar ante la radicalización religiosa de algunas escuelas ha dado la impresión de que los colegios confesionales son un problema. Sin embargo, como recordaba recientemente el primado anglicano, Justin Welby, en un acto en Birmingham, ninguna de las escuelas denunciadas por la investigación del Ofsted era confesional.

En su artículo, Genders explica que el extremismo religioso cunde precisamente cuando se relega la fe al terreno de lo privado, estableciendo una barrera artificial entre las convicciones y lo que es prudente manifestar en público. Eso provoca una sensación de clandestinidad, que puede acabar degenerando en subversión. Por eso, señala, los colegios confesionales “son la solución, no el problema”.

Además, esconder o “suavizar” la religión en la escuela para que cuadre con lo políticamente correcto en un determinado momento y lugar es todo lo contrario a preparar a los alumnos para una modernidad globalizada y multicultural, que es lo que pretenden fomentar los “valores británicos”.

De ahí que la Iglesia de Inglaterra haya invitado al gobierno a que, en vez de organizar una especie de policía educativa con criterios poco claros, establezca un diálogo profundo sobre cuáles son valores británicos, y cómo pueden las escuelas confesionales contribuir a reforzarlos.

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