Responder a Trump sin histerismos

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A los populismos se les achaca el haber traído una insana explosión de emociones al racional espacio público construido por la Ilustración. Pero la respuesta mediática a esa ola de emotivismo no siempre discurre por la racionalidad de la que hace gala. La creciente tensión entre Donald Trump y sus críticos, evidenciada en varios episodios recientes, difícilmente se va a suavizar sin un clima político más templado.

La Ilustración favoreció la idea de que un estilo de hacer política es progresista cuando se apoya en la convicción racional y el diálogo antes que en las pataletas. Como explica Drew Western, desde el siglo XVIII nos sentimos cautivados por la noción de “una mente desapasionada que toma decisiones tras sopesar los datos y razonar hasta llegar a la conclusión más válida”.

En un momento en que muchos achacan a Trump su brocha gorda, nos tomamos poco tiempo para discernir y matizar

En teoría, también tenemos claro que “el acuerdo intersubjetivo basado en razones no tiene rival como ideal regulativo para las comunidades humanas”, añade Manuel Arias Maldonado en La democracia sentimental. Sin embargo, no es difícil reconocer que hoy estamos lejos de esa “esfera pública sosegada que soñaron los ilustrados”. El ideal nos atrae, pero la práctica cotidiana a veces va por otro lado.

Dividir como estrategia

En la manera de hacer política de Trump, hay varios rasgos perturbadores. En su denuncia de la corrección política –un problema real–, ha intentado hacer pasar por incorrecciones lo que en realidad son faltas de respeto: antes de llegar a la Casa Blanca, hizo comentarios despectivos sobre las mujeres y los inmigrantes mexicanos; se burló de un periodista con una discapacidad; descalificó a sus rivales con epítetos como “payaso” o “perdedor”… Y como presidente ha seguido en sus trece. Recientemente, ha descalificado a los presentadores de un conocido programa de la cadena MSNBC, Joe Scarborough y Mika Brzezinski, llamándoles “loco” y “tonta”.

Los ataques personales forman parte de su estrategia electoral en las redes sociales, como explicó The Washington Post tras hacer un análisis de sus mensajes durante las primarias republicanas: cuando alguno de sus rivales subía en los sondeos, cargaba contra él… hasta que otro volvía a despuntar. Y si detectaba que una línea de ataque gustaba a sus seguidores, la prolongaba en el tiempo con más carnaza.

El republicano conoce las reglas de la política espectáculo y gusta de escandalizar para conseguir atención mediática. “Trump necesita el enemigo. Y se ocupa de nutrirlo (…). La popularidad incendiaria del presidente requiere el juego perverso de una oposición sobrexcitada, polarizando el debate a un permanente plebiscito personal”, señala el periodista de El País Rubén Amón.

Trump no es populista por prometer mejores empleos a la clase trabajadora blanca, sino porque intenta monopolizar su representación con un lenguaje divisivo

A menudo lanza señuelos y desvía la atención hacia donde quiere. Para reforzar el mensaje de que está por encima de los medios y que nada se interpone entre él y sus votantes, hace unos días difundió en Twitter un vídeo de 2007 en el que simulaba dar una paliza a otro empresario; un usuario de la plataforma Reddit lo había editado cambiando la cara del “agredido” por el logo de la CNN y Trump lo compartió. El tuit seguía otros del presidente que acusaban a la CNN de producir “noticias falsas” y “periodismo basura”, después de que tres periodistas de la cadena dimitieran tras retractarse de una información. Aunque el montaje de la pelea no lo hizo Trump, deja claro que no le importa compartir desde su cuenta un mensaje irresponsable.

Y junto a la confrontación, otro rasgo inconfundible de su estilo político es la demagogia, con la que intenta sacar partido del descontento de millones de estadounidenses. Trump no es populista por prometer mejores empleos y condiciones de vida a la clase trabajadora blanca o a los descontentos con Obama –¿qué político se priva de ofrecer un futuro mejor?–, sino porque intenta monopolizar su representación. Y, para eso, no le importa provocar división, agitar sentimientos, abusar de eslóganes y clichés, entretener con polémicas insignificantes…

Para no perder la razón

La combinación de estos rasgos resulta en un estilo político que está contribuyendo a empobrecer el debate público y a aumentar la crispación. Pero la respuesta a Trump no siempre es un ejemplo de moderación. Se vio, por ejemplo, en la actitud de repulsa que suscitó el mandatario desde que pisó la Casa Blanca. Amón habló entonces de un “histerismo preventivo”, que no estaba libre de excesos: “se empieza hablando de Trump y se pierde la razón hablando de Hitler”.

Trump niega legitimidad a los medios que desaprueban su agenda, calificándoles de “falsos y fraudulentos”. Y sus críticos repiten el error cuando se la niegan a él, alegando que Hillary Clinton ganó el voto popular. Es cierto que lo hizo (obtuvo 65,8 millones de votos frente a 62,9 millones), pero en EE.UU. gana la presidencia quien suma más de 270 votos del Colegio Electoral, cosa que logró el republicano (306 frente a 232). Los disconformes con las reglas del juego deberían intentar cambiarlas, no negar una legitimidad prevista.

Para mantener vivo el Coliseo de su política espectáculo, Trump recurre a exageraciones y a gestos grandilocuentes (“una pequeña hipérbole nunca hace daño”, escribió en su libro El arte de la negociación). Y a la exageración también se apuntan algunos periodistas. Tomemos como ejemplo al corresponsal de El País en Washington, Jan Martínez Ahrens, siempre atento al lado más oscuro del republicano. El día que retiró a EE.UU. del Acuerdo de París contra el cambio climático, “Trump dio rienda suelta (…) a sus creencias más radicales” (2-06-2017). El día que presentó su proyecto de presupuesto vimos “al Trump más descarnado y feroz”, empeñado en dejar caer su “guadaña (…) con fuerza entre los más débiles” (23-05-2017). El día que despidió al director del FBI, James Comey, Trump mostró “su rostro más feroz, el del presidente capaz de eliminar con sus propias manos al responsable de investigar” la llamada “trama rusa” (15-05-2017)…

El presidente republicano conoce las reglas de la política espectáculo y gusta de escandalizar para conseguir atención mediática

Ya hemos visto que el estilo agresivo de Trump incluye insultos y ataques personales. Sin embargo, la misma fórmula no despierta reparos si los ataques van contra Trump. Aquí parece que el fin justifica los medios… o que no hay nada que justificar, porque nos dispensamos del esfuerzo de dar razones y las cambiamos por epítetos. Desde el canal de opinión política de eldiario.es, en un intento de comprender el fenómeno Trump y a sus votantes, la periodista Rosa María Artal afirma sin embargo que “todas las descalificaciones” que recibió el republicano durante la campaña electoral “se quedan cortas ante la magnitud de lo que este individuo representa”. Y aporta las suyas: “ese monstruo, ese desastre, ese fantoche” (…); “el mentiroso compulsivo, misógino, xenófobo, racista, tramposo, bravucón, patán, botarate, hortera, trastornado, peligro público (…)”.

Lo anterior es posible, en parte, por la cristalización de un consenso tácito en la opinión pública según el cual todo el que no grita contra Trump está con él. Se ha creado una especie de obligación moral de rechazarle en bloque y por principio. De forma que si alguien intenta matizar para no meter en el mismo saco todas las medidas y afirmaciones del presidente, acaba metido en el saco populista. Y esta es la paradoja: en un momento en que muchos achacan a Trump su brocha gorda, nos tomamos poco tiempo para discernir y matizar.

Es verdad que la responsabilidad de Trump como presidente de una potencia mundial de primer orden es mayor que la de un periodista. De ahí que, durante las primarias republicanas, algunos conservadores cuestionaran la idoneidad del carácter del candidato para ser presidente. Pero lo hicieron aportando razones, no exabruptos. Conscientes quizá de que, al final, cada cual es responsable de hacer o de deshacer la “esfera pública sosegada” que en teoría tanto apreciamos.

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