Imagina esta escena: tu bebé llora a mitad de la noche, y en lugar de levantarte, una cuna inteligente con sensores detecta su inquietud. Activa una suave vibración, reproduce sonidos que imitan el útero materno y lo mece delicadamente hasta que el pequeño se calma y vuelve a dormir. ¿Ciencia ficción? Hoy, gigantes corporativos como JP Morgan, Hulu o Red Bull ya ofrecen estas soluciones tecnológicas como un beneficio para sus empleados en Estados Unidos, prometiendo no sólo más horas de sueño para los padres, sino también, y quizás más importante para ellos, un aumento de la productividad.
Es un ejemplo de cómo la tecnología gana terreno, invadiendo espacios tan íntimos como la paternidad. Detrás de tanta innovación, subyace un planteamiento vital: la crianza basada en la evidencia. Este afán científico empieza por la toma meticulosa de datos, que ha dado lugar a un mercado de aplicaciones para padres. Desde apps que permiten registrar minuciosamente cada toma, cada cambio de pañal o cada siesta del bebé –con el fin de identificar patrones y, mediante inteligencia artificial, elaborar planes de sueño individualizados– hasta cámaras vigilabebés que van mucho más allá de una simple imagen: calculan con precisión los minutos de sueño, el tiempo que tarda el niño en dormirse, sus movimientos nocturnos e incluso si prefiere dormir inclinado hacia un lado u otro.
Tiene una audiencia muy definida: padres y madres de treinta y tantos, con formación universitaria, a menudo inmersos en largas jornadas laborales en consultoras o bancos. Son personas acostumbradas a tomar decisiones basadas en informes y análisis detallados en su trabajo. Para ellos, la educación no debería ser diferente. Buscan la misma rigurosidad, el mismo nivel de análisis y la misma certidumbre. Quieren que les digan qué es lo “mejor” según los datos probados, y no según la intuición del cuñado o la tradición de la abuela.
La voz de la evidencia: Emily Oster y sus guías para padres
Una de las voces que ha popularizado este modelo de paternidad es la profesora de la prestigiosa Universidad de Brown Emily Oster. Doctora en economía y madre de dos hijos, Oster se hizo un hueco en la lista de los libros más vendidos con Cribsheet, una guía que, con la evidencia científica por bandera, aborda muchos de los dilemas que afrontan los padres, desde el parto hasta la primera infancia. El éxito de su obra la llevó a lanzar ParentData, un proyecto online donde los suscriptores reciben respuestas a sus inquietudes parentales.
¿Lactancia materna o leche de fórmula? ¿Quedarse en casa trabajando, guardería o niñera? ¿Cómo corregir a los hijos? ¿Y qué hacer con la alimentación, el sueño, las pantallas? ¿Cuántos hijos tener? ¿Y cuál es la diferencia de edad ideal entre ellos? Estas son algunas de las preguntas a las que Oster responde en sus libros y su web.
Algunos de los temas que aborda están relacionados con la salud o el sueño, y pueden tener una clara respuesta científica. Otros, en cambio, plantean cuestiones más profundas, que dependen en gran medida de la visión del ser humano, la familia y la educación. Pero todas ellas reciben una respuesta basada en un riguroso análisis de la literatura científica, apoyándose fundamentalmente en estudios que demuestran causalidad y no mera correlación, aunque en algunos temas no haya una conclusión clara.
El 69% de los padres millennials y de la Generación Z prefieren buscar consejos online a consultar a familiares o amigos
En su opinión, su enfoque da tranquilidad a los padres abrumados por una avalancha de información y ayuda a relativizar algunas decisiones en las que no hay una clara unidad de criterio.
Sin embargo, ella misma ha admitido que esta aproximación se le quedó corta a medida que sus hijos crecían y la logística familiar se volvía más compleja. Fue entonces cuando empezó a enfocarse en un proceso deliberado de toma de decisiones, emulando las dinámicas de una empresa. Oster ha reconocido sin ambages que los datos, por sí solos, no pueden ofrecer “soluciones mágicas”. Y es que, pese a algunos esfuerzos por demostrar lo contrario, el ser humano no puede reducirse a una mera estadística.
El auge de los expertos
Esta aproximación busca llevar la rigurosidad científica que muchas veces ha informado políticas públicas a la cotidianidad. Infunde la ilusión de control y crea una nueva expectativa de competencia, que puede llevar a muchos padres a sentirse inadecuados y necesitados de expertos.
Donde antes primaban los consejos transmitidos de generación en generación, ahora se priorizan los artículos científicos o la perspectiva de los expertos. Esta tendencia se enmarca dentro de lo que se ha llamado “crianza intensiva”. La investigación de la profesora Lisa Strohschein destaca el fenómeno, donde los padres contemporáneos pasan significativamente más tiempo con sus hijos y estructuran más aspectos de sus vidas en comparación con hace cuarenta años.
Datos y privacidad
Según un informe elaborado por la revista The Bum, el 69% de los padres millennials y de la Generación Z prefieren buscar consejos online a consultar a familiares o amigos.
A pesar de un acceso sin precedentes a la información, los padres reportan un aumento del estrés y una disminución de la autoeficacia debido a la sobrecarga de información.
El uso masivo de datos sobre los hijos plantea serias preocupaciones de privacidad. ¿Quién tiene acceso a toda esa información sobre el sueño, la alimentación o los patrones de crecimiento de un niño? ¿Cómo se protege esa información de posibles usos indebidos o de futuras implicaciones comerciales? La línea entre el apoyo y la vigilancia se vuelve difusa, y los padres, en su afán por optimizar, podrían estar sacrificando la privacidad de sus hijos.