El príncipe Guillermo de Inglaterra se ha ganado recientemente una acusación en los titulares de la prensa de su país: es un “perezoso”. El heredero de la Corona estaría, según algunos periódicos, faltando a sus obligaciones de trabajo por dedicarse a un tema extralaboral: sus hijos pequeños.
En EE.UU., las madres cuentan con muchos espacios de interacción. No así los padres cuidadores
Ciertamente, a los “reales niños” no les falta nada en lo material. Lo que quiere suplir Guillermo es otra necesidad: “No desea ser un padre ausente –refiere una fuente cercana–, porque él sabe lo que es crecer con uno”. Así, llegado su turno de estar al frente de su propia familia, el joven no ha querido reproducir el esquema de su padre, al punto de afirmar que la paternidad lo ha hecho una persona más “emocional”.
Servido el tema a la opinión pública, el sitio web Family Studies opina que de este contratiempo se puede hacer una oportunidad. Si entre el difuso colectivo de padres que se quedan en casa para cuidar de sus hijos, alguien tiene visibilidad, ese es el futuro jefe de Estado británico. Las tiene todas consigo para ser el portavoz, primero, porque la estrategia de escabullirse para estar con los niños no funcionará todo el tiempo; segundo, porque, habiendo experimentado personalmente las dificultades para estar al día tanto en la oficina como en la casa, puede llamar la atención hacia las dificultades que enfrentan los padres cuidadores; y tercero, porque la Casa Real puede convertirse en una plataforma para impulsar el debate en los países que conforman la Mancomunidad Británica.
Australia es uno de ellos. Allí, una investigación de la Universidad de Monash, publicada en octubre de 2015, dio voz a 950 hombres trabajadores. De cada 10 consultados, 8 expresaron que les gustaría ser los primeros cuidadores de sus hijos, una manera de convertirse en “padres más comprometidos”. El dato paradójico es que solo dos estaban ejerciendo ese rol.
¿El problema? Que su autopercepción como “proveedores primarios del hogar” les impedía a muchos dar el paso. Y pesaba también la concepción cultural. “El lugar de trabajo es determinante para decidir quién se queda en casa y quién se va a trabajar, y por cuánto tiempo”, señala la investigación, la cual apunta que solo el 16% de los hombres creen que serán aceptados como cuidadores en su centro laboral, tal como se acepta a las mujeres. El Sydney Morning Herald narra, en tal sentido, la experiencia de un trabajador, a cuyo regreso tras un permiso de paternidad (de dos semanas, por ley), encontró una reacción singular: “Era como si me hubiera ido de vacaciones”.
“Yo sí que trabajo”
Al dejar de ser los “primeros proveedores” del hogar, algunos padres pueden sentir dañada su autoestima
Pero los prejuicios golpean en cualquier sitio de la geografía, y no solo proceden de los empleadores o del colectivo laboral –que también–. Sucede en Estados Unidos, uno de los países donde más padres han tomado la decisión de despedir cada día en la puerta a su esposa y permanecer a cargo del retoño de ambos.
En ese país, un estudio del Pew Research Center, de 2014, arrojó que los padres que se quedaban en casa (los stay-at-home-dads, o SAHD, en inglés), pasaron de ser 1,1 millones en 1989 a 2 millones en 2012 (ver Aceprensa, 23-07-2014).
La cifra suena bien, aunque otro asunto, algo diferente, es qué los ha motivado a quedarse con los niños. En 2012, si el Pew calculaba en 2 millones el número de SAHD, los datos del Censo de EE.UU. establecían la diferencia entre quienes lo hacían por voluntad propia: unos 214.000 (221.000 al término de 2015), y los que no tenían otra alternativa, bien por causa de enfermedad, bien por encontrarse desempleados.
Sea por el motivo que fuere, la realidad es que quienes deciden asumir el cuidado de los chicos pagan un precio, y a veces alto. Si unos mantienen un empleo que les permite trabajar desde casa, otros han renunciado al rol tradicional de “primer proveedor”, y eso les deja huella, básicamente por el modo en que la sociedad los examina, en una mezcla de curiosidad y compasión.
Una consecuencia puede ser la afectación de la autoestima. Lo ilustra un reportaje de Voice of America (VOA), que refiere los casos de dos SAHD. El primero ha llegado a cuestionarse su masculinidad: “Te la cuestionas porque no estás trayendo dinero a casa. Te preguntas por el valor que estás aportándole a tu familia. Incluso pese a que, si lo miras bien, le estás aportando el mayor valor, porque estás cuidando de todo, de las operaciones diarias de tu familia”.
Al otro, por su parte, una pregunta le parecía especialmente dura: “Y tú, ¿de qué vives?”. “Recuerdo cuando empezaba y le decía a la gente que era un SAHD. Había tensión, por el shock que experimentaba la persona que recibía la información (…). Yo sí que trabajo. Parcialmente, pero lo hago desde casa. Puedo trabajar media jornada, y esto le permite a mi familia coordinarse con las actividades de los chicos”.
De la exclusión al estigma
En Australia, 8 de cada 10 padres desearían ser los primeros cuidadores de sus hijos, pero solo 2 están ejerciendo como tales
Los SAHD entrevistados por la VOA señalan asimismo el problema del aislamiento. Encuentran difícil relacionarse con las madres cuidadoras en sitios como el colegio o las áreas de juego, pues, mientras observan a los niños, todas las niñeras se juntan, todas las madres forman grupo, y los padres quedan al margen, en las esquinas, como extraños.
Esta exclusión sotto voce tiene un complemento, si se quiere, estructural: “En EE.UU. hay muchos sitios donde las madres pueden reunirse. Hay clases de lactancia y grupos de otros tipos en los que se enseña desde música hasta yoga. Las madres tienen más posibilidad de estar en contacto con otras madres. Pero con los padres no ocurre así”.
Habría, además, obstáculos que directamente afectan los ingresos del hogar: los que colocan los empleadores a los SAHD que desean reinsertarse en el mundo laboral regular. The Guardian cita el caso de Gary Clarke, un padre de Massachusetts. Este ingeniero se involucró tanto en el cuidado de sus dos hijas, que en el colegio llegaron a llamarle “the Class Mom” (“la mamá de la clase”).
Cuando su hija mayor estuvo lista para ir a la guardería, Clarke decidió retomar su antigua profesión. Sus potenciales empleadores, sin embargo, al ver que la “brecha” en su CV se debía a que había estado atendiendo a sus hijas, lo bombardearon con preguntas hipotéticas del corte: “Si la chica se enferma, ¿quién la cuidará: usted o su esposa?”. Así, se vio obligado a derivar hacia otra profesión: la enseñanza. En junio pasado estaba a la espera de una vacante en un colegio local para impartir matemáticas.
Más éxitos que fracasos
Visto que el fenómeno de los SAHD ha llegado para quedarse, y pasando de los fanatismos que anulan toda diferencia entre hombres y mujeres y que ven en el padre-cuidador un ama de casa, lo mismo “infra” que “plus”, convendría valorar adecuadamente algunas de las ventajas que ellos pueden aportar.
Un artículo del Wall Street Journal las desgrana a partir de los resultados de varias investigaciones. A los padres, según los expertos, se les da mejor “hacer el payaso” con los niños, con lo que pueden estimularlos positivamente y contagiarles su ánimo. Además, los hombres tienden a ponerles más retos a los chicos. Estos, por su parte, muestran menos indisposición con el progenitor que con la madre cuando interfieren en sus juegos para guiarlos en un sentido u otro. Desde este punto de vista, un padre en casa es una verdadera “máquina” de actividad continua y un impulso a la formación del menor.
Tal vez por ello el escritor Anthony C. Fireman, también un SAHD, pide desde las páginas del Boston Globe que la sociedad desmantele los esquemas y no les tenga en menos. Los padres cuidadores, según afirma, no son unos burn-out (estresados por el trabajo), ni todos realizan esa tarea por imposición, sino que “un creciente número de nosotros realmente ha escogido este trabajo”. A quienes los ven como niñeras que simplemente esperan a que llegue mamá a casa, les aclara: “Los papás somos personas activas: estamos en la misma trinchera y hacemos las mismas tareas”.
Y todo, claro, sin colgarse una medalla: “Nunca dijimos que éramos perfectos (…), [pero] estamos tratando de ser un cimiento para los niños y un apoyo para las niñas, tal como las mamás, y estamos cosechando más éxitos que fracasos”.