El “equilibrio familiar” se vuelve respetable

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Una vez admitido el aborto libre, la sociedad se queda sin argumentos para oponerse a la libertad de abortar a niñas

Hay algo inquietante en el debate que plantea la Asociación Canadiense de Medicina sobre el aborto de niñas. ¿De verdad se trata solamente de una práctica localizada en las comunidades de inmigrantes asiáticos? ¿No podría ocurrir en Canadá lo que parece que está pasando ya en Suecia?

En este país la Dirección Nacional de Sanidad y Bienestar Social dictaminó en 2009 que no se puede negar el aborto a la mujer que no quiere tener un hijo de determinado sexo. El dictamen fue provocado por el caso de una mujer que había abortado ya dos veces porque no quería tener una niña (cfr. Aceprensa, 14-05-2009).

Si Suecia, que ha sido siempre un paladín de los derechos de las mujeres, ha llegado a admitir el aborto de niñas porque el sexo no era el deseado, ¿por qué no iba a pasar lo mismo en Canadá, donde todavía hay más facilidades para abortar?

La duda surge al leer un artículo de André Picard, periodista especializado en salud pública y columnista de izquierdas de The Globe and Mail (17-01-2012). “Hay pruebas bastante convincentes de que algunos canadienses de ascendencia sij, hindú y china practican la selección en función del sexo”.

“Pero también hay canadienses de todas las religiones y razas que recurren a otras formas de ‘equilibrio familiar’. Son parejas que ya tienen una niña y ahora quieren un niño, o que tienen dos niños y ahora desean una niña. Entonces deciden abortar al feto y probar de nuevo”.

En el mismo artículo, Picard nos presenta a uno de los teóricos del llamado “equilibrio familiar”. No es un inmigrante asiático que, además de recetas de curry, importó a Canadá sus prejuicios ancestrales contra la mujer. Se trata del profesor Tim Caulfield, que dirige la cátedra sobre política y legislación sanitaria de la Universidad de Alberta.

Para Caulfield, el aborto en función del sexo sería un problema de sensibilidad. Habrá gente cuya conciencia tolere mejor o peor esta práctica. Pero, en sí misma, no tiene nada de reprobable. “Usted podrá estar de acuerdo o no, le podrá gustar más o menos, pero la gente que practica el equilibrio familiar no son unos malvados ni unos indignos”, explica.

Aclara Caulfield que con esas palabras no está defendiendo el aborto selectivo. Sólo quiere llamar la atención sobre un hecho incontestable: que el aborto en función del sexo es “un asunto complejo con muchos matices”.

Picard, por ejemplo, aporta un matiz curiosísimo: “Lo último que necesitamos es que las mujeres que ya se están planteando una difícil elección, acaben acribilladas a preguntas acerca del motivo por el que abortan”.

Y a todo esto, ¿qué dice la organización pro-choice más grande de Canadá? En una declaración de 2006 sobre el aborto selectivo en función del sexo, la Abortion Rights Coalition of Canada (ARCC) sienta doctrina: “Ser pro-choice significa apoyar el derecho de una mujer a decidir si continúa o no su embarazo por cualquier motivo, incluso si uno no está personalmente de acuerdo con su elección”.

“A mucha gente, incluso dentro del movimiento pro-choice y quienes trabajan en clínicas abortistas, les incomoda la práctica del aborto selectivo en función del sexo; sobre todo, por los prejuicios culturales que parecen motivar estos abortos”.

“No obstante, es importante recordar que no podemos restringir los derechos de la mujer al aborto simplemente porque haya mujeres que vayan a tomar decisiones con las que no estemos de acuerdo”.

A este argumento el columnista del National Post Chris Selley objeta con un sencillo: “¿Y por qué no? ¿Quién lo dice?”. Y añade: “Cualquier otro país civilizado del mundo tiene leyes sobre el aborto. A mí me trae sin cuidado que Canadá no la tenga, porque creo que todos los abortos son moralmente equivalentes. Pero, sin duda, aquí estoy en minoría”.

“La discusión sobre el aborto selectivo en función del sexo parece electrocutar los circuitos mentales de muchos canadienses, como un robot de Star Trek interrogado por el Capitán Kirk: ‘Debemos apoyar el derecho al aborto. Pero no debemos abortar a niñas porque son niñas. Pero… ¡debemos apoyar el derecho al aborto!’… ¡Error!”.

Paradójicamente, si la sociedad canadiense llegara a admitir la postura de la ARCC, acabaría creando la coartada perfecta para aquellos grupos étnicos que practican abortos de niñas por prejuicios culturales. Coartada que también serviría para eliminar a niñas (y a niños) por puro capricho.

De modo que la protección a ultranza que hace la ARCC del derecho al aborto libre es en realidad la expresión más abrumadora de la falta de respeto hacia la dignidad de la mujer. El bonito signo de emancipación imaginado por unas se convierte así en la inexorable sentencia de muerte de otras.

Aborto sí, ¿pero hasta aquí?

De todos modos, descubrir que en las decentes sociedades occidentales se practica y se defiende abiertamente el aborto selectivo en función del sexo, ¿es realmente tan escandaloso? Sí, si el motivo de escándalo es la banalidad del motivo por el que se elimina a un feto: que los padres ya tenían un bebé de un determinado sexo. No, si el argumento es que hay fetos de primera y de segunda clase: los que decide el pensamiento políticamente correcto.

Con motivo del reportaje del Telegraph sobre las clínicas abortistas, Allison Pearson, una columnista que apoya el derecho al aborto se preguntaba en el mismo diario: “¿Cómo hemos podido volvernos tan insensibles para utilizar un acto de vida o muerte –literalmente– en una herramienta para satisfacer el curioso deseo de tener un bebé que puedo vestir de azul u otro de rosa?”.

Pearson, una pro-choice clásica, se indigna al ver la banalidad del motivo. Y hace bien. Pero, ya puestos, podría llevar el argumento hasta sus últimas consecuencias: si existe un derecho a interrumpir los embarazos no deseados, ¿qué motivos hay para detenerse ante los embarazos que fueron queridos y dejaron de serlo porque el bebé era del sexo no deseado?

¿Por qué rasgarse ahora las vestiduras si, como quieren sus colegas de la ARCC, las mujeres tienen un derecho a la “absoluta libertad reproductiva”? ¿Es que esa libertad no incluye la de abortar hasta que nos guste el sexo del bebé?

También se puede apurar el argumento en sentido contrario: ¿por qué no se puede abortar a un bebé cuando es niña, pero es perfectamente admisible abortar a un bebé cuando tiene síndrome de Down? ¿Quién decide qué fetos merecen protección y cuáles no?

Es lo que plantea Chris Shelley en el National Post (18-01-2012): “No puedes discriminar a un adulto con síndrome de Down como tampoco puedes discriminar a las mujeres o a los negros adultos. Pero si concedes derechos humanos a un tipo de fetos, ¿cómo justificas que no se los concedas al resto? ¿Por qué proteger a un feto en peligro de extinción por razón de su sexo, y no porque tenga una discapacidad?”.

El lío antisocial que ahora intenta deshacer la Asociación Canadiense de Medicina revela que, una vez admitido el aborto libre, la sociedad se queda sin argumentos para oponerse a la libertad de abortar a niñas por caprichos personales.

Si esto incomoda o no a las conciencias pro-choice es un asunto privado. Lo que ya no es tan privado son las elecciones que conducen a una sociedad a convivir pacíficamente con unas prácticas radicales –por inhumanas–, que nada tienen que ver con la salud de las mujeres ni la medicina.

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