Maduro: una oportunidad para la Casa Blanca

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Nicolás Maduro inaugura su segundo mandato como presidente (10-01-2019)

 

Se ha puesto en marcha el deshielo entre la administración del presidente norteamericano, Joe Biden, y el régimen que preside Nicolás Maduro en Venezuela. El sábado 5 de marzo se dio el primer acercamiento que descolocó a la opinión pública venezolana y zarandeó el tablero político en el país caribeño.

¿Cómo se explica que el principal aliado de Juan Guaidó y que lo reconoce como presidente interino de Venezuela se reúna con aquel que es reconocido como ilegítimo? ¿Cómo entender que dos altos funcionarios de Joe Biden pasen por Caracas, se vean en el Palacio de Miraflores con un hombre solicitado por la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) y que ofrece una recompensa de 15 millones de dólares por su captura?

Las respuestas habitan en tres aspectos. El primero responde al bajo costo político doméstico que supone este movimiento para Biden; el segundo tiene que ver con la coyuntura geopolítica y con respecto a la presencia de Rusia en Latinoamérica, y el tercero, quizás el de mayor peso, el difícil reto económico que tiene por delante la actual administración norteamericana.

Para ganar votos en Florida

El guiño de la Casa Blanca hacia Maduro confirma lo que se sospecha desde que Donald Trump ocupaba la primera magistratura de los Estados Unidos: Venezuela y su crisis no son un problema para los americanos sino una latente oportunidad convertida en instrumento político. En 2019, Trump llegó a afirmar con respecto a Maduro: “Todas las opciones están sobre la mesa”; dando a entender que no descartaban una intervención de carácter militar en el país caribeño que sacara del poder al sucesor de Chávez. ¿Cuál fue el objetivo del bluff? Ilusionar y movilizar a un importante segmento del voto hispano radicado en la Florida, estado clave para ganar la presidencia de los Estados Unidos. El tiempo demostró, no solamente que se trataba de un juego de palabras en clave electoral, sino que la existencia del chavismo y de la crisis venezolana le venía a Trump como “anillo al dedo”; le dijo al votante hispano de la Florida (en especial venezolanos y cubanos) lo que ellos querían escuchar.

El acercamiento a Maduro responde a una táctica de contener la presencia rusa en Venezuela

En el marco del primer aspecto, Biden termina siendo contradictorio pero altamente pragmático. Sigue reconociendo a Maduro como ilegítimo, continúa con las sanciones económicas y la DEA no ha dejado de ofrecer recompensa por su captura. Sin embargo, envía emisarios a estrechar manos con él. ¿En cuánto afecta dicha contradicción para los objetivos electorales del Partido Demócrata en las venideras elecciones intermedias de noviembre? Probablemente no afecta lo suficiente como para no lograrlos. En la lógica electoral de Trump en el 2019, era comprensible la preocupación por el estado de la Florida, ya que se trata de un swing state, un estado históricamente determinante. En cambio, para Biden, el hecho de que los republicanos mantengan la mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado en las próximas elecciones intermedias de noviembre y en dicho estado resulta un mal menor. Por tratarse de unas elecciones al poder legislativo y no a las presidenciales, el costo político no tendría la misma dimensión.

Contener a Rusia

En lo que respecta a la coyuntura geopolítica, la estrategia parece ser de contención. Debió ser llamativo para los americanos observar cómo días previos a la invasión de Ucrania, tanto el presidente argentino, Alberto Fernández, como el presidente brasilero Jair Bolsonaro, viajaban cómodamente a reunirse con el autócrata Vladimir Putin. En el primer caso, Fernández le ofreció a la Argentina como “puerta de entrada” a América Latina, resaltando las oportunidades económicas que brindaba el país austral. Con respecto a Bolsonaro, el primer mandatario carioca fue a Moscú con el objetivo de afianzar la relación comercial de ambos países y reafirmar su protagonismo como principal socio comercial en Latinoamérica. Quizás ninguno de los dos presidentes latinoamericanos calculó el timing político, pero, probablemente alguna alarma se encendió en la agenda de la Casa Blanca para América Latina.

Al igual que ocurría en la Guerra Fría, los Estados Unidos no pueden darse el lujo de permitir que unos de sus principales adversarios políticos y comerciales habiten y mantengan fuerte presencia a pocas millas de su territorio. En esa lógica de poder mundial que reviste a la geopolítica norteamericana, deben evitar a toda costa que “satélites políticos” de Putin abran de par en par las puertas de influencia en su “patio trasero”. En este sentido, el acercamiento responde también a una táctica de contener la presencia rusa en Venezuela, enviando un recordatorio también al Kremlin, reafirmando que América Latina resulta un territorio más natural para los americanos que para los rusos. Ciertamente, si el acercamiento ha desconcertado a más de uno, probablemente el recelo y la suspicacia también circularon por Moscú.

Petróleo

La dimensión económica parece ser la más importante; concretamente por el petróleo. El contacto parece ser un reconocimiento de que la guerra puede ir para largo y sus consecuencias permanecerán un buen tiempo, incluso después de que concluya. Dentro de ese marco, Biden también ha buscado a Maduro como instrumento para evitar que la crisis energética impacte y empeore la economía norteamericana.

Para Biden, Maduro no es más que un instrumento útil para aplacar una crisis energética

Venezuela no alcanza siquiera una producción petrolera de 800.000 barriles diarios (según cifras oficiales y con la duda que eso puede generar). Para tener una idea, durante la década que gobernó Hugo Chávez el promedio de producción diaria superó los 2 millones de barriles. El país no cuenta hoy con la infraestructura necesaria para producir lo que necesitan los Estados Unidos ni tampoco, y quizás más importante, para prevenir el alza del precio del crudo en el corto plazo. La empresa del Estado, Petróleos de Venezuela, por desgracia, se ha convertido en un recinto lleno de corrupción y negligencia; por tanto, no solucionará el problema mientras siga una directiva partidizada y ajena al necesario tecnicismo del negocio petrolero. En este sentido, la apuesta es arriesgada si se reduce a una visión cortoplacista; sin embargo, le podría funcionar en el largo plazo en caso de que se pacte una participación más activa en la extracción y comercialización del crudo por parte de empresas norteamericanas.

En consecuencia, no pareciera que Biden busque en Maduro un socio comercial como tal, mucho menos un aliado político. Para Biden, Maduro no es más que un instrumento de dudosa vigencia pero lo suficientemente útil para aplacar cualquier eventual crisis económica y donde lo energético juegue un papel preponderante. Para Maduro, dicha instrumentalización le brinda una nueva oportunidad al chavismo que desde hace tres años busca desesperadamente “lavar su cara” frente a Occidente.

La buena suerte de Maduro

Llamémoslo azar o providencia; como sea, lo cierto es que Nicolás Maduro ha gozado de victorias políticas que son producto de factores externos a él. Por ejemplo, cuando la oposición venezolana a principios de 2020, y bajo el liderazgo de Juan Guaidó, se prestaba a reorganizarse y a reemprender la lucha para la conquista de la democracia apareció el covid-19 y la pandemia. El régimen en ese momento encontró el momento ideal para llamar a “confinamiento obligatorio”, al igual que lo hicieron decenas de países en el mundo. Así mismo, semanas atrás, estalla la invasión a Ucrania y Maduro conquista lo que para él era fundamental, que los americanos lo buscaran. En primer lugar, el gesto le propina una “zasca de guante blanco” al interinato de Guaidó. En segundo lugar, Maduro necesita que se flexibilicen las sanciones; no tanto por un pseudointerés para que la asfixia económica de la gente mengüe, sino porque las sanciones afectan los “bolsillos” de militares y políticos que son, finalmente, quienes lo sostienen en el poder.

La agenda pragmática de los Estados Unidos ya no debe sorprendernos. La Casa Blanca ha decidido reemplazar el valor de la democracia por la preeminencia de su propia economía y su agenda electoral, algo hasta cierto punto comprensible. Sin embargo, y reafirmamos, se trata de un reemplazo y no de una convivencia ni complemento. La lucha que emprenden los venezolanos por recuperar su libertad se ve empañada por la lógica preocupación del gobierno norteamericano que no sabe cómo disminuir la inflación (7% anual) y no encuentra señales tangibles para aplacar los tímidos vientos, por ahora leves, de una recesión en el mediano o largo plazo si los números no dan muestra de franca mejora.

La economía, sin duda, resulta un motivador del voto en los norteamericanos. Biden, comprendiendo dicha lógica, apuesta por salir del laberinto financiero que se impone en la actualidad y que podría desbordarlo una vez concluya la guerra. En primer lugar necesita hacerlo para no perjudicar a su partido en las intermedias del Congreso en noviembre y, posteriormente, está llamado a lograrlo para evitar que los republicanos recuperen el poder ejecutivo en el 2024. Así, la agenda por la libertad y la democracia en Venezuela, lamentablemente, tendrá que seguir esperando para los americanos.

Alejandro G. Motta Nicolicchia
Director de la consultora Thinko Consulting
@mottafocus

 

2 Comentarios

  1. Vaya! Que al fin, todo se resume a elegir entre un pragmatismo que prioriza los intereses económicos y geopolitics, o una apuesta por la coherencia con los valores que sustentan el ideario de la Gran Nación de los EEUU: la defensa de la libertad y de los derechos humanos. Pues yo soy lo suficientemente iluso como para quedarme con lo segundo.

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