El Papa cumple su sueño de viajar a Tierra Santa

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El viaje del Papa Juan Pablo II a Tierra Santa entre el 20 y el 26 de marzo dará aliento a una pequeña comunidad cristiana que, ante las dificultades económicas, culturales y políticas, tiende a emigrar. Aunque la comunidad cristiana lleva allí viviendo toda la vida, se ven discriminados tanto por las limitaciones impuestas por el Estado de Israel como por la amenaza del islamismo fundamentalista. En la actualidad, en Tierra Santa (Israel, Palestina y Jordania) viven 175.000 católicos, el 2% de la población. El número de católicos ha ido descendiendo progresivamente como consecuencia de la emigración, causada por la inestabilidad política de la zona y, en general, por las malas condiciones de vida que tienen los católicos, que les hacen presagiar un futuro nada alentador.

La Santa Sede ha firmado acuerdos con Israel (1997) y la OLP (febrero de 2000) que garantizan la libertad religiosa y reconocen la personalidad jurídica de la Iglesia católica en los territorios que dependen de ellos. El acuerdo con los palestinos (cfr. servicio 27/00) salvaguarda la libertad de las minorías cristianas de posibles discriminaciones en el caso de que en el futuro se implante el Estado palestino.

Un punto en litigio es el del estatuto de Jerusalén. Israel, que se anexionó la parte oriental tras la guerra de 1967, quiere que Jerusalén siga siendo la capital unida del Estado de Israel, bajo su única soberanía. Los palestinos, por su parte, insisten en que Jerusalén sea la capital del futuro Estado de Palestina, si bien reivindican solo la parte oriental, árabe. Los cristianos piden un estatuto especial para Jerusalén, garantizado por la comunidad internacional, que asegure la libertad de acceso a los Lugares Santos y la libertad de culto. Consideran que, dado el significado universal de la ciudad, no puede depender exclusivamente de autoridades políticas municipales o nacionales, y que el acceso a ella no puede estar limitado por razones políticas o de seguridad.

La libertad religiosa se respeta. Sin embargo, los cristianos árabes están expuestos a prácticas discriminatorias de las autoridades israelíes, al igual que el resto de la población palestina.

Discriminaciones en Jerusalén

Una de ellas, que Israel ha aplicado desde hace años a los árabes de Jerusalén, es la retirada del permiso de residencia a los que no pueden demostrar que viven permanentemente allí. De una parte, se les niega sistemáticamente el permiso para edificar; y si se iban a trabajar fuera o se trasladaban a una casa a escasos minutos de la ciudad perdían el permiso de residencia para siempre. Esta «limpieza étnica administrativa» había sido denunciada por organizaciones de defensa de los derechos humanos y ha afectado a decenas de miles de personas. El nuevo gobierno de Barak anunció el pasado octubre que ya no la aplicaría más.

La negativa del permiso para edificar o el derribo de edificios por la supuesta ilegalidad de la construcción son argumentos habituales del Ayuntamiento de Jerusalén para evitar la expansión de las comunidades cristiana o musulmana. Teodoro López, franciscano, director de la delegación en España de la Custodia de Tierra Santa, explica: «No se deja construir porque los judíos consideran que Jerusalén es solo de ellos, su capital eterna e indivisible. Casi no quieren reconocer que hay más de 100.000 árabes, que tienen sus terrenos y sus zonas ya habitadas desde siempre. No creo que quieran que desaparezca toda la población árabe, tan importante en número y en historia. Por otro lado, los israelíes identifican árabe con musulmán, cuando la mayoría de los católicos son nacidos en Palestina».

Otro de tipo de limitaciones conflictivas ocurren cuando, con ocasión de algún suceso extraordinario en la ciudad (Ramadán, atentados, etc.), la policía israelí cierra las fronteras. Como consecuencia, árabes cristianos de Belén o Betania, por ejemplo, no pueden acudir a los Santos Lugares, al trabajo, al colegio, al hospital, etc.

En otros lugares los problemas para los católicos vienen del lado musulmán. «En Belén, donde la mayoría del pueblo es musulmán, aunque el alcalde sea católico, el islam intenta hacer frente siempre que puede. Delante del Santo Sepulcro, un minarete; delante de la Flagelación, igual», dice Teodoro López. Uno de los ejemplos más recientes ha sido la petición de construcción de una mezquita frente a la Basílica de la Anunciación: «El terreno de Nazareth, yo creo que ha sido usurpado. Son terrenos municipales. Además, no les hace ninguna falta. Hay 30 mezquitas en Nazareth y en esa zona no viven musulmanes».

En medio de este panorama, Teodoro López estima que la relación entre las religiones es «normal o de frialdad. Cada uno tiene sus santuarios, su actividad, etc. Por lo que se refiere a la convivencia diaria, en condiciones normales no hay ningún problema».

Para frenar el éxodo de la población árabe cristiana, la Custodia de Tierra Santa, de la que se encargan los franciscanos, puso en marcha el pasado septiembre una serie de medidas que faciliten la permanencia de los fieles junto a los Santos Lugares. Entre ellas están la construcción de viviendas por parte de la Custodia y su entrega en alquiler a familias palestinas católicas por un precio simbólico, así como la concesión de becas a católicos árabes para que estudien en universidades de su tierra y no se vayan al extranjero.

Viviendas para los cristianos

Los motivos de la emigración son fundamentalmente económicos y culturales. En cuanto a los primeros, basta ver que la tasa de desempleo de los cristianos en Belén alcanza el 50%. En cuanto al segundo aspecto, lo que se produce es un vacío, propiciado por un entorno cada vez más islamista. También influyen motivos psicológicos -deseo de alejarse de un ambiente permanentemente hostil y no cristiano- y políticos -no se vislumbra un futuro estable-.

Por otra parte, la Custodia de Tierra Santa continúa con su labor de tipo social, que desempeña a través de dispensarios, colegios, residencias de ancianos, etc.

En cuanto a los colegios, sirven para desarrollar la identidad cristiana y para favorecer la convivencia futura entre los fieles de las distintas religiones. En 1996 había 206 instituciones escolares, dentro de las cuales estudiaban 34.000 alumnos cristianos y 28.000 que no lo eran.

Jordi Benítez

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