Los derechos humanos como política e idolatría

TÍTULO ORIGINALHuman Rights

Paidós. Barcelona (2003). 191 págs. 13 €. Traducción: Francisco Beltrán.

Michael Ignatieff, escritor, profesor universitario y periodista, reflexiona en este libro sobre los problemas morales y políticos que plantean las intervenciones bélicas para la protección de los derechos humanos. El libro recoge las Tanner Lectures que Ignatieff impartió en el año 2000 en el Center for Human Values de la Universidad de Princeton. Incluye dos capítulos escritos por Ignatieff, una introducción de Amy Gutmann, los comentarios de cuatro académicos y la respuesta final del mismo Ignatieff.

En el primer capítulo, «Los derechos humanos como política», Ignatieff analiza la nueva situación de la protección de los derechos humanos en el orden internacional a partir de los años 90. Las normas del Derecho Internacional no tenían previsto la intervención en los asuntos internos de otros países, aunque estos estuvieran gobernados por dictaduras. Este concepto de soberanía absoluta ha comenzado a entrar en crisis con algunas intervenciones bélicas (Bosnia, Kosovo, Timor Oriental), unas amparadas por resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, y otras incluso al margen de las mismas. La crisis se ha hecho absolutamente patente con las intervenciones de EE.UU. en Afganistán y en la guerra de Irak. Si bien las conferencias de Ignatieff se pronunciaron antes del 11 de septiembre de 2001, su pronóstico es profético: «El fracaso a la hora de formalizar un derecho de intervención bajo supervisión de las Naciones Unidas significa que las coaliciones de aquellos que quieren intervenir lo podrán hacer esquivando el proceso de autorización de la ONU».

Ignatieff expone argumentos que podrían hacer aconsejable en ocasiones la intervención humanitaria; pero mantiene que en ese caso debería articularse su justificación de un modo claro y con una legalidad previa, con nuevos criterios que hoy día no están recogidos en los instrumentos internacionales.

En la segunda conferencia, titulada «Los derechos humanos como idolatría», Michael Ignatieff analiza las cuestiones de fundamentación de los derechos humanos como derechos universales. A su juicio, no es necesario buscar una validación última concreta acerca de la naturaleza humana. No es que la niegue, pero afirma que existe una necesidad pragmática de aceptar los derechos, de manera que personas con distintas ideas sobre sus fundamentos últimos pueden estar de acuerdo en su necesidad y protección.

Analiza a continuación tres desafíos actuales a la visión universalista de los derechos humanos: la crítica islámica, la defensa de la peculiaridad de los valores asiáticos y un cierto relativismo cultural en Occidente, que coinciden en la crítica de los estándares occidentales de los derechos humanos. Ignatieff rechaza la acusación de que los derechos humanos sean eurocéntricos y defiende la validez intercultural de la Declaración de Derechos Humanos, haciendo compatible la universalidad con el pluralismo moral y cultural.

Una vez más, no niega que algunos sean capaces de encontrar un fundamento metafísico a la dignidad humana, o a la sacralidad de la persona, pero para él el único argumento válido es que la experiencia histórica ha demostrado la necesidad de respetar esos derechos.

Ignatieff se mantiene en el plano de la política real y concreta, guiada efectivamente por argumentos posibilistas y pragmáticos, que son incluso justos porque la prudencia exige la aplicación del principio de proporcionalidad entre derechos en conflicto o males en juego; pero la reflexión sobre la fundamentación última de los derechos sigue siendo necesaria.

María Elósegui Itxaso

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