El olfato para la verdad informativa

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DURACIÓN LECTURA: 13min.

La ética de las noticias
Bruselas. Así como el periodista debe tener olfato para detectar la noticia, el lector necesita desarrollar el suyo para deslindar la verdad de la desinformación. En un mundo donde la abundancia de medios informativos ha multiplicado la capacidad de comunicar la verdad y, a la vez, de manipular la opinión pública, la ética de la información se ha convertido en un problema crucial. Estas exigencias de la búsqueda y comunicación de la verdad, vistas desde la perspectiva del periodista, del juez y del filósofo, han sido examinadas en un seminario celebrado recientemente en el centro de congresos de Dongelberg (Bélgica) (1).

En el programa, un elenco de oradores de perfiles diferentes pero complementarios: Denis Lensel, escritor y periodista que ha trabajado en Le Point, Le Figaro, Valeurs Actuelles…; Jean de Codt, magistrado, miembro del Tribunal de Casación de Bélgica; y Jean Marie Meyer, catedrático de Filosofía en la Universidad de París y miembro del Consejo Pontificio de la Familia.

Estrategias de desinformación

Denis Lensel explicó algunas estrategias habituales de la desinformación. Una de ellas es el «uso de estímulos» para provocar la reacción deseada del lector. Algo así como el perro de Pavlov que reaccionará siempre de la misma manera ante el estímulo al que ha sido acostumbrado. Se utilizan así términos a los que el lector asociará siempre un valor negativo, por ejemplo: «integrista», «extremista», «ultra», «secreto»… Es evidente que todos reaccionaremos mal con sólo ver los titulares que contengan semejantes adjetivos, incluso antes de haber leído el contenido de la información.

A título de ejemplo, Lensel contó que en Francia se ha emitido en la televisión más de una vez un reportaje titulado: «Los cruzados del orden moral». Ya la misma palabra «cruzados» debería prevenirnos en contra. El programa es una amalgama de todo tipo de cosas, incluidos los llamados «comandos antiaborto», que se manifiestan frente a clínicas donde se practican abortos. La palabra «comando» sugiere la violencia, aunque estos grupos nunca se han calificado así ni han recurrido a la violencia; los médicos son presentados como víctimas a quienes se limita la libertad de acción; los jóvenes pro-vida como activistas integristas; Juan Pablo II es acusado de haber «alentado con sus palabras a los militantes más virulentos del planeta».

Otras veces la verdad se oculta mediante «la conspiración del silencio»: callar aquello que no conviene decir o bien decirlo a medias por aquello de «no inquietar a la opinión». Así, en la Conferencia Mundial de Pekín (1995) fue descartada la propuesta que pretendía que la «orientación sexual» no fuese causa de discriminación, lo que suponía oficializar la homosexualidad. Esto se logró gracias al esfuerzo común de un gran número de defensores de la verdadera dignidad de la mujer, tanto de países desarrollados como en desarrollo. Pero la prensa importante, que tanto había hablado de la propuesta cuando parecía que iba a triunfar, prefirió pasar de puntillas sobre el asunto cuando la «orientación sexual» fue suprimida del documento final.

La censura del nuevo orden establecido

Hay otra censura que no osa decir su nombre pero que se ejerce en nombre de «lo políticamente correcto»; aquí el pluralismo debe ceder el paso a una especie de pensamiento único, que define la nueva normalidad.

Las simplificaciones de la lectura de la historia es otro medio de influir en el presente. Lensel puso como ejemplo la idea de que el colaboracionismo con la ocupación nazi en Francia sería responsabilidad de una derecha ultraconservadora, mientras se olvida que Laval, primer ministro del Gobierno de Vichy, era socialista. Otro recurso muy actual es la insistencia sobre «la culpabilización», que pretende paralizar a los que piensan de otra manera. En este capítulo entra la insistencia en el «arrepentimiento» de la Iglesia, como si fuera la única institución que hereda las culpas históricas reales o imaginarias.

Para superar el muro de la desinformación, Lensel destacó que no hay más camino que esforzarse por informar más y mejor, con sentido profesional y con verdad, y, por parte del público, ser más consciente de las estrategias de manipulación informativa.

La verdad y la justicia

La búsqueda de la verdad es algo que tienen en común los tribunales de justicia y la prensa. Pero no con los mismos métodos ni con las mismas prioridades. De ahí los posibles conflictos entre jueces y periodistas, de los que no faltan ejemplos en la actualidad de Bélgica. Jean de Codt, magistrado, expuso en el coloquio de Dongelberg cómo se ve la cuestión desde los tribunales.

El juez busca la verdad sin prisas, sin otras miras que el respeto de la ley. El periodista busca quizá la verdad pero a menudo de forma apresurada, con el objetivo de ser el primero en publicar, y en ocasiones con miras personales. Y el periodista se erige muchas veces a sí mismo en juez.

Entre los periodistas que son fuente de conflicto en la información judicial, Codt analizó tres tipos. El periodista policía investiga en paralelo a la investigación judicial con objeto de publicar el primero, y si es poco prudente puede incluso crear trabas a la justicia. Hace unos meses se produjo en Bélgica un tiroteo en un restaurante: cinco bandidos dispararon contra las personas que se hallaban en él esa noche. Un chico del pueblo los observó y pudo identificar el coche. Un periodista se personó en el pueblo, interrogó al chico y publicó inmediatamente su foto y las informaciones sobre el caso, con lo que estuvo a punto de hacer fracasar la investigación y de poner en peligro la vida del testigo. Eso sí, se acusó a la justicia de ineficaz.

El periodista juez popular se ha manifestado también en Bélgica en torno al «caso Dutroux» sobre delitos de pederastia. Algunos periódicos se han permitido afirmar que la falta de eficacia en la investigación de estos crímenes sólo puede explicarse por una protección cómplice por parte de la justicia o la policía. Se crean así suposiciones no demostradas antes de que haya habido juicio. Si el resultado de la investigación judicial fuera distinto de estas suposiciones, de nuevo la justicia estaría bajo sospecha.

Un tercer tipo es el periodista legislador que supedita la información a campañas destinadas a cambiar las leyes. Una campaña de este estilo llevó ya en Bélgica a la despenalización del aborto. Se presentó el Código Penal entonces en vigor como arcaico, sin explicar que, en caso de necesidad, permitía tener en cuenta los atenuantes, aunque el aborto siguiera estando prohibido como cuestión de principio. En la legislación actual, la noción de necesidad ha sido reemplazada por la de situación problemática, mucho más vaga y que impide todo control judicial.

Codt concluye que el periodista no puede sustituir al juez, ni al policía, ni al legislador. Y cuando lo sustituye crea una desconfianza de los ciudadanos hacia sus jueces que hace tambalear todo el sistema judicial y su neutralidad.

Saber decir la verdad

Si importante es averiguar la verdad, no menos decisivo para la ética de la comunicación es decir la verdad como se debe. Sobre esto reflexionó Jean Marie Meyer, catedrático de Filosofía. Meyer destacó que la comunicación de la verdad debe buscar el bien de la persona. Porque el bien no se reduce a decir la verdad; es preciso tener en cuenta también el fin de la verdad: aportar la luz, el bien. Por ejemplo, es cierto que el enfermo tiene derecho a la verdad; pero también es cierto que es deber del médico buscar los términos y el momento de comunicar esa verdad para que se produzca un bien y no un mal.

En esta línea, el derecho a la información se debe aunar con otros derechos de la persona como el derecho a la buena fama. Para divulgar el mal debe haber una razón proporcionada, un bien mayor que se siga en consecuencia. También es necesario fomentar el deseo de alcanzar la totalidad de la verdad y no sólo una verdad fragmentaria, ya que una verdad puede esconder otras.

El relativismo, advirtió Meyer, es la muerte de la verdad. Si identificamos verdad con opinión, como tan frecuentemente se hace, renunciamos a la verdad, y sin verdad no habría posibilidad de enriquecimiento mutuo ni de aprendizaje. Todo se reduciría a un combate de fuerzas por imponer la opinión.

Con informaciones de Ana Gonzalo Castellanos desde Bruselas.Para mejorar la calidad de la informaciónDublín. Cuando se trata de los problemas éticos de la información, no es fácil ponerse de acuerdo sobre la frontera entre lo lícito y lo rechazable, sobre el derecho a informar y sus límites. Pero muchos de estos problemas se resolverían ofreciendo una información de más calidad. Este enfoque ha sido resaltado en el VII Seminario sobre Medios de Comunicación celebrado en el Cleraun Study Centre, en Dublín (1).

Conferenciantes de Francia, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos hablaron de las responsabilidades de los propietarios de empresas periodísticas, del papel de los medios en la formación de la opinión pública y de la efectividad de los códigos de conducta y otros modos de autocontrol.

La intervención de Jean-Claude Bertrand, profesor del Instituto de la Prensa Francesa, en París, se centró en la responsabilidad que compete a los empresarios de prensa, a la hora de potenciar la calidad de las informaciones. Según el profesor Bertrand, se trata de una tarea de crucial importancia, porque «no es posible sobrevivir sin democracia, ni que haya democracia sin información de calidad».

Ante la información que se da de acontecimientos como la muerte de Diana de Gales o la vida sentimental de Clinton, la reacción del público suele ser demandar una legislación más restrictiva o reivindicar la necesidad de una ética más firme en los medios de comunicación. «Personalmente -sostuvo Bertrand- prefiero insistir en el ‘control de calidad’, porque es una expresión más amplia y no está tan cargada de connotaciones morales». Este concepto incluye además «connotaciones positivas para los diversos grupos implicados en la comunicación social: para el público, implica conseguir un producto mejor; para los profesionales, significa más credibilidad; para los propietarios, beneficio económico… En último término, control de calidad implica acción, no sólo discusión».

La responsabilidad de los propietarios

Sin embargo, para servir adecuadamente al público, el periodista necesita autonomía. Autonomía frente al control excesivo de los propietarios de las empresas informativas, que, preocupados por los beneficios, pueden favorecer el simple entretenimiento; y autonomía respecto de los políticos, que consideran los medios como instrumentos para sus propios intereses o como amenazas a su poder que deben ser controlados con una legislación restrictiva.

Para evitar estos dos tipos de injerencia, los medios de comunicación primero deben ganarse y conservar la confianza del público. Y, a su vez, para esto necesitan no sólo satisfacer los deseos y necesidades del público, sino también responder de su trabajo ante quienes consumen la información.

Pero los consumidores de medios rara vez esperan que los empresarios de comunicación se preocupen de algo más que de los beneficios, y para demandar la mejora de la información suelen dirigirse más bien a los legisladores y a los profesionales. No obstante, el profesor Bertrand considera que «los empresarios son cruciales para mejorar la calidad de los medios», porque desde su puesto manejan un servicio de interés público vital, no una empresa más, y porque, en última instancia, son legalmente responsables de lo que se publica.

Aunque los periodistas tienen una considerable responsabilidad, casi nunca toman las decisiones más importantes sobre si se cubrirá o no un acontecimiento y no pueden fácilmente rechazar una orden. Por otra parte, el público desorganizado y los observadores aislados como los profesores pueden conseguir poco, a menos que logren la aprobación de los propietarios de los medios.

El poder de la selección informativa

Como consejos prácticos para mejorar la calidad de la información, Bertrand sugirió a los propietarios: contratar a periodistas con buena capacitación, financiar la formación de los profesionales jóvenes, contar con suficiente personal directivo y recursos materiales adecuados. También subrayó la importancia de que las empresas de comunicación suscriban normas éticas efectivas y establezcan sistemas de autocontrol (códigos de ética internos, el ombudsman o los consejos de prensa locales). Estos sistemas crean dentro de la empresa una presión moral cuya fuerza, según Bertrand, supera a la que pueden ejercer los tribunales o controles externos. Pero es preciso que los propietarios de los medios y los directivos den a estos sistemas suficiente publicidad (y el dinero necesario) para que sean útiles.

Otro de los conferenciantes, el profesor Klaus Schönbach, de Hannover, subrayó la responsabilidad de los medios a la hora de configurar el orden del día de la opinión pública. Advirtió que una parte del público, «desanimada por la cobertura informativa de los medios, puede creer ‘políticamente correcto’ silenciar sus propias preferencias. De este modo se crea la falsa impresión de que sus prioridades y sus soluciones no son particularmente populares ni están de moda (es el proceso de la ‘espiral de silencio’)», término acuñado por Noelle-Neumann. Cada vez cuentan más las opiniones más difundidas en la prensa, pues la gente muchas veces necesita de los reportajes de actualidad como primera fuente de información para formar su propio juicio.

La agenda del discurso público

Para Schönbach, «la capacidad de los mass media de influir en el temario del discurso público es infravalorada: los medios pueden introducir nuevos asuntos, confirmar la relevancia de cuestiones ya asentadas o minimizar otras». En principio esto no tendría por qué causar problema alguno. Pero, lógicamente, los mass media pueden abusar de su poder para intereses particulares.

«El problema moral es particularmente intrincado -observa Schönbach-, pues en primer lugar, la mayoría de los periodistas realmente no mienten cuando exageran o minusvaloran un problema», y además porque los propios medios también son susceptibles de ser manipulados a la hora de valorar una cuestión. Eso no le impidió decir a Schönbach que los periodistas tendrían que ser responsables no sólo de la exactitud de sus informaciones sino también de lo que voluntariamente resaltan en ellas. Concretamente, el profesor alemán considera que los periodistas deben valorar más las consecuencias de sus actuaciones en lugar de centrar su responsabilidad en el hecho de que transmiten hechos verdaderos o convicciones libres.

Ahora bien, Shönbach vino a subrayar las tesis de Bertrand al decir que, para actuar con más responsabilidad, los periodistas necesitan tiempo de práctica profesional y el apoyo moral de los directores y los propietarios de los medios.

James Hurley_________________________(1) «Información y desinformación: cómo se crea la opinión pública» (Dongelberg, 1-II-98).(2) «Whose truth is it, anyway?»(Dublín, 21 y 22-II-98).

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