Los Verdes alemanes debaten sobre la eficacia del pacifismo

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¿Se puede impedir un genocidio sin recurrir al uso de la fuerza? Esta cuestión ha sido el centro de un vivo debate en el congreso de los Verdes alemanes, clausurado en Bremen el 3 de diciembre. El pacifismo tradicional del partido llevó a rechazar finalmente la intervención armada. Pero el hecho de que el 38% apoyara el envío de soldados alemanes en el marco de la misión de paz en la ex Yu-goslavia demuestra que algo está cambiando. Y en la votación del día 6 en el Bundestag sobre este asunto, 26 de los 49 diputados verdes se unieron a la mayoría que aprobó la moción.

Surgido de los movimientos pacifistas de los años 60 y 70, el partido de los Verdes se define como «el partido de los objetores de conciencia y de los desertores» y tiene como objetivos en su programa la disolución progresiva del Ejército y de la OTAN. Pero este pacifismo a ultranza se ve hoy matizado por dos factores: el deseo de cooperar con los socialdemócratas para vencer a los democristianos y la idea cada vez más extendida de que, tras la reunificación, Alemania tiene «nuevas responsabilidades» en la política internacional. Y los Verdes, tercera fuerza política del país, ya no pueden refugiarse en posturas testimoniales.

Los distintos modos de concebir el pacifismo entre los Verdes se han puesto de manifiesto ante el plan del canciller Helmut Kohl de enviar 4.000 soldados alemanes a la misión de paz en Bosnia. En el congreso de Bremen, la postura innovadora -defendida por el co-líder parlamentario Joschka Fischer- propugnaba como último recurso la intervención armada en ciertos casos como el de la ex Yugoslavia. En nombre de la «solidaridad con las víctimas del genocidio», dijo Fischer, los Verdes no pueden limitarse como hasta ahora a atribuir las matanzas étnicas de Bosnia a la fallida política occidental, obsesionada por sus propios intereses.

Los anti-intervencionistas, sacando las experiencias de la historia alemana, se parapetan tras el «nunca jamás la guerra». A su juicio, la intervención armada traería más mal que bien y militarizaría la política exterior alemana tras cincuenta años de renuncia al uso de la fuerza. Una actitud criticada por Daniel Cohn-Bendit -líder del Mayo del 68 y hoy eurodiputado-, que les reprocha escudarse en la «referencia absoluta a la historia alemana» para no colaborar con los aliados occidentales cuando merece la pena hacerlo como en el caso de la ex Yugoslavia. A su vez, los pacifistas radicales acusaban a los otros de «querer volver a dar legitimidad al ejército» y de estar dispuestos a sacrificar las señas de identidad del partido para llegar al poder.

Tras el encendido debate, la moción que apoyaba el envío de soldados fue derrotada, aunque el respaldo del 38% de los delegados supuso un éxito inesperado. La línea mayoritaria estuvo de acuerdo en el recurso a las sanciones económicas para asegurar la paz y apoyó la idea de una fuerza ligeramente armada, puesta por Alemania al servicio de la ONU, para mantener la paz en zonas de crisis y hacer cumplir las sanciones económicas contra los agresores. Otro tercio de los delegados representaban una postura pacifista más radical aún.

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