Juan Pablo II ha canonizado a muchas más personas que cualquiera de sus predecesores. ¿Hay ahora más santos que antes? ¿Se han rebajado los niveles de exigencia? En un artículo publicado en Alfa y Omega (Madrid, 31 enero 2002), semanario de información religiosa, Alberto de la Hera reflexiona sobre este fenómeno.
De la Hera señala varios motivos del aumento de canonizaciones. «Una primera razón es el número de católicos en todo el mundo. La población mundial se ha multiplicado espectacularmente durante el último siglo, y a la par se multiplica lógicamente el número de miembros de la Iglesia. Hay más católicos que nunca; hay, pues, también más santos que nunca».
Junto a este crecimiento del número de fieles se ha producido una mayor participación de los laicos en la vida eclesial. «La llamada de los laicos a la santidad es hoy un signo de nuestro tiempo, y también de ahí van saliendo, en constante progresión, mujeres y hombres que llegan a merecer el honor de los altares. Si la Humanidad crece, si crece la Iglesia, si crecen los movimientos apostólicos hasta niveles no soñados hace solo cincuenta años, y si se agranda el espectro de la vocación a la santidad mediante la presencia activa del laicado en el campo eclesial, no puede sorprendernos que crezca el número de santos».
«Otro signo de nuestro tiempo es la secularización, el cual tiene como consecuencia la reducción de la práctica religiosa en muchos que se reconocen miembros de la Iglesia. Es cierto. Pero ello mismo eleva la temperatura espiritual de los que permanecen fieles. Cada vez son menos frecuentes los católicos por herencia, aburguesados en una fe vacía. Cuando el ambiente se torna hostil o difícil, el creyente adquiere un mayor compromiso con su religión, y la vive de modo más verdadero».
Pero, si las canonizaciones se multiplican, es porque detrás está la voluntad de Juan Pablo II. ¿A qué razones obedece?
«La práctica de las virtudes cristianas es por sí misma santificadora. Somos santos en cuanto que vivimos la fe, la esperanza y la caridad que Cristo nos propuso. ¿Qué hace el Papa al beatificar a una persona? Declara que ha vivido las virtudes propias de un cristiano y nos las pone como ejemplo a seguir. ¿Qué hace cuando canoniza? Declara que esa persona está en el cielo. Todos los que han alcanzado la salvación son santos.
«Si en otros momentos de la Historia se seleccionaba a unos pocos para declarar oficialmente su santidad y proponerlos como modelo, ello se hacía para una cristiandad muy estable, agrupada en torno a formas muy poco cambiantes de vida cristiana. Hoy el mundo se ha diversificado inmensamente; se ha paganizado enormemente; se ha desarrollado en mil direcciones. Se necesitan santos que sirvan a todas esas nuevas formas de vida, que venzan al nuevo paganismo, que sean testimonio de la diversificación. Y es preciso que la Humanidad sepa que santificarse no es cosa de pocos: es el resultado -que puede ser tan extenso como profundo, y Juan Pablo II está dispuesto a demostrarlo- de vivir con fidelidad el Evangelio. La salvación, y el modo de vida que conduce a ella, está al alcance de todos, y son muchísimos los que la consiguen, porque la gracia de Dios superabunda y el número de personas santas -aunque los ciegos se empeñen en no verlas- superabunda también. Como no puede ser menos, pues Dios nos ha creado para que nos salvemos, y nadie está excluido de la llamada universal a la santidad».
«Las numerosas canonizaciones del Papa son, pues, parte de un amplio y coherente programa de revitalización del mundo en la fe en el Salvador».