“Mi padre me espera en un lugar que se llama Francia”. En 1993, la familia de la autora y narradora, Polina Panassenko (Moscú, 1989), se traslada a la ciudad francesa de Saint-Étienne, donde les espera su padre y donde todos rehacen sus vidas. Aunque es muy niña cuando abandona el país, atrás quedan muchos recuerdos, sobre todo de sus abuelos, que siguen en Moscú, y de escenas y momentos vinculados a unos años intensos, en los que, mientras ella empieza a abrirse camino en la vida, la familia es testigo de la desintegración de la URSS.
En Francia, la autora adopta el nombre de Pauline, más francés. Sin embargo, veinte años después de su llegada, se plantea recuperar por la vía jurídica su verdadero nombre. Y este deseo, que entronca con algunas historias familiares, se convierte en el hilo conductor de una novela singular, poética, sencilla, en que la autora rememora su salida de Rusia, su llegada a Francia, el proceso de adaptación, los veranos que pasó con sus abuelos en una dacha cercana a Moscú y la vida con su familia, no exenta de momentos duros, como la enfermedad de la madre, contada de manera muy tangencial.
Lengua viva, aunque es un libro de memorias, no sigue un claro hilo cronológico ni biográfico, y está escrito con un estilo íntimo y minimalista. Por un lado, la autora describe, con el lenguaje y las referencias culturales propias de una veinteañera, las trabas burocráticas que tiene que padecer para recuperar su nombre. Por otro, con un estilo que pretende imitar el mundo infantil de Polina, narra su paulatina integración en Saint-Étienne, expuesto no de manera lineal ni detallada, sino a través de unos pocos momentos y escenas que ofrecen una visión incompleta, parcial y subjetiva del proceso: la llegada a su nueva casa, los vecinos, el ingreso en la guardería y después en el colegio.
Lo más determinante de esta novela es ese estilo ingenuo, poético, atento a destacar las impresiones infantiles de Polina, a veces oníricas o surrealistas, que muestran su pelea interior para aceptar la inmersión en la vida francesa, pues, aunque llega a dominar el francés y a hablarlo sin acento ruso, en sus viajes a Moscú se inflama de un patriotismo un tanto externo.
La novela aborda de manera original la dificultad de integrarse plenamente en el país de adopción cuando las raíces sentimentales y familiares son muy fuertes. Que la autora haya querido recuperar su nombre ruso, aunque siga viviendo en Francia y ahora ejerza de escritora, traductora y actriz, es una muestra de la complejidad de este proceso de reafirmación de la identidad. Lengua viva, la primera novela de Panassenko, recibió en 2022 el premio Femina des Lycéens.