Rémi Brague: qué necesita Europa realmente del cristianismo

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El pasado 11 de enero, la Universidad pontificia Juan Pablo II de Cracovia confirió el doctorado honoris causa a Rémi Brague, historiador de la filosofía y autor de importantes ensayos sobre el cristianismo y Europa. En el acto académico pronunció una lección titulada “Qu’est-ce que l’Europe peut faire avec le Christianisme?”, de la que el diario digital Tempi publicó luego una amplia traducción al italiano. Brague ofrece una respuesta original y profunda a la cuestión.

Brague recuerda el debate en torno al proyecto de tratado constitucional de la Unión Europea, donde se eliminó la referencia a la herencia cristiana que aparecía en el primer borrador del preámbulo, como si fuera contrario al principio de laicidad.

El pensador francés comenta, no sin ironía, que “si se quiere sacar algo positivo de un fenómeno negativo” –la negación de la realidad histórica–, “lo sucedido muestra, en el peor de los casos, que todavía hay gente que teme al cristianismo, lo que le parece alentador”.

El cristianismo tiene la posibilidad y el deber de enseñar a ver lo humano incluso donde otros solo ven lo biológico para seleccionar, lo económico para explotar, lo político para manipular

Europa vs cristiandad

Se rechaza al cristianismo en la construcción de Europa, porque “la aportación cristiana se limita a la Edad Media”, sostienen los herederos más radicales de la Ilustración. Para ellos, “Europa sustituye a la ‘cristiandad’, dos concepciones no sólo diferentes, sino opuestas”. Según otra versión, más moderada, de la misma postura, el cristianismo en efecto ha cumplido una misión en la historia de Europa, pero ahora ya no tiene ninguna relevante.

La pregunta “¿qué tiene que ver Europa con el cristianismo?” se puede entender de dos maneras: “¿cuál es la relación entre la cultura europea y la religión cristiana?”; “¿qué puede hacer Europa con el cristianismo, para qué le puede servir?”

El cristianismo fue en el pasado un factor cultural: Brague no ve preciso enumerar “una lista de sus influencias en la cultura europea”. Y por otra parte, señala que “del ser no se deriva ninguna necesidad de ser. Además, se podría decir también que lo que ocurrió impidió lo que no ocurrió, o incluso lo reprimió violentamente. Lo que no ocurrió se convierte en un sueño, más hermoso que la realidad”, como describió Nietzsche en un largo pasaje de El Anticristo.

Fusión de pueblos en la fe

Brague expone brevemente cómo el cristianismo catalizó en su momento el nacimiento de las naciones de Europa. “La fusión de los habitantes romanizados del Imperio con los inmigrantes ‘bárbaros’ se produjo a través de la participación en una sola fe: los recién llegados adoptaron la religión de los conquistados”. Este papel pudo haber sido cumplido por otra religión, como el islam en las regiones del mundo que conquistó. Pero el cristianismo como tal puso en marcha dos movimientos de largo alcance, constitutivos de Europa.

Primero, “hizo posible la separación entre lo nacional y lo religioso”: así, “Europa es como un coro político en el que cada nación tiene su propia voz, porque habla su propia lengua (…); cada cultura tiene la misma dignidad; cada pueblo está a la misma distancia de Dios”.

Segundo, “el cristianismo permitió la apropiación de la herencia clásica”, respetando la alteridad de ese patrimonio: “aplicó al ámbito de la cultura profana el modelo de su relación con el Antiguo Testamento y, en consecuencia, facilitó esa larga serie de Renacimientos que han impreso su sello en la historia cultural europea”.

El servicio del cristianismo a Europa

“¿Para qué puede servir el cristianismo hoy a Europa?”, se pregunta Brague. Ante todo, la imitación de Cristo exige servir al hombre, aunque “servicio no es servilismo”. “El cristianismo no pretende aportar nuevos contenidos a la cultura, sino darle una perspectiva. La revolución cristiana es fenomenológica. Consiste en hacer visible lo que era antes invisible. Arroja una nueva luz (…), por la que la totalidad de lo ya presente se hace visible”. Brague señala como fuente de esta afirmación a san Ireneo de Lyon: escribió que Cristo no trajo nada nuevo, pero renovó todas las cosas al incorporarlas a sí mismo (omnem novitatem attulit semetipsum afferens).

“El cristianismo no inventa ningún mandamiento nuevo. Los Diez Mandamientos permanecen”. Tal vez no estén en una lista tan clara como la Biblia, pero “aparecen en todas las culturas”. “El problema no es el conocimiento de la ley moral, sino su aplicación: ¿a quién debe aplicarse el Decálogo? Hace falta tener ojos para verlo. El cristianismo nos los abre. No es suficiente saber que tengo que amar al prójimo. La pregunta del doctor de la ley a Jesús está justificada: ¿quién es mi prójimo? (Lc 10, 29). ¿Quién es el hombre? ¿A quién hay que considerar como hombre y a quién no? (…) El cristianismo ha hecho que ciertas categorías de hombres sean visibles en su humanidad”. En concreto, “nos ha hecho ver al niño, al feto, al esclavo, a la mujer, como seres humanos por derecho propio”.

“Los teólogos hablan de los ‘ojos de la fe’. La fe permite ver. No significa que haga ver algo diferente de la realidad: el objeto de la fe es la verdad. El cristianismo ve la realización suprema de lo humano en Cristo, y en Cristo crucificado. En el cuerpo de Jesús suspendido de la cruz, y también en su cuerpo muerto, la presencia de Dios en lo humano alcanza su plenitud, no por el sufrimiento, sino por el amor con el que se acepta el sufrimiento. Significa que toda vida humana tiene una dignidad intrínseca”.

La fe cristiana hizo posible la separación entre lo nacional y lo religioso, y permitió la apropiación de la herencia clásica

Una luz para ver lo humano

Después de esta digresión, vuelve a la pregunta: ¿qué tiene que decir el cristianismo a Europa? “Nada nuevo. Nada que el hombre no haya sabido o no haya tenido que saber desde hace mucho tiempo. Solo hay una cosa que el cristianismo tiene la posibilidad y el deber de enseñar a los europeos de hoy: ver lo humano incluso donde otros solo ven lo biológico para seleccionar, lo económico para explotar, lo político para manipular”… 

Brague termina su intervención expresando la lección que ofrece una escena del nártex de la basílica de Vézelay, en Borgoña, que representa la misión de los apóstoles en diversos pueblos de la tierra, algunos solo existentes en la imaginación de los geógrafos de la antigüedad. “Dios hace del hombre una representación más amplia de sí mismo que los hombres mismos. La antropología divina es más inventiva que la antropología humana. Dios dirige al hombre una mirada más positiva y optimista que la que el hombre sobre sí. Por consiguiente, Dios tiene más ambición para el hombre que el hombre para sí mismo. Habrá Europa mientras la ambición humana esté encendida por el fuego de la ambición divina”.

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