Santiago.— El domingo 14 de diciembre, Chile eligió a su nuevo presidente, José Antonio Kast, en una segunda vuelta que cerró una campaña intensa y polarizada. Inmediatamente, los medios internacionales se apresuraron a definir al vencedor con un catálogo de términos que, lejos de aclarar, sembraron confusión.
La Wikipedia en alemán, por ejemplo, resumió esos rótulos mediáticos como “ultraconservador”, “populista de derecha”, “conservador de derecha”, “extremista de derecha”, “neofascista” y “contrarrevolucionario derechista”. Dado que algunas de esas categorías son incluso contradictorias entre sí, ¿cuál es la mejor forma de entenderlo? Para comprender al nuevo presidente electo, es necesario mirar más allá de las etiquetas prefabricadas y examinar su trayectoria, su discurso y, sobre todo, el contexto político que lo llevó al palacio presidencial de La Moneda.
Un episodio simbólico ilustra esta desconexión. En las semanas anteriores a la elección, Kast recibió el apoyo de diversas figuras de la centroizquierda, desde el expresidente demócrata cristiano Eduardo Frei hasta una parte del Partido Radical. O estos políticos han sufrido un giro ideológico drástico, o bien la caracterización de Kast como una amenaza “extremista” o “neofascista” no se corresponde con la percepción de una parte significativa del electorado chileno, incluyendo a algunos con memoria histórica.
Kast: ¿Outsider radical o conservador noventero?
La estrategia de Kast no es la de un outsider o afuerino disruptivo, sino la de un político que ha trabajado con paciencia desde dentro del sistema. Su carrera electoral comenzó como concejal (1996-2000) y se consolidó con cuatro períodos de diputado (2002-2018) representando a la tradicional Unión Demócrata Independiente. Su discurso y propuestas se enraízan en un conservadurismo social y liberalismo económico que floreció en el Chile de los noventa y principios de los 2000. Lo que explica su éxito actual no es una novedad extrema, sino dos factores concatenados: un trabajo territorial constante de años a través del Partido Republicano que él fundó en 2019; y, decisivamente, el desgaste y la radicalización experimentada por una parte de la izquierda chilena.
El discurso triunfal de Kast fue monótono, carente de estridencias y cargado de gestos conciliadores
Quizás lo más revelador de la verdadera naturaleza del proyecto de Kast no sean sus propuestas, sino sus formas el día de la elección y en la hora de la victoria. Poco después de votar, cuando algunos de sus partidarios comenzaron a increpar a periodistas considerados de izquierda en un punto de prensa, Kast los interrumpió con firmeza: “Por favor, yo les voy a pedir desde el primer día que nosotros mostremos respeto. No hay nada más importante que la prensa para que se nos fiscalice a todos”. Esto contrasta con el tratamiento que otros líderes populistas de derecha le han dado a la prensa. Bolsonaro no se ahorraba vulgaridades contra periodistas y hablaba de “prensa basura”. Trump ha llegado a decir que la prensa es “el enemigo del pueblo estadounidense”. Kast está muy lejos de una retórica similar.
Luego de anunciados los resultados, que ya eran conocidos y aceptados una hora después del cierre de las mesas electorales, su discurso triunfal fue monótono, carente de estridencias y cargado de gestos conciliadores. Primero, reconoció a todos los expresidentes de las últimas décadas, desde Patricio Aylwin hasta Sebastián Piñera, en un acto de continuidad institucional. Nuevamente, distante de apelativos como “casta política” de Milei o el drain the swamp de Trump. Esto, claramente, facilitará las eventuales negociaciones con la centroderecha y centroizquierda que su gobierno requerirá al no tener mayoría en el Congreso.
Un momento de particular trascendencia simbólica tuvo lugar cuando la candidata del Partido Comunista y de la coalición de centroizquierda, Jeannette Jara, acudió al lugar donde Kast y sus seguidores celebraban el triunfo para reconocer la derrota. Al tomar la palabra, el presidente electo interrumpió los abucheos y pidió “un momento de profundo respeto y silencio” y, ante la presencia física de la candidata comunista, hizo una defensa explícita del valor de la oposición: “Podemos tener diferencias y duras. Podemos creer en algo muy distinto para nuestra sociedad. Pero si prima la violencia, si priman los gritos destemplados, es muy difícil que salgamos adelante… alguien puede ser de una ideología distinta, pero es una persona igual que nosotros”.
Resumió su filosofía con una anécdota familiar: recordó cuando le explicó a una de sus hijas que el mundo no sería mejor si todos fueran de derecha, porque “la naturaleza humana falla, y hay personas que se portan bien en la izquierda y en la derecha, y hay personas que se portan mal en la izquierda y en la derecha”.
Tradición democrática
Estas palabras y acciones no son las de alguien que busca quebrar la tradición democrática chilena reconstruida tras la dictadura. Por el contrario, parecen aspirar a fortalecerla desde un polo ideológico opuesto. Es particularmente digno de destacar que, a pesar de que el péndulo político chileno se ha movido con fuerza en direcciones opuestas (de Piñera a Boric, y de Boric a Kast), las tradiciones republicanas asentadas no han perdido vigor. El candidato derrotado reconoce inmediatamente los resultados electorales; el presidente en ejercicio llama públicamente al presidente electo para felicitarlo y ofrecer ayuda en el próximo gobierno; y el candidato victorioso acepta dicho ofrecimiento. La creciente y mayor distancia ideológica dota a estos gestos democráticos de una relevancia especial.
Históricamente, los sectores que representan Kast y Jara se veían entre sí como enemigos, no como adversarios. El régimen militar trataba a los comunistas como “humanoides” y hablaba de eliminar el “cáncer marxista”; para los comunistas, Kast era un representante del fascismo y de una clase social que debía ser extirpada por medio de la violencia revolucionaria. El aprendizaje político de esas experiencias trágicas parece cristalizarse ahora en un reconocimiento institucional mutuo, que podría tener un impacto positivo en la disminución de la polarización en el día a día.
Diferenciación y contexto: no es Vox, y a su derecha surgen los libertarios
Es tentador, pero erróneo, equiparar a Kast con partidos europeos como Vox. Si la centroderecha de Chile Vamos sería más cercana al PP, el Partido Republicano de Kast no es exactamente Vox, pese a la amistad y grados de afinidad con sus líderes. Kast, por ejemplo, aunque tiene un discurso duro contra la inmigración ilegal, nunca ha adoptado la idea de “remigración” o nociones de “gran reemplazo” que abundan en Vox o partidos como AfD en Alemania. El panorama chileno tiene sus propias dinámicas. De hecho, una de las novedades de esta elección fue el surgimiento de candidaturas libertarias, como la de Johannes Kaiser o populistas (Franco Parisi). Paradójicamente, el mundo libertario representa en cierto modo una escisión a la derecha de Kast en el plano económico y en su escepticismo hacia el Estado, lo que ayuda a situar a Kast en un espectro más complejo que el de un simple ultraderechista.
Kast se presenta no como un demoledor de instituciones, sino como un conservador que pretende operar dentro de ellas
El “gobierno de emergencia” de José Antonio Kast no significa, según sus propias palabras, “autoritarismo”, sino “prioridad, urgencia y cumplimiento” de un programa claro. Su elección es, sobre todo, una reacción pragmática de un electorado que buscó un cambio de rumbo tras una experiencia de gobierno de izquierda que fue incapaz de enfrentar los problemas que el electorado estaba identificando como más acuciantes. Reducirlo a una etiqueta de “ultra” o “populista” es no entender la madurez del sistema político chileno, que ha demostrado una capacidad notable para moderar los vaivenes del péndulo y mantener intactas las formas democráticas. Kast se presenta no como un demoledor de instituciones, sino como un conservador que pretende operar dentro de ellas. El tiempo dirá si cumple con ese prometido respeto republicano, pero su primer mensaje como presidente electo merece ser juzgado por lo que es, y no por lo que las etiquetas preconcebidas dicen que debería ser.
Raúl Opazo Fuentes
Investigador asociado Faro UDD