El pasado 12 de enero, el presidente Barack Obama anunció sorpresivamente que derogaba con efecto inmediato la política de “pies secos/pies mojados”, una iniciativa de 1995 de la administración Clinton, que posibilitaba a los cubanos que tocaran tierra en EE.UU., de modo legal o ilegal, obtener automáticamente un permiso de estancia, subsidios, asistencia médica y, un año y un día después, solicitar la residencia legal.
Tan tajante fue el cumplimiento de la orden presidencial, emitida al filo de las 4 pm de ese día, que en el punto de control fronterizo de Laredo (Texas), la cola de inmigrantes cubanos que esperaban entrar y ser procesados quedó partida: algunos de los que ya estaban dentro, fueron admitidos, pero a los que aguardaban afuera se les negó la entrada. Hubo familias que quedaron divididas por cuestión de minutos y unos pocos metros. Caos total.
De revocar los avances en la normalización con La Habana, Trump afectaría a los intereses del empresariado norteamericano y de la incipiente pequeña empresa cubana
La decisión de Obama, anunciada como “un importante paso para normalizar la relación con Cuba y dar mayor consistencia a nuestra política migratoria”, establece que aquellos cubanos que intenten ingresar ilegalmente en EE.UU. y no reúnan los requisitos para el asilo humanitario –que no puedan demostrar un temor creíble de ser perseguidos en Cuba– serán deportados. También se suprime el Cuban Medical Professional Parole Program, que facilitaba a los médicos cubanos en el exterior su llegada a territorio norteamericano.
“Al tomar esta medida, estamos tratando a los inmigrantes cubanos de la misma manera que tratamos a los inmigrantes de otros países –añadía la nota–. El gobierno cubano ha acordado aceptar el retorno de sus nacionales que sean deportados, así como de aquellos que sean interceptados en el mar”.
No es, por cierto, lo único que ha pactado Washington con La Habana. Como contrapartida, Cuba se compromete a aceptar de vuelta a unos 2.700 cubanos hoy recluidos en cárceles estadounidenses. Una derivación de esto, aunque no aparece en la letra de lo anunciado, puede ser que en lo sucesivo aquellos cubanos que sean hallados culpables de delito en EE.UU. sean enviados a la isla tras cumplir condena, algo que hasta ahora no era posible.
La Ley de Ajuste sigue intacta
Con esta jugada de última hora, Obama ha caído, en la percepción de la gente común en Cuba y en la diáspora, del Olimpo al abismo más profundo, y ha desatado en las redes sociales una ola de reacciones de ira, aunque también de burla por parte de inmigrantes de otras comunidades, quienes festejan que se dispense a los cubanos el mismo trato que a ellos. Justo cuando la aspiración debía ser que se tratara a todos como hasta ahora a los cubanos.
Este último reclamo ha sido el de Mons. Joe Vásquez, presidente del Comité sobre Migración de la Conferencia de Obispos de EE.UU., quien ha lamentado el abrupto cambio de una política que calificó como un “modelo de trato humano”. “Mis hermanos obispos y yo –añadió– prometemos trabajar con la administración saliente y la entrante para asegurar un trato humano a las poblaciones vulnerables de Cuba y de dondequiera que busquen refugio en EE.UU.”.
En 2016, más de 54.000 cubanos se acogieron a los beneficios de la regulación hoy derogada
Hay que decir, no obstante, que el trato preferencial a los inmigrantes de la isla no acaba con el portazo de Obama a la política de “pies secos/pies mojados”. La columna vertebral de la política migratoria norteamericana hacia Cuba es la denominada Ley de Ajuste Cubano (LAC), de 1966. Según la LAC –cuya eliminación ha pedido el presidente al Congreso, sin éxito–, el inmigrante cubano que entre legalmente en EE.UU. y que, por tanto, sea registrado por las autoridades, y permanezca en territorio norteamericano al menos un año y un día, puede solicitar la regularización.
¿El matiz respecto a la situación anterior? Que ahora solo podrán acogerse a la LAC los “ilegales legales”, o sea los que ingresen por un aeropuerto, un puerto o una frontera terrestre con un visado autorizado o un permiso electrónico (ESTA) y no asomen la cabeza a la puerta allí donde se escondan durante un año, período en que ya no tendrán asistencia médica garantizada, ni ayuda alimentaria ni permiso de trabajo. Escondidos, como otros, pero al menos con esperanza.
Una sangría migratoria sin precedentes
Como ahora, muy pocas veces habían estado tan en consonancia las acciones de Washington y los deseos de La Habana, que pedía insistentemente la eliminación de la política de “pies secos/pies mojados” , entre otras razones, por los peligros que implicaba.
Ciertamente, para beneficiarse de ella, los cubanos que no llegaban con un pasaporte español o con un visado de turismo –que eran la mayoría– tenían que aventurarse por dos vías: o armar una improvisada embarcación con la que surcar las 90 millas entre la costa cubana y los cayos de la Florida, o salir como turistas hacia algún país de América del Sur y emprender una agónica subida hacia la frontera estadounidense, atravesando parajes selváticos, pagando sobornos a las fuerzas policiales de los distintos países y procurando evitar caer en manos de grupos criminales.
Mons. Joe Vásquez, presidente del Comité sobre Migración de la USCCB, ha lamentado el abrupto cambio de una política que era un “modelo de trato humano”
Pero consideraciones humanitarias aparte, el gobierno cubano ha visto cómo, desde la eliminación del permiso de salida en 2014, se ha estado produciendo una sangría de jóvenes hacia el destino por excelencia: EE.UU. Si en el año mencionado llegaron a territorio norteamericano más de 24.000 cubanos, en 2016 sobrepasaron los 54.000, y Cuba, que no acaba de despegar económicamente por las trabas remanentes del modelo socialista, amenazaba con descapitalizarse profesionalmente.
Curiosamente, por ahí va uno de los argumentos del presidente saliente: “Hemos trabajado para mejorar la vida de los cubanos –en Cuba–, al darles mayor acceso a recursos, información y conectividad con el mundo. Mantener este enfoque es el mejor modo para asegurar que los cubanos disfruten de prosperidad, impulsen reformas y decidan su propio destino”. En síntesis, que si el gobierno cubano quiere que los isleños se queden allí, eso es exactamente lo que espera la Casa Blanca, aunque por motivos ligeramente diferentes. Como que pugnen por un cambio de régimen.
Allanando el camino… de Trump
Hay mucho de ironía en todo esto. Para los inmigrantes cubanos, que estaban apurando el paso para llegar antes de la inauguración del mandato de Donald Trump, un hombre de verbo tradicionalmente duro para con los extranjeros…, la sorpresa es que ha sido el “simpático” gobernante demócrata quien les ha quitado bruscamente la escalera.
Para el propio Obama, lo curioso está en que le ha allanado el camino a Trump, quien tendrá una tarea desagradable menos que hacer en el área migratoria, máxime cuando podría enemistarlo con la comunidad cubana de la Florida, que le dio mayoritariamente su voto. Algunos medios especulan con la hipótesis de que se trata de una venganza hacia los cubanos por haberse decantado por el republicano antes que por Hillary Clinton, a pesar de todos los esfuerzos de la Casa Blanca.
A cambio de eliminar la política de “pies secos/pies mojados”, Washington podrá deportar a la isla a miles de cubanos presos en EE.UU.
Queda por ver qué hará, respecto a este y otros asuntos de la relación bilateral, el mandatario entrante. Tirar la zanahoria y empuñar el garrote podría incordiar no solo a muchos cubanos de la diáspora, sino a políticos de Washington que han hecho lobby para sacar adelante los incipientes intereses de sus empresarios en Cuba, y aun a los pequeños empresarios privados de la isla que intentan dinamizar una economía esclerotizada por décadas de centralización estatal. Precisamente el temor a un eventual retroceso impulsó en diciembre a un centenar de pequeños inversores cubanos a enviarle una misiva a Trump para manifestarle su convicción de que, “como exitoso hombre de negocios, sabrá entender la importancia del compromiso económico entre las naciones”.
El progreso general de los cubanos, sin embargo, no será cosa de una hora para otra, mientras que Obama sí que ha eliminado de un ¡zas! la válvula de escape. Quizás su esperanza sea que, además de enojarse con él, los isleños dirijan su enfado hacia el gobierno de Raúl Castro, que al pedir la eliminación del privilegio migratorio y dejar a tantos geográficamente encerrados, puede añadir mayores niveles de infortunio a una población ya bastante agobiada por los apuros económicos. Y que esta termine desbancándolo.
Ha sido la vieja apuesta de sus predecesores: aumentar el descontento interno para que los cubanos actúen, pero hasta el momento no ha sucedido. ¿Espera Obama un resultado diferente?