África: Las chicas, ¡a clase!

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Invertir tiempo y dinero en la educación de las chicas es todavía, en algunas partes de este mundo –como entre las comunidades económicamente más atrasadas de África–, una empresa “inútil”, sin recompensa esperable. Pero la realidad es más tozuda que los prejuicios…

Un reciente informe publicado por el think tank estadounidense Brookings Institution, What works in girls education (Lo que funciona en la educación de las niñas) lo ilustra con un caso registrado en Madagascar: un grupo de especialistas compartió con padres y estudiantes un conjunto de estadísticas que reflejaban cómo el promedio de ingresos por hogar se incrementaba con cada nivel educativo adicional que superaran las chicas. El experimento derivó en que los progenitores aumentaron su esfuerzo económico para mantener a las niñas en el aula, y asimismo estas subieron sus índices de asistencia a clases y sus calificaciones.

Una sola golondrina, sin embargo, no hace verano, y las chicas en África siguen en clara desventaja: de los 30 millones de menores de entre 6 y 11 años sin escolarizar que hay actualmente en el continente africano (la mitad del total mundial), 17 millones son niñas. Las consecuencias sistémicas de este problema se comprueban en otro segmento de edad, el de 15 a 24 años, en el que las cosas no van mucho mejor: en África hay 19,8 millones de chicos analfabetos, frente 28,3 millones de chicas.

Varias de las egresadas del sistema de educación gracias a Camfed hoy dirigen sus propios negocios

A la falta de escolarización de las jóvenes, o a su temprano abandono de la escuela, le sigue –y a menudo le acompaña– un círculo vicioso: el embarazo precoz, y la mayor exposición al VIH y a las enfermedades infecciosas en general, por el desconocimiento de hábitos sanitarios elementales, así como por la imposibilidad económica de mejorar la infraestructura disponible. Si la chica aún resiste estos embates, no obtiene otro “premio” que no sea la perpetuación del ciclo de la pobreza: no hubo adiestramiento, ni aprendizaje de habilidades profesionales o laborales de alto valor, por tanto, solo le queda permanecer en la choza o rompiendo terrones con la azada, a merced de la contribución de otros (el marido o los familiares), y arreglárselas como mejor pueda si estos se desentienden o si desaparecen físicamente, víctimas de los conflictos o de las enfermedades. ¿Vulnerabilidad? Total.

De “última de la fila” a “una de las nuestras”

Una estrategia encaminada a revertir esta situación tiene que deslindar, por fuerza, entre las necesidades de chicos y chicas, y centrarse en sacar adelante a estas últimas. De los programas existentes, muchos auspiciados por instituciones y particulares de los países desarrollados, los hay “cinco estrellas”, como el de la presentadora Oprah Winfrey, que patrocina la Oprah Winfrey Leader Academy for Girls, en Sudáfrica, un centro de excelencia con programas diseñados para chicas de octavo a duodécimo grado “que hayan demostrado talento académico y potencial de liderazgo”.

Más modesto y plural sería, sin embargo, el programa Camfed, registrado en la web de la Iniciativa de Naciones Unidas para la Educación de las Niñas (UNGEI). Cerca de 1.4 millones de chicas de Malaui, Tanzania, Zimbabue, Ghana y Zambia se han beneficiado desde 1993 de sus esquemas de apoyo para completar su educación primaria y secundaria, nivel este último que ha logrado superar el 90% de las beneficiarias del programa.

En las instalaciones educativas, se busca crear espacios solo para chicas, para que recuperen la confianza

El algoritmo es, este sí, un círculo virtuoso: se identifica, con ayuda de las comunidades, a las chicas en mayor desventaja –las que han quedado huérfanas, por ejemplo, y aun aquellas que han tenido bebés antes de entrar ellas mismas siquiera en la adolescencia– y se facilita su vuelta al pupitre. La organización corre a cargo de todo lo necesario: libros de texto, cuadernos, ropa y alimentación, e inserta a las jóvenes en escuelas que aceptan copatrocinar la iniciativa.

Para atender a las necesidades específicas de las chicas, se adopta el modelo de educación diferenciada: son distribuidas en grupos de ocho, para evitar su aislamiento, y se les asigna una profesora de apoyo, que además de ayudar con las materias, lo hace desde el punto de vista emocional. Esa docente-guía es, según la define Camfed, una “campeona”, el modelo en el que pueden verse las chicas vulnerables. Y es que no pocas de estas educadoras, en su momento, fueron ellas mismas rescatadas de la situación de atraso material y escolar. Son, pues, un testimonio para las nuevas. Y son parte del puente que traza la organización hacia la inserción laboral de las jóvenes en sus comunidades.

Como ejemplo, el entrenamiento que reciben las egresadas de secundaria para poder trabajar como profesoras asistentes o cualificadas en las escuelas rurales, donde no solo es muy baja la ratio de profesores por grupo de alumnos, sino que el absentismo de los docentes es elevadísimo. El problema, según la UNESCO, solo tiene visos de agravarse, pues si bien la inserción escolar ha aumentado significativamente en África subsahariana, también lo ha hecho la población. Pero justo ahí puede estar el filón de las jóvenes maestras de Camfed.

Muchas de las profesoras-guía que atienden a las jóvenes reinsertadas fueron, a su vez, rescatadas de una situación de atraso material y escolar

Asimismo, las chicas también reciben entrenamiento para actuar como activistas de salud, particularmente en el combate contra el VIH, que en esa parte del mundo afecta en mayor medida a las jóvenes de 15 a 24 años. Las egresadas que han recibido este adiestramiento, unas 7.300 hasta este momento, son vistas en las comunidades como “una de las nuestras” y pueden tener un gran impacto en este sentido.

Espacios para generar confianza

Para progresar adecuadamente, las chicas han de contar con espacios seguros en su entorno escolar, pues muchas de las que se integran en programas como Camfed, tienen tras de sí historias de abuso por parte de familiares, empleadores, profesores o compañeros de estudios, y necesitan restaurar la confianza en sí mismas y en los demás.

Para ello se habilitan los denominados “clubes de chicas” dentro de las instalaciones de enseñanza secundaria. La efectividad de estos puede constatarse en la disminución del índice de abandono escolar de las jóvenes, animadas, en esos contextos más “suyos”, por un sentido de pertenencia, de “complicidad-solidaridad” y trabajo en común, que les refuerza la autoestima.

Según refleja el ya citado informe de Brookings Institution, “los espacios seguros significan, por lo general, espacios solo para chicas, y son un componente sustancial de las intervenciones que buscan mejorar los resultados sociales y psicológicos de las jóvenes, especialmente porque los espacios públicos están a menudo reservados para los hombres, y los lugares compartidos, como las áreas comunes de las escuelas, la cantina y el aula pueden convertirse en sitios de violencia o acoso”.

Historias de superación

Menudean las historias de superación, de cómo las jóvenes africanas pueden, con estas iniciativas educacionales, reencauzar su existencia y ser de provecho a sus comunidades. Una es la de Ayisha, de Ghana. Con toda probabilidad, la chica no conoce literalmente el aserto de un pensador iberoamericano, de que “al venir a la tierra, todo hombre tiene derecho a que se le eduque, y después en pago, contribuir a la educación de los demás”, pero en la práctica lo ejercita: con la preparación adquirida en el programa, y con un pequeño fondo que se le entregó, ha emprendido un pequeño negocio de procesamiento de semillas del karité, conocido en África como el árbol de la mantequilla, con lo que produce cremas y aceites para el cuerpo y para el cabello, así como jabones. Para ello, enseñó primeramente las artes del oficio a 20 mujeres.

De los 30 millones de niños sin escolarizar en África, 17 millones son chicas

Hoy son ya 120. Más de cien personas que cuentan con los ingresos de un trabajo, y quizás idéntica cantidad de hogares que, en consecuencia, ven incrementado su nivel de vida, todo ello gracias al efecto multiplicador de la educación de una chica arrinconada por la vida, y por cuyo futuro nadie hubiera apostado un céntimo pocos años atrás…

Otro ejemplo pudiera ser el de Bvumai, huérfana desde muy temprano, a quien Camfed alcanzó en una remota aldea de Zimbabue. La preparación y el apoyo financiero que, al finalizar sus estudios, recibió del programa, le han permitido levantar dos tiendas de ropa y sacarlas adelante, con lo que da empleo a otras de sus compatriotas, mientras corre a cargo ella sola –ha enviudado– de sus dos hijos pequeños y de los dos de su hermana fallecida, y a los cuatro los envía a las escuelas más consolidadas de su región. Como agente de cambio, ayuda en su comunidad a concienciar sobre los peligros del VIH y aconseja a otras chicas que eviten casarse antes de concluir los estudios. Se ha salvado ella. Y salva a las demás.

Será que, en el continente donde los diamantes y el marfil no han podido dignificar a sus mujeres, la verdadera riqueza transformadora nace en el pizarrón.

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