Etíopes en Israel: judíos pero no tanto

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Un vídeo de seguridad (abajo) en que se aprecia cómo un soldado etíope israelí es golpeado por dos policías que en un control intentan reducirlo sin mayor motivo, se volvió viral en Israel en días pasados y acabó por soliviantar y lanzar a la calle a cientos de miembros de esa comunidad. Los chorros de agua lanzados por los carros antimotines y la violencia desatada contra los manifestantes podían confundir a quien diera una primera ojeada a las imágenes, pues podía pensar que eran palestinos los repelidos por las fuerzas policiales.

Pero no: eran judíos. Tan judíos como Einstein, como una ceremonia de bar mizvath o como los siete brazos de una menorá. O al menos así los consideraron los gobiernos israelíes de la década de 1980 y principios de 1990, que negociaron con la dictadura de Mengistu Haile Mariam su salida del país y organizaron vuelos desde Etiopía para traerlos de “regreso a casa”.

Entre los que llegaron en esos primeros vuelos estuvo Naftali Yazezow Aklum. Había nacido en 1979 en la región norteña de Tigray, y con solo seis meses aterrizó en la “tierra prometida” de los judíos. Incluso de los judíos… negros. La tradición al respecto es muy variada: para unos, se trataba de la tribu perdida de Dan, uno de los doce hijos del patriarca Jacob (Israel); para otros, son descendientes del rey Salomón y de su aventurilla con la reina de Saba.

Los etíopes constituyen el 40 % de la población carcelaria israelí

Parientes de Salomón o tataranietos de Dan, para el Estado israelí moderno eran gente necesaria para poblar el nuevo país, que en 1980 contaba con 5 millones de habitantes. Un territorio minúsculo rodeado de naciones árabes hostiles —con el Egipto de Nasser a la cabeza—, con unas irrefrenables ganas de echar a los judíos al Mediterráneo. Un país nacido –también hay que decirlo– sobre la injusticia del mito de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, y que provocó el desplazamiento de sus hogares y aldeas de miles y miles de palestinos, para nada culpables del ensañamiento nazi contra los judíos en Europa.

Judíos ucranianos, polacos, bielorrusos, marroquíes… La Agencia Judía trabajó a deshora para poblar el naciente Estado. Pero sus ciudadanos no fueron —no son— suficientes.

Discriminados en la “tierra prometida”

Naftali Aklum tiene una estética rastafari, y en su página de FB no faltan las imágenes de Bob Marley y otros motivos de esta cultura. Ha estudiado en la Universidad Ben Gurion, y vive en Beersheba, en el sur del país. Allí, según un reporte del corresponsal Mikel Ayestarán, se agrupan principalmente 8.000 etíopes, los denominados falashas. En todo Israel, constituyen una masa de 135.000 personas, el 2 % de la población.

“Los judíos etíopes arribaron a Israel en los 80 como parte del pueblo judío y del Estado de Israel —explica Naftali a Aceprensa—. Fue un regreso a su tierra. Desafortunadamente, en Israel persiste el racismo contra los negros, y de ello es reflejo el hecho de que la comunidad etíope está en el último lugar de la sociedad, que su situación económica es muy difícil, y que muchos de sus adolescentes están actualmente en prisión. Asimismo, el número de suicidios entre los etíopes es muy elevado”.

La comunidad etíope está formada por 135.000 personas, el 2% de la población de Israel

La discriminación, lamentablemente, comenzó muy pronto. No solo se les realizaron todos los ritos iniciales judaicos “por si acaso”, sino que en 1996, por ejemplo, tiraron al basurero todas las donaciones de sangre de judíos etíopes, bajo el pretexto de ser sospechosas de portar el VIH. Las estadísticas señalan claramente la desigualdad: según un informe del Brookdale Institute, que registra datos de 2015, su presencia en las universidades es del 27 %, comparada con el 51 % del total de la población judía; su salario es apenas el 65 % de los del resto, y su nivel de pobreza se ubica en el 39 % (el doble del resto de los israelíes). La misma fuente indica en otro reporte que los etíopes constituyen el 40 % de la población carcelaria. La inmigración de judíos etíopes ha continuado después del “puente aéreo” de los años 80 y 90, de modo que el 38% de los etíopes inmigrantes han llegado al país a partir del 2000, según el resumen de datos del Brookdale Institute.

“En lo personal —añade Naftali—, siento racismo hacia mí lo mismo en el autobús, en un banco y en la escuela. Como comunidad, además, vivimos en vecindarios difíciles. Lamentablemente, el gobierno ha creado una suerte de guetos para nosotros. Pienso que el Estado debería tratar este asunto con la mayor seriedad e invertir dinero y recursos en la resolución del problema. Lo primero, lo principal y más amigable, es estrechar lazos con la comunidad e insertarla en la sociedad. Hay que fortalecer la identidad de la juventud etíope como parte de la sociedad israelí. Porque somos israelíes”.

Una sociedad demasiado segmentada

La noción de Israel como “hogar seguro” del pueblo judío queda lamentablemente en entredicho cuando no todo judío siente el país como un hogar entre iguales, o cuando se establecen diferencias y prácticas reprobables en función de los orígenes del ciudadano. Que no es lo mismo apellidarse Goldstein, un signo de origen asquenazí (judío de Europa central), que Ben-Shlomo, lo que denota un origen sefardí (judío procedente del mundo árabe) y, por tanto, ser de una escala social “inferior”.

Además de una operación humanitaria, el desplazamiento de judíos etíopes a Israel obedeció a razones demográficas

La propia Jewish Virtual Library, en un estudio sobre el partido sefardí Shas, apunta que los orígenes de esa fuerza política estuvieron en la reacción de los sefardíes a la omnipresencia asquenazí en los principales puestos de dirección política del país.

Pasó con los sefardíes. Pero respecto a la nueva oleada de falashas que en una fecha tan cercana a nuestros días, como 2010, Israel les concedió permiso para establecerse en el Estado judío, el Ministerio de Sanidad debió prohibir en 2013 que a sus mujeres se les inyectaran anticonceptivos sin que estas lo supieran ni autorizaran.

Sin dudas, para reconocerse como el proclamado “hogar seguro” que dice ser para todos los judíos del mundo, Israel tiene que poner una pizca más del ingrediente principal de toda democracia: la igualdad de todos sus ciudadanos.

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