Para renovar la sociedad civil

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La nueva mayoría republicana en el Congreso norteamericano ha empezado a legislar para cambiar las políticas sociales y económicas a las que atribuye los males del país. En esta coyuntura, The Wall Street Journal ha publicado una serie de artículos bajo el rótulo «Más allá de la política social», en los que distintos pensadores exponen sus ideas sobre la renovación moral que necesita el país. Reproducimos algunos párrafos del artículo de Don Eberly (3-II-95).

«El error de la mayoría demócrata fue pensar que para crear una sociedad sana bastaba fortalecer el Estado; el peligro de la mayoría republicana puede ser pensar que para recrear una sociedad sana basta echar abajo el Estado. Crear una sociedad sana significa, más bien, movilizar a los líderes y a los ciudadanos americanos de todas las esferas sociales para renovar todos los sectores de la sociedad».

«En primer lugar, debemos dejar de creer que todos nuestros problemas provienen sólo del Estado Providencia». Eberly recuerda problemas sociales de gran magnitud, como el que casi uno de cada tres niños nace fuera del matrimonio, o el hecho de que un adulto de cada 40 esté en la cárcel o en libertad condicional. Y advierte que problemas a tal escala no pueden achacarse sólo a políticas equivocadas.

«Para restaurar la sociedad civil tenemos que dar marcha atrás en el modo de plantear los problemas sociales. En la historia americana anterior, el debate se centraba en la naturaleza profunda de las cosas: el hombre y sus obligaciones. (…) Ahora discutimos acerca de estructuras impersonales, a saber, acerca del gobierno y del mercado. Muchos conservadores y muchos liberales intervencionistas hablan de un modo racional y frío sobre los programas de gobierno o los sistemas de mercado, la me-jora de los incentivos y la tasa de crecimiento económico, que se supone son los verdaderos indicadores del bienestar nacional».

Y es que «el siglo XX ha convertido al sujeto moral en sujeto económico y psicológico, sometiéndole según los casos a estímulos económicos o a tratamientos terapéuticos. Si tenemos que restaurar la sociedad, el siglo XXI tendrá que recuperar la noción del hombre como portavoz de unos valores morales inherentes».

Para detectar las causas culturales del debilitamiento de la sociedad civil, Eberly cita el diagnóstico del sociólogo P. A. Sorokin, para quien la contradicción básica de nuestra cultura era la simultánea glorificación y degradación del hombre. A su juicio, la raíz de esta actitud estaba en la sustitución de una cultura fundada en la creencia en Dios por otra para la que sólo tiene valor lo que se percibe por los sentidos.

El resultado es el actual utilitarismo. «En la política y en las ciencias sociales, esta filosofía ha producido una concepción del hombre completamente mecanicista y materialista. Si el hombre es poco más que un complejo de electrones y protones, entonces será totalmente maleable. Por lo tanto, le sometemos a inacabables estudios por parte de expertos, y damos por supuesto que la sociedad puede renacer si simplemente descubrimos la técnica adecuada y dejamos que la apliquen las mentes más serias. El Estado centralizado y reglamentista diseñado conforme a esta premisa está siendo hoy abandonado, no sólo por sus grotescas ineficiencias, sino porque empequeñece al hombre».

«Tocqueville señaló que la fuerza de América consistía en la tendencia a unirse en asociaciones voluntarias, mientras que la principal preocupación a largo plazo sería el egoísmo que lleva a cada ciudadano a vivir aparte, ‘extraño al destino del resto’. Le preocupaba que esta forma de individualismo, combinada con el nacimiento de la sociedad de masas, produjera el omnipresente Estado burocrático contra el que hoy nos rebelamos».

«Nuestras actuales políticas refuerzan esta forma de concebir la sociedad como habitada por individuos libres de trabas, mimados con promesas, armados de múltiples derechos legales, inundados de posibilidades de consumo, y sin embargo más súbditos que ciudadanos».

Renovar la democracia, dice Eberly, exige alimentar las disposiciones y los hábitos democráticos, que no se reducen al voto. «Una sociedad en la que vota mucha gente, pero en la que muchos carecen de disposición para la democracia -porque no respetan las normas sociales y están decididos a satisfacer sus propios deseos por encima de todo-, será tan desordenada como otra sociedad en la que pocos se molesten en votar. La renovación de la política consiste en algo más que en dar poder a los individuos; debe familiarizarles con el ideal y el espíritu democrático: el del respeto y el de la responsabilidad».

¿De dónde viene el autocontrol y la solidaridad necesarios para vivir en democracia?, se pregunta Eberly. «El primer semillero de la sociedad civil y de la virtud es la familia. Esta es la verdad más terca de todas, pero nuestra negativa a aceptarla acaba causando graves perjuicios a los niños americanos y una herida a la sociedad».

Para conseguir que la familia cumpla su papel y que los barrios sean sitios amables y seguros, Eberly destaca la necesidad de movimientos sociales dinámicos. «El siglo XIX fue testigo de una explosión de asociaciones voluntarias que buscaban la reforma social y la elevación moral. Había movimientos de renovación espiritual, de sobriedad, de beneficencia y de ayuda a los niños. Para los que iban a la iglesia estaba la escuela dominical; para los que no iban, estaban la YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes) y unos sólidos programas de formación del carácter en las escuelas públicas».

«La sociedad civil tiene que ver con un orden humano más amplio y más rico que el Estado, un orden que el Estado es más capaz de destruir que de renovar. Una sociedad sana no puede ser repartida como otro derecho más, no puede ser reconstruida a través de programas de reformas, o traída a la existencia mediante más reducciones de impuestos. Debe ser alcanzada a través de los esfuerzos solidarios de los americanos».

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