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Qué queda de la izquierda

publicado
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El pensamiento político de fin de siglo
Tras la sacudida de 1989, la izquierda europea no acaba de encontrar su camino. No aparecen ideas renovadoras para expresar en otras concepciones sus ideales; los problemas económicos se resisten a las recetas socialdemócratas; los partidos no logran conectar con las nuevas tendencias sociales. Un libro reciente, Izquierda punto cero (1), permite plantearse de un modo sintético en qué situación está la izquierda política actualmente, y en qué queda la distinción izquierda/derecha.

El año decisivo sigue siendo 1989, cuando empezó la que en su día fue llamada «la revolución de la libertad», que significó el inicio del fin de la galaxia comunista y, en cierto modo, el final de la revolución ilustrada, cuya punta más significativa fue la Revolución Francesa de 1789. La coincidencia de las fechas, dos siglos exactos, hace que el tema tenga además cierto atractivo, casi esotérico.

El compilador del libro es Giancarlo Bosetti, subdirector de L’Unità, el histórico diario de los comunistas italianos. Bosetti es autor de la introducción, no excesivamente interesante. Lo mejor del libro hay que buscarlo en los artículos de dos de los principales pensadores políticos actuales: Norberto Bobbio, de la escuela socialista (había empezado siendo comunista) y Giovanni Sartori, de la liberal, después de toda una vida enseñando en los Estados Unidos.

La Izquierda, por la igualdad

Como se sabe, la distinción izquierda/derecha empezó en la Revolución Francesa. En aquella asamblea inicial quienes estaban a la derecha de la presidencia votaron por una revolución gradual; los que se situaron a la izquierda, por un cambio radical e inmediato.

Hacia 1830 empieza a aparecer el término socialismo, que se sitúa en la izquierda, añadiendo un matiz que la izquierda burguesa republicana de 1789 no tenía: lo social, es decir, más insistencia en la igualdad que en la libertad. Y cuarenta años más tarde, cuando se empieza a difundir el pensamiento de Marx, la izquierda tiene como paradigma, se diga o no, la utopía: «La historia de todas las sociedades existidas hasta ahora es la historia de la lucha de clases». La propuesta socialista/comunista era la solución de las contradicciones, el fin del Estado, la sociedad que se autogestiona, la conciliación definitiva (?) de la libertad y de la igualdad.

La izquierda es, entonces, el verdadero progreso, la verdad de lo que se anunciaba en la Ilustración. Quien se oponga a ella es conservador, en el mejor de los casos; en el peor, retrógrado, reaccionario.

La realización de la utopía

El año 1917, el de la revolución soviética, pareció a muchos intelectuales, entonces y durante medio siglo después, la realización de la utopía, a pesar de que, como era sabido, Lenin y, sobre todo Stalin, no instauraron una sociedad de libertades sino de represión y de exterminio.

Después, una parte del movimiento de izquierda, con nombres de socialismo, se separa del comunismo y evoluciona poco a poco hacia lo que todavía hoy se llama socialdemocracia. Pero incluso en los años sesenta y setenta de este siglo el marxismo seguía siendo el inspirador principal de casi todos los socialismos. La misma revolución cultural de los sesenta, no la maoísta, que fue simplemente represión, sino la de Occidente, se hizo en parte en nombre de Marx, aunque quizá del Marx joven, del Marx aún humanista, liberal y radical, que aún no se creía en posesión de la llave de la historia.

Cuando se produce, desde 1989, el descalabro del comunismo, se tiene la siguiente paradoja: en la ex URSS, los defensores de lo antiguo, del marxismo-leninismo, se configuran como derecha, y los que desean el cambio hacia formas políticas democráticas y economía de mercado, ¿izquierda?

Todo se tambalea. Todo se hace más pragmático. En el libro Izquierda punto cero, Richard Rorty escribe que «la izquierda del futuro deberá abandonar la retórica de la revolución y, con ella, la fábula de la historia mundial», esa que empezó con Hegel y que Marx hereda: la idea de que se puede dar con un unívoco sentido de la historia desde el cual juzgar no sólo los tiempos pasados, sino los futuros.

Los viejos criterios

Hasta hace muy poco, cuando alguien dudaba de la validez de la distinción izquierda/derecha era tachado de ser de derechas. Ahora, el mismo Norberto Bobbio afirma: «Si la izquierda comienza a poner en tela de juicio la distinción entre derecha e izquierda, ello podría ser la primera señal de que la izquierda duda de su propia identidad». Y añade: «Si el comunismo se ha hundido, la derrota le ha correspondido a la izquierda. Sería inútil no llamar a las cosas por su nombre».

Sucede, además, que los problemas más acuciantes de hoy no son ni de izquierda ni de derecha, se plantean por igual en casi todas partes y su solución no es ideológica. Bobbio enumera: la necesidad de la paz; la protección del medio ambiente y -en mi opinión exageradamente- el crecimiento exponencial de la población que pondría en peligro los recursos. (Ni el crecimiento es exponencial, como se sabe; ni faltan recursos para la población del mundo; el problema es otro: de voluntad real de ayuda por parte de los países más ricos y de necesaria iniciativa por parte de los más pobres).

Para Ralph Dahrendorf, esos problemas son, en cambio, los de las libertades de la ciudadanía, los de la solidaridad colectiva y, en el caso de Europa, la construcción de la unidad. También el famoso sociólogo opina que esos problemas -los más urgentes y perentorios- no son de derecha ni de izquierda.

Cuestión de sensibilidad

Da la impresión de que al multiplicarse los temas comunes, la distinción pierde sentido. Y algo semejante ocurre en asuntos económicos. En Europa, al menos, hoy cualquier gobierno tendrá que combatir la inflación, asegurar un crecimiento sostenido, disminuir el paro… Y surge la duda de si la política del viejo sindicalismo, teóricamente de izquierda, no va en favor de unos pocos, de los sindicados y con trabajo, y en contra de una inmensa población, joven casi siempre, en busca de su primer empleo.

Parece que la distinción izquierda/derecha sea una cuestión, ya, de simple sensibilidad. Sería de derecha la mentalidad de defensa del statu quo (que puede ser de derecha o de izquierda) y sería de izquierda la mentalidad favorable al cambio, para que el cambio signifique algo más en el ámbito de las libertades ciudadanas y de la justicia social.

Desde luego no es de izquierda el cambio por el cambio. Sartori, en este libro, en un artículo breve, es especialmente lúcido. «Vistas las cosas con cierta perspectiva, el movimentismo y el ‘cambismo’ -la exaltación del cambio por el cambio- son insensateces fáciles de proclamar pero estúpidas en su actuar… Algo parecido puede decirse de la reducción de la izquierda a ‘innovacionismo’, a incesante búsqueda de novedades, de un nuevo ‘más allá de todo’ que constantemente lo supera todo».

Sartori descubre que gran parte de la crisis de la izquierda estriba en haber disimulado con propuestas de «cambio» o de «innovación» un proceso fosilizador: «Corporativismo sindical (injusto y fosilizador); burocratización parasitaria (…) y, en último término, un Estado en bancarrota que ya no es más social, puesto que ya no está en condiciones de pagar los costes de los derechos materiales».

Diversas izquierdas

La izquierda, como sensibilidad del cambio para una mayor justicia y libertad, ha estado durante más de un siglo acompañada del equívoco marxista. Para mucha gente de derechas (identificada con el orden y la religión) ser de izquierda era casi pecado. Disminuido el prestigio del marxismo y arruinado su proyecto político, la sensibilidad de izquierda queda libre como una opción más, una entre otras.

En este libro, Michael Walzer, bajo el título de «La izquierda que existe», intenta una clasificación: una izquierda sectaria, doctrinaria, que persiste en ambientes académicos; una izquierda vieja, ligada a los sindicatos o a la socialdemocracia clásica; una izquierda de nuevos movimientos sociales, del tipo del feminismo, ecologismo; una izquierda comunitaria, ligada a un movimiento doctrinal como el comunitarismo, que quizá esté en auge; una izquierda posmoderna, hecha de un «amasijo incoherente de todas las demás opciones»… Walzer se decanta por una izquierda que llama democrática y pluralista, con los siguientes rasgos: comunitarismo; una relación difícil con el mercado; un reforzamiento de la sociedad civil…

Está claro que el ámbito de la izquierda es, una vez más, muy difuso (pero no ocurre algo distinto con la derecha). En estos momentos el pensamiento político anda deshilvanado como consecuencia de los profundos movimientos sociales y políticos que se han producido a partir de los años sesenta: desde lo que parecía una revolución mundial hasta el desencanto de la postmodernidad, desde el hundimiento del comunismo hasta la exacerbación de posturas capitalistas que parecían ya enterradas por la historia.

Izquierda y moralidad

Queda un tema, que no se trata en este libro, y que parece esencial: hasta qué punto la reivindicación de determinadas actitudes o posturas en temas morales -casi siempre de carácter sexual- es de izquierda y, por tanto, sus contrarios serían de derecha. Es el caso, por poner sólo unos ejemplos, de la promiscuidad sexual -o el libre arbitrio sexual- o del aborto.

Hay que decir, en primer lugar, que actitudes distintas y contrarias sobre esos temas están presentes en la historia humana antes de cualquier calificación política. Hay pueblos antiguos que han defendido, por ejemplo, la prostitución «sagrada» o determinadas prácticas homosexuales. Y todo ello con independencia de una ideología política, en el sentido moderno de la palabra.

En segundo lugar, legislaciones despenalizadoras del aborto se han dado modernamente tanto en regímenes políticos de derecha como de izquierda, lo que confirma que se trata de temas pre-políticos, morales, y que en la esfera moral tienen su lugar propio de tratamiento.

En otras palabras, la respuesta a estos temas se da, antes de la esfera política, en el terreno de lo moral. Lo cual quiere decir que ni la defensa de la vida humana desde la concepción basta para catalogar a alguien de derecha, ni la defensa del aborto para calificarlo de izquierda.

No hay que olvidar, en este asunto, que nada menos que un pensador como Marx estaba en contra no ya el aborto, sino también del divorcio. Hacer del permisivismo en material sexual un criterio de izquierda, además de ir contra los mismos orígenes de la izquierda histórica, significaría aliarse con todos los decadentismos existidos en la historia, que no pedían otra cosa.

Rafael Gómez PérezRevisiones en la izquierdaAlgunos de los autores del libro plantean revisiones en el modo de enfocar los problemas por parte de la izquierda.Norberto Bobbio. Cuando la lucha no es de clases

La izquierda en general, habiendo polarizado su atención sobre el conflicto de clase y habiendo encontrado en esta derrota la propia razón de ser, ha elaborado una teoría limitada del conflicto, absolutamente inadecuada para comprender la complejidad del movimiento histórico. Debería recuperar el tiempo perdido. Sólo que, ¿es posible? ¿Es todavía posible? ¿Cómo es posible? ¿O tal vez no es posible revisando a fondo sus presupuestos? No quiero decir que la izquierda no se haya planteado nunca estos problemas. El debate sobre la relación entre cuestión social y cuestión nacional tiene su propia historia. Pero lo que está sucediendo hoy en el mundo, el estallido de conflictos étnicos imprevisibles, de conflictos tribales, de luchas de matiz predominantemente religioso, como la que mantienen hindúes y musulmanes, nos ofrece un cuadro histórico completamente diferente del que había trazado una filosofía de la historia que partía del presupuesto de que la «historia de todas las sociedades que han existido hasta ahora es una historia de lucha de clases» (pág. 83).

Giovanni Sartori. La miopía del corto plazo

A corto plazo resulta fácil adoptar una postura de izquierda optando por la defensa de los pobres, del empleo, de los salarios, y de las conquistas del Estado social. Pero si las cosas fuesen tan fáciles, la izquierda no estaría, como de hecho lo está, sumida en la crisis. Y está en crisis porque sabe -la lección de los hechos es en estos momentos arrolladora- que con el paso del tiempo este «corto plazo» se trastrueca fácilmente en lo opuesto: en el corporativismo sindical (injusto y fosilizador), en la burocratización parasitaria, en el trabajador inamovible aunque no trabaje en absoluto, y en último término en un Estado en bancarrota que ya no es más social, puesto que ya no está en condiciones de pagar los costes de los derechos materiales.

Conviene distinguir, pues, entre izquierda a corto plazo e izquierda seria. El problema de la izquierda seria está en repensar a fondo la «realización» de los ideales, y en cómo evitar su backfiring, el efecto boomerang (un problema que está presente en todo mi análisis de la democracia). La izquierda jamás ha afrontado seriamente la conversión del ideal en realidad, el cómputo de los medios, y por consiguiente de la instrumentación de los fines.

Se comprende que la vía fácil continúa siendo la de la izquierda que lo acoge todo, desvinculada de cualquier doctrina, que se ha subido al carro del negativismo sin sentido, de la demagogia protestataria, de la demagogia populista. Pero esta carrera desemboca en el peronismo económico y en el colapso, como le ha sucedido a gran parte de la América Latina en la segunda mitad de nuestro siglo. El populismo de izquierda es, insisto, «a corto plazo»; y en el momento actual sabemos sin lugar a dudas que está al servicio de intereses miopes, mal comprendidos, y que rápidamente se vuelven en contra de sus supuestos beneficiarios.

De esta manera, la izquierda pierde cuando resulta vencedora y, por el contrario, únicamente gana cuando no vence. La izquierda se encuentra en un mal momento; pero ahora lo sabe. Y ésta es la condición para salir de él (pág. 103).

Richard Rorty. Abandono de la crítica radical

Propongo dejar de lado la idea de que la función del intelectual es la crítica radical de las instituciones existentes, una crítica que trata de alcanzar las realidades que se esconden tras las apariencias. Espero que en ese campo dejaremos de utilizar conceptos como «mistificación» e «ideología», que sugieren que nosotros estamos en condiciones de ver más allá de las simples construcciones sociales y de percibir algo que es más que una construcción social. Sería mejor limitarse a decir: tal vez podamos construir una sociedad mejor que la actual, y mejor no en el sentido de que responde más adecuadamente a las cosas tal como éstas son en realidad, sino sólo en el sentido de que contienen un menor número de desigualdades. Desde este punto de vista, el único tipo de crítica de las instituciones existentes será reformista y no radical, es decir, un tipo de crítica que diseña una institución alternativa concreta, la cual no presupone la existencia de un nuevo tipo de ser humano. Pensar así significaría dejar de esperar, sacudirse la complicidad con las instituciones actuales, y por el contrario imaginar cómo podemos, con una serie de acciones concretas, pasar de la institución actual a otra un poco mejor (pág. 63).

_________________________(1) Giancarlo Bosseti (compilador). Izquierda punto cero. Paidós. Barcelona. (1996). 144 págs. 1.400 ptas. T.o.: Sinistra punto zero.

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