Bolivia vota trazar un nuevo rumbo

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Una mujer espera su turno para votar en las recientes elecciones. (La Paz, 17-08-25) Foto: Radoslaw Czajkowski/dpa - vía Europa Press

Los bolivianos se acercaron a votar el domingo con sabor agridulce. A pocos días de haber celebrado el bicentenario del país, acudían con un corazón esperanzado, deseando que los próximos doscientos años fueran mejores que los que han quedado atrás. Al mismo tiempo, depositaban su voto en medio de una amarga crisis económica, política y social que desde hace meses tiene a Bolivia enferma.

La papeleta electoral reflejaba esa crisis: un mosaico multicolor de candidatos y partidos, con manchas negras de inhabilitados y una candidata que, aunque retirada hacía meses, seguía apareciendo. Entre los nueve contendientes, tres de ellos habían ocupado cargos clave vinculados al Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales: Eva Copa, presidenta del Senado durante el gobierno de Jeanine Añez; Eduardo del Castillo, exministro de Gobierno; y Andrónico Rodríguez, pupilo de Morales y presidente del Senado. Otros candidatos, como Samuel Doria Medina y Jorge Tuto Quiroga, lideraban las encuestas con promesas de cambio radical. El primero prometía resolver la crisis en «100 días, carajo», mientras el segundo prometía acabar con «la gastadera y la robadera». Candidatos menos visibles completaban un tablero que parecía no tener un ganador evidente.

La noche del domingo trajo una sorpresa: Rodrigo Paz, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, quien según las encuestas no alcanzaría ni el diez por ciento, desplazó a los favoritos y ganó la primera vuelta. Lo siguió Jorge Tuto Quiroga, quien se medirá a Paz el 19 de octubre en la segunda vuelta; una segunda vuelta que nunca antes en la historia del país había sido necesaria.

En las elecciones legislativas también se produjo un cambio profundo. El MAS y sus disidentes, que durante casi veinte años controlaron ambas cámaras, quedaron sin representación en el Senado y con mínima presencia en la Cámara de Diputados. No obstante, Evo Morales, que había promovido el voto nulo tras haber sido inhabilitado por el Tribunal Electoral, se ha congratulado de que este haya alcanzado casi el 20% del total, una cifra superior a la que sumaron Andrónico Rodríguez y Eduardo del Castillo, los dos candidatos que provenían del MAS –aunque el primero ha participado ahora por la formación Alianza Popular– y de los que Morales había renegado.

La sorpresa

Rodrigo Paz es el candidato del Partido Demócrata Cristiano. Conoce de cerca las vicisitudes de la política: ha sido alcalde, diputado y senador, lo que lo hace un contendiente experimentado; además ha vivido en carne propia el precio que a veces cobra la política: nació y vivió en España por el exilio de su padre, Jaime Paz Zamora, y más tarde vio a su padre sobrevivir a un atentado aéreo orquestado por la dictadura de Luis García Meza, que lo dejó marcado en rostro y cuerpo.

La propuesta de gobierno de Paz se basa en un “capitalismo para todos”, la descentralización del Estado y la despolarización política

Su estrategia para estas elecciones se define por la humildad y la perseverancia. Fue un candidato de bajo perfil: no tuvo grandes actos de campaña, no fue invitado a algunos debates y ni siquiera pagó spots televisivos. Sin embargo, se mantuvo constante en su tarea, recorriendo Bolivia y sus provincias, hablando con vecinos y trabajadores, conectando con los indecisos. Esto le permitió consolidarse como el candidato popular, ganando especialmente en regiones que solía dominar el MAS y obteniendo el apoyo de agentes clave en movimientos sociales.

Su propuesta de gobierno se basa en un “capitalismo para todos”, la descentralización del Estado y la despolarización política: un “gobierno de todos para todos”. Sin embargo, se enfrenta a dos retos. El primero, inminente, es definirse de manera nítida como candidato de cara a la segunda vuelta, respondiendo preguntas sobre posturas y propuestas para ganar adeptos o, al menos, no perderlos. El segundo desafío consiste en resistir la tentación del populismo. Esa misma fórmula que lo llevó al éxito encierra su mayor riesgo: si no logra canalizar su popularidad hacia un proyecto coherente, podría comprometer no solo su mandato, sino también su legado. El gran reto de Rodrigo Paz no es solo consolidar su apoyo, sino transformarlo en un proyecto para Bolivia.

Bolivia estrenará segunda vuelta

La segunda vuelta plantea un escenario inédito. Por primera vez en su historia, los bolivianos deberán acudir nuevamente a las urnas para elegir entre dos candidatos. El resultado, en gran medida, dependerá de cuán convincentes sean sus respuestas a dos preguntas cruciales: cómo se solucionará la crisis y qué se hará con Evo Morales.

Rodrigo Paz se enfrentará a Jorge Tuto Quiroga, ex presidente y líder de una derecha liberal que promete rescatar a Bolivia de la crisis y abrir un nuevo capítulo en su historia. Quiroga propone reformas institucionales y gubernamentales para frenar la corrupción, recortar el gasto y abrir la economía a inversiones extranjeras y a ayudas del FMI. Su principal desafío será atraer a los votantes de Samuel Doria Medina, aunque este ya ha pedido que sus seguidores apoyen a Paz.

La elección no se jugará solo entre presidentes, sino también en la dupla que los acompaña. Quiroga acude a las urnas con Juan Pablo Velazco, un emprendedor joven, mientras que Paz va acompañado de Edman “el Capitán” Lara, expolicía que en 2024 destapó casos de corrupción en la Policía Boliviana, lo que le ha valido una imagen de firmeza y compromiso con la transparencia.

El final de una era

Los resultados del domingo marcan el final de una era en la política boliviana. Después de casi veinte años de hegemonía, el MAS y los herederos que ha dejado en el camino se despiden sin protagonismo y casi sin representación. Parte del éxito de Rodrigo Paz se debe a haber capturado ese voto huérfano.

El final de esta etapa advierte también sobre el fracaso de los proyectos socialistas en la Latinoamérica del siglo XXI. Bolivia, durante muchos años el ejemplo prospero de ese socialismo, hoy cambia de rumbo en el seno de dolorosa crisis. Aunque el país no cayó del todo en el autoritarismo de Venezuela o Cuba, durante años caminó en esa dirección. Desde el domingo, sin embargo, los vientos soplan en otra dirección y esto anima a todo el continente. Bolivia no gira a la derecha por completo, pero sí se mueve hacia ella.

La tarea más importante del próximo gobierno no será apagar incendios, sino proponer una nueva visión de país

El fin de era no garantiza que la siguiente será mejor. El próximo presidente enfrentará dos grandes retos: resolver una crisis profunda con los recursos de un Estado quebrado y conducir una transición ordenada que garantice estabilidad. Deberá también lidiar con un Evo Morales que dice estar cada vez más convencido de ser el enviado de Dios para gobernar Bolivia. Expulsado de la política formal, parece probable que vuelva a hacer política como en sus inicios: desde las calles.

Una buena noticia es que la próxima Asamblea Legislativa no tendrá mayorías que puedan gobernar solas. Los resultados legislativos, aunque eclipsados por los presidenciales, permiten cierto optimismo: las dos cámaras estarán repartidas entre las principales fuerzas del país. Esto obliga a negociar. Si los partidos y sus candidatos están a la altura, la política boliviana podría empezar a recuperar la verdadera deliberación parlamentaria, la institucionalidad y la racionalidad.

La tarea más importante del próximo gobierno no será apagar incendios, sino proponer una visión de país. La crisis es el síntoma de una enfermedad más profunda: precariedad institucional, descrédito de los partidos, informalidad económica, desconexión entre el poder y la ciudadanía. Si el nuevo gobierno se limita a paliar los efectos sin enfrentar las causas, habrá perdido la oportunidad que le ha concedido el pueblo boliviano.

En su bicentenario, a Bolivia se le ha regalado –de manera sorprendente– una oportunidad única: la posibilidad de pensarse y proyectarse de nuevo. En medio de las cenizas de este final de era, el país enfrenta la responsabilidad de construir unos mejores doscientos años. Necesita con urgencia hombres y mujeres de acción, capaces de frenar la crisis y apagar el fuego; pero también necesita ciudadanos dispuestos a mirar su pasado con honestidad y a pensar con seriedad su porvenir. Esa tarea no recae únicamente en el próximo presidente, sino en todos los bolivianos que dentro y fuera del país creen que Bolivia merece un mejor futuro.

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