Dos padres, mejor que uno

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Ante la propuesta de que se impartan valores morales en las escuelas británicas (ver servicio 151/96), algunos sindicatos de profesores han puesto una objeción. Dicen que no se debe poner a los profesores en la tesitura de defender la familia «tradicional» en clases donde la mayoría de los alumnos son hijos de divorciados o padres no casados. Janet Daley comenta (Daily Telegraph, 29-X-96):

(…) No es posible que en el conjunto de la enseñanza pública la mayoría de los profesores que se encargan de la mayoría de las clases se encuentren con esa mayoría de alumnos. Así que la pregunta es: ¿hay que adulterar el ideario de todo el sistema educativo porque exista una minoría cuya forma de vida -como todos actualmente reconocemos- no se debe alentar? Huelga decir que nadie desea que los niños se sientan unos parias porque sus hogares no respondan al ideal. Pero, sin duda, un profesor perspicaz podrá hacer uso de tacto y sensibilidad para transmitir un mensaje que ciertamente podría persuadir a algunos de sus alumnos de que no repitan los errores de sus padres. ¿Qué harían estos profesores ante una clase en la que algunos alumnos tienen a los padres en la cárcel: evitarían insinuar que está mal violar la ley?

(…) David Hart, secretario general de la Asociación Nacional de Directores de Escuela, ha advertido a [la ministra de Educación Gillian] Shephard que «corre el peligro de colgar el sambenito a los muchos padres o madres solos que dan formación moral a sus hijos». Hacer que las escuelas defiendan el matrimonio y la familia estable, dice Hart, equivaldría a decir que la moral es «patrimonio exclusivo de los padres casados». ¿Es que la gente como Hart es deliberadamente obtusa, o está tan inmersa en sus prejuicios profesionales que de verdad no comprende? Sea lo que sea, ofrezco un sincero intento de aclarar la cuestión.

Primero, nadie dice que sólo las personas casadas se comporten moralmente. Tampoco es imposible que los padres o madres solos eduquen a sus hijos de acuerdo con principios morales (…). Lo que se afirma es que, para que los niños aprendan a comportarse de una manera moralmente aceptable, es necesario que sean supervisados por adultos atentos. En el caso de niños pequeños, tal supervisión ha de ser continua y diligente. Para que tenga la mayor eficacia posible, ha de ser firme, cariñosa y perseverante.

Las personas con más posibilidades de ofrecer esa supervisión constante y atenta son los propios padres del niño. Es un simple hecho físico que casi siempre dos personas están en mejores condiciones que una sola para realizar esta tarea agotadora, exigente y que consume tanto tiempo. Y quienes tienen más posibilidades de éxito son dos personas con un compromiso permanente entre ellas y con el niño. No porque el matrimonio les convierta en santos, sino porque un compromiso para toda la vida implica a la pareja en su futuro común y en el de sus hijos. En otras palabras, es más probable que uno se preocupe de las personas con las que mantiene una relación no simplemente pasajera.

Que las parejas casadas seguramente proporcionan mejor «ambiente moral» a los niños no es un prejuicio irracional: no obedece a una preferencia arbitraria por lo formal. El matrimonio aporta una estructura muy adecuada para la educación de los niños, no porque sea indefectiblemente feliz, sino porque sus sinsabores y conflictos entrañan compromiso, sacrificio y reconciliación: importantes lecciones que enseñan a los niños a convivir. Esa es precisamente la clase de formación moral práctica que ningún plan de estudios puede ofrecer.

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